La curiosidad no mata al gato

ALMUDENA SANZ
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Cabydad, la ya clásica cita navideña en el CAB, invita este año al público a asomarse a la mirilla, mirar por el ojo de la cerradura y poner la oreja como un símil de la inquietud por saber más

Regue Fernández Mateos junto a la casa, ideal para quienes quieren saber más... y jugar. - Foto: Luis López Araico

Alguien llama a la puerta. ¿Quién será? La voz de una mujer se escucha a lo lejos. ¿De dónde sale la música de Moon River? Un hilo recorre el largo y estrecho pasillo pero nadie tira de él. ¿Quién anda ahí? El sonido de una flauta rompe el silencio. ¿Quién está detrás de ese instrumento? Un foco se enciende. ¿De dónde viene a husmear? Cabydad, la instalación interactiva que se ha convertido ya en un clásico de la Navidad en el Centro de Arte Caja de Burgos (CAB), invita este año a convertirse en una suerte de vieja del visillo y a asomarse por la mirilla, mirar por el ojo de la cerradura y poner la oreja en el Templo de Huraco, nombre que lleva esta creación que, una vez más, tiene la firma de Regue Fernández Mateos. Permanecerá en el espacio de la calle Saldaña hasta el 23 de enero. 

Camaleónica y para todos los públicos, la propuesta brinda un sinfín de lecturas y maneras de abordarla. Quizás la primera es abandonarse al juego. Probar, buscar, propiciar, esperar. Porque el azar también tiene mucho que decir. En un paso más allá, esa experimentación y ese curiosear se convierte en un símil del camino hacia el conocimiento. 

Nada más adentrarse en el CAB, el visitante se topa con dos puertas enfrentadas, entra en casa y alguien llama. He ahí el Templo de Huraco (palabra en desuso que significa agujero). Y, literalmente, agujeros, huecos y pequeños abismos negros seducen sin remedio al espectador cotilla, que se lanzará a levantar mirillas, escudriñar la instalación a la caza de agujeros, de resquicios por los que enterarse de lo que aguarda al otro lado. A los que no sienten esa inquietud, la propia vivienda, llena de vida por sí misma, los interpelará. Allá cada cual con su respuesta. 

«Si quieres saber, la curiosidad es un motor para el conocimiento; si no la tienes, te da lo mismo lo que pase. Es una actitud ante la vida. Este llamar a la puerta es una metáfora del querer conocer, el otro tiene cosas que decir, el mundo cuenta cosas. Si ya hemos superado la etapa de dejarnos llevar solo por los sentidos y empezamos a cuestionarnos qué ocurre, nos encontramos con el principio de la ciencia más allá de la creencia», comenta Fernández Mateos y advierte estos agujeros como esas vías de conocimiento que siguen siendo lugares estrechos como la ciencia, la experimentación o el arte. Este último, para él, aglutina a todos. 

Templo de Huraco espolea la vista y el oído; invita a divertirse y a descubrir. El espectador se convierte en la vieja del visillo siempre al acecho de lo que pasa en el rellano; en el señor que baja el volumen de la televisión para enterarse de por qué discuten los vecinos; la ama de casa que escucha el runrún de la radio mientras cocina y solo atiende cuando escucha la palabra precisa... 

Cada agujero esconde una sorpresa: una melodía, una palabra para emocionarse, una tarde en la sala de cine, una aventura por la vieja Alejandría, una lección de matemáticas, un improperio... Y un sinfín de guiños ocultos: el Principio de indeterminación, de Heisenberg, el diccionario como fuente esencial del saber, fe versus ciencia, los agujeros negros... 

Y en el tímpano, una suerte de cielo troquelado con una luz azul latente, un ser misterioso, donde unos pueden ver la representación del dicho 'cada uno en su casa y Dios en la de todos'; otros ese conocimiento que lo invade todo; e incluso quizás alguno vuelva a su infancia y, como el autor, recuerde la voz de su abuelo decirle en bable eso de 'facer furacos en el cielo (hacer agujeros en el cielo)' ante una pretensión imposible o un acontecimiento extraordinario. Dicen que casa con dos puertas mala es de guardar... y de abarcar. 

ARCHIVADO EN: CAB, Navidad, Burgos, Saldaña