El domingo pasado se conmemoró el Día de la Radio y, aunque los recuerdos y las sensaciones se comportan de manera íntima y a veces hasta caprichosa, cuando me enteré de la efeméride mi memoria dio un pequeño brinco. Pertenezco a una generación que se ha criado con los ojos puestos en la televisión, el cine y la lectura.

Pero uno ya tiene la suficiente edad como para recordar la importancia que la radio tenía en una sociedad que todavía estaba en estado de hibernación ante el avance imparable del progreso. Es imposible hacer un recorrido por mi infancia sin que mi mente me esboce, con sabor a pan y chocolate, la imagen de mi madre realizando sus labores del hogar con un sonido de fondo muy particular: Carlitos felicitaba a su madre con una canción de Manolo Escobar en los Discos Dedicados, las radionovelas interpretadas por el elenco de actores de la Sociedad Española de Radiodifusión (Cadena SER) atrapaban a los oyentes con el alma encogida, la señora Francis pedía prudencia a esa joven que trabajaba de sirvienta y estaba locamente enamorada de ese chico que estaba haciendo la mili y la juraba amor eterno... Y qué decir del fútbol, esos balones quitando las telarañas de las escuadras, esos trallazos que rompían las redes, esos tiros lamiendo el palo… Informativamente estaba El Parte, aquel Diario Hablado, de Radio Nacional de España elaborado desde las más altas instancias y que todas las cadenas tenían la obligación de emitir sin cambiar ni una sola coma. Y la música, siempre tan unida a la radio fomentando éxitos y ventas de discos.

Pero crecimos y el país cambió. Y la radio… también. Las ondas dejaron de tener el aspecto exclusivo del entretenimiento para dejar paso a la expresión de los temas sin censura, a la crítica política, a las tertulias, a la opinión… Y surgieron comunicadores que hacían una radio directa, abierta y agresiva. Pero eso es otra historia…