En esta España de continua confrontación, en la que se genera un conflicto hasta por un concurso para elegir la representante artística para un certamen que en realidad no interesa a nadie a estas alturas de la vida, cómo no se iban a conformar bandos para valorar la gesta de Rafael Nadal en el Open de Australia. La que más me ha inquietado estos días es la crítica a su tío Toni por defender en un artículo un modelo educativo de exigencia máxima.
Su postura se puede defender con dos versículos del refranero español: «Quien algo quiere, algo le cuesta» y «Para aprender, perder». Existe una corriente educativa cada vez más extendida que aboga por que los críos crezcan en un entorno de facilidades. A la carta. En el que no exista la derrota. Ríos de tinta han corrido para criticar que un equipo de fútbol de categoría alevín le endosase a otro un 31-0. «No se puede permitir. Conseguirán que se frustren. Quitemos los resultados en categorías inferiores», decían.
Más allá del deporte, hay quienes entienden que los deberes en los escolares son contraproducentes y les restan creatividad. ¿Para qué obligar a sumar a un niño que pinta la pared cuando llega a casa? Sería como cortar la mano a un artista en potencia, vienen a decir.
Al igual que Toni Nadal, lo que he percibido en las personas de mi entorno que se han ajustado a este modelo es frustración, desánimo y resignación. Quien promueve que no haya resultados en un partido de fútbol, o de baloncesto o de tenis, está privando a unos chavales de la derrota, no de la victoria. Perder es lo que enseña, lo que obliga a las personas a superarse, a autoexigirse. Liberar de tareas a un escolar no va sacar de su interior a Mozart. Porque a ver cómo le explicas luego que para sobrevivir en la música necesita ensayar doce horas diarias. Que para saber volar, primero hay que caerse del tejado muchas veces.