Emiliano Aguirre, el padre de Atapuerca

R.P.B.
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Nada de lo que conocemos hoy sobre Atapuerca hubiese sido una realidad sin el concurso esencial de un paleontólogo discreto e intuitivo. Emiliano Aguirre es el hombre que desde un principio creyó en la importancia de los yacimientos y luchó por ellos

Emiliano Aguirre, el día en el que se convirtió en ‘hijo adoptivo’ de Ibeas de Juarros. Año 2004. - Foto: Alberto Rodrigo

La imagen que domina este reportaje tiene un enorme carácter simbólico: ese beso constituye un enorme gracias, un gracias ya eterno merced a la instantánea tomada por Alberto Rodrigo el día en el que Ibeas de Juarros adoptó a Emiliano Aguirre como uno de los suyos. Fue acto de justicia, como lo sería más tarde su 'honoris causa' por la Universidad de Burgos. Y es que Atapuerca, con su actual resonancia mundial, no podría comprenderse sin el concurso esencial de este científico discreto, trabajador e intuitivo. Porque fue él quien supo atisbar el potencial de los yacimientos burgaleses. Y quien porfió por que se hicieran excavaciones anuales en las entrañas de la sierra. Nunca olvidó Emiliano Aguirre el día que Trino Torres, que andaba en pos de restos de osos, le mostró aquel fósil indudablemente humano. Con ojo clínico, el paleontólgo supo que aquella mandíbula era importante. Oro molido. Un eslabón clave de esa cadena misteriosa que es la evolución humana. Acertó. Fue el comienzo de una historia maravillosa. Una historia interminable.

En 1977, en el Salón de Estrados de la Diputación, el doctor Aguirre convenció a todos los presentes de la importancia de aquel hallazgo.Y de que debía apostarse por su continuidad, por seguir horadando aquellos terrenos. «Estos restos pueden situarse entre los primeros pobladores de Europa, entre los 200.000 y los 600.000 años», dijo.Bingo. Los fósiles, afirmó, venían a llenar un vacío de información paleontológica entre los pitecántropos y los fósiles del hombre moderno. Así fue, claro. Y se convirtió, desde el año siguiente -1978- y hasta su jubilación en 1990, en el director de las excavaciones que, ininterrumpidamente, se sucedieron en la sierra. En 1997  fue distinguido con el Premio Príncipe de Asturias a la Investigación Científica y Técnica, junto a los actuales codirectores, Carbonell, Arsuaga y Bermúdez de Castro. En 1998 se le concedió el Premio de Castilla y León en Ciencias Sociales y Humanidades y en 1999 se le otorgó la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo. 

Haber encontrado un lugar tan especial y tan único le marcó irremediablemente, ha confesado siempre. Que se refieran a él como 'padre' de Atapuerca le procuró mucha satisfacción. «Y siento muchísimo agradecimiento a toda la gente que trabajó conmigo a y los vecinos del entorno, que son una gente estupenda», afirmó hace cuatro años, en la última entrevista que concedió a este periódico.

Más que tal o cual hallazgo, lo que más ha enorgullecido a Emiliano Aguirre es que Atapuerca haya sido cantera de investigadores. «Todos los fósiles merecen cariño. Pero no solo los fósiles, también los jóvenes que llevan tantos años allí trabajando y excavando para sacar lo que se esperaba y más y mejor. Eso es lo más especial. Y me siento orgulloso se haber reunido a profesionales de distintas disciplinas en torno a un proyecto común: paleontolólogos, arqueólogos, geólogos, paleoantropólogos, paleobotánicos... Eso ha sido un éxito. Nada de exclusivismo. Siempre quise hacer proyectos multidisciplinares. Y han sido claves para el éxito». 

Aunque haya pasado su vida indagando en el pasado de nuestra especie, jamás ha sentido nostalgia por el suyo. Hace cuatro años aseguraba que no le interesaba nada de su pasado. «Me interesa el presente y el futuro. Toda la preparación es para el porvenir. No es que yo desprecie el pasado, sino que la mejor manera de corresponderle es trabajando para progresar. El progreso es lo que hace lucir al pasado. Mucho mejor eso que quedarse con recuerdos». Para Emiliano Aguirre Atapuerca seguirá regalando sorpresas y más sorpresas puesto que sabe que hay muchas zonas de la sierra 'vírgenes'. Se hallarán más restos humanos, afirmó  con rotundidad.

A Emiliano Aguirre, ya gozando de un merecido descanso, le hubiese gustado excavar en África, que es la cuna de la Humanidad: en los yacimientos del Nilo y de la costa sudafricana, por ejemplo. «Allí hubiese disfrutado mucho. O en China, por qué no. Pero también en Nueva Zelanda, entre otras cosas porque está exactamente en el polo opuesto a nosotros si trazáramos un radio a través del centro de la tierra».