El jazz se pone gafas

ROBERTO PERAL
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«Cécile McLorin está dotada de una autenticidad expresiva con la que canaliza la tradición más añeja del jazz hacia su propia personalidad»

Cécile McLorin Salvant (Miami, 1989), durante un concierto.

No dejaremos pasar la ocasión de celebrar como es debido la solemnidad de Santa Cecilia, por más que no nos hayan quedado todavía demasiado claras las razones por las que la Iglesia católica la designó en su día protectora de los músicos. La tradición refiere que la noble italiana, casada a la fuerza antes de sufrir martirio por causa de su fe, cantaba para sus adentros a Dios durante la fiesta de sus esponsales. El papa Gregorio XIII sostenía que la santa sentía «una atracción irresistible hacia los acordes melodiosos de los instrumentos», e historiadores más rigurosos sugieren que su relación con la música debió de nacer en las clases de cítara o de lira que habitualmente tomaban las damas pertenecientes a las familias patricias romanas. Sea como fuere, uno no se olvidará de felicitar a su hija mediana con motivo de su onomástica y recordarle que se merece un novio poeta, ni tampoco de canturrear algún fragmento de 'Mi querida España', de 'Amor de medianoche' o de cualquiera de las benditas canciones de aquella cantautora de la Transición que nos sigue enviando un ramito de violetas el 9 de noviembre de cada año.

Pero hoy quiero cumplimentar a una Cecilia de otras latitudes, una cautivadora cantante de jazz de corazón mestizo y alma antigua que en 2013 me conmovió con un disco sorprendente, Woman Child, el primer paso de una carrera profesional llena de Grammys y de rendidas críticas en todo el mundo. La estadounidense Cécile McLorin Salvant, de 32 años, une a su potente presencia escénica -con coloristas vestidos estampados y una panoplia de glamurosas gafas que se han convertido en la seña distintiva de su imagen- un impresionante registro vocal que le permite transitar con naturalidad desde los tonos roncos hasta la audacia vibrante de las notas más altas, de lo salado a lo dulce, del gemido crudo del blues a la rabia y a la euforia jazzísticas. 

Acabáramos, pensarán acaso quienes aún no la hayan oído cantar, otra de esas sempiternas vocalistas negras herederas de Ella Fitzgerald, Sarah Vaughan, Billie Holiday y Nina Simone que se fabrican a cada momento en los departamentos de mercadotecnia de las compañías discográficas. Mi consejo para escépticos es que dediquen una horita a pinchar cualquiera de sus álbumes: de formación clásica, llena de coquetería y sensualidad y dotada de una autenticidad expresiva con la que canaliza la tradición más añeja del jazz hacia su propia personalidad, McLorin es capaz de hipnotizarnos con su dicción impecable, con un fraseo limpio y preciso, elegante y profundo, que le permite deconstruir el ritmo de cada tema y deslizarse juguetonamente por sus compases, con un talento para la improvisación y un dominio de cada matiz solo al alcance de las más grandes.

Lo cierto es que Cécile McLorin Salvant no estaba llamada a convertirse en una estrella del jazz. Nacida en Miami de padre haitiano y madre francesa, se formó en la música culta y de niña soñaba con llegar a ser cantante de ópera. Pero el anuncio de una academia de jazz en Aix-en-Provence le animó a probar con unas primeras clases y, mientras cursaba la carrera de Derecho, comenzó a profundizar en el estudio de la historia del género con entusiasmo de musicóloga. Su profesor montó en 2009 una banda para ella, con la que empezó a ofrecer conciertos en París, y solo un año después ganaría el prestigioso premio Theleonious Monk de Jazz, que incluía un contrato de grabación en Detroit. El resto, claro, es historia.

Apoyada en su conocimiento académico del repertorio menos conocido del jazz y del blues, McLorin rescata en Woman Child un puñado de clásicos olvidados, como 'St. Louis Gal' y 'Babe Have Pity on Me', ambas grabadas por Bessie Smith en los brumosos años 20, y 'You Bring Out The Savage In Me', original de Valadia Snow y escrita en 1933. Incluso incluye un tema de principios del siglo XX, 'Nobody', de aires vodevilescos, procedente de un musical de 1905 y que resulta una de las canciones más energéticas del disco. Composiciones como 'There's a Lull in My Life' ( 1937) y 'I Didn't Know What Time It Was' (1939, popularizada por Frank Sinatra) se mezclan con algunas canciones propias, como la que da título a un disco para el que contó con una banda cómplice en la que destacan el pianista Aaron Diehl y el guitarrista James Chirillo. McLorin da curso finalmente a sus orígenes francófonos en 'Le Front Caché sur Tes Genoux', basada en un poema de la haitiana Ida Faubert y que suena a cabaret francés.

Para oírla cantar en español (lo hace, y con un acento perfecto) hay que acudir a cualquiera de sus conciertos en nuestro país, que suele abrochar con una versión de 'Alfonsina y el mar', la zamba que hizo célebre Mercedes Sosa, que literalmente pone los pelos como escarpias. Porque Cécile McLorin Salvant es una cantante que despierta las emociones más profundas, genuina y sincera, capaz de convocar a las grandes glorias del pasado sin tener que recurrir a imitarlas. Nuestras felicitaciones, doña Cécile, en el día de su santo.