«Un concierto puede ser el lugar con control más estricto»

A.S.R
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Los profesionales de Producciones Salas que trabajan en el ciclo 'Viva la vida' reiteran la incertidumbre en la que se encuentran, auguran un invierno complicado y temen que muchas empresas sucumban

Carlos Vicente, Rubén de Miguel (sentado), Óscar Peña, Hugo María, José Antonio Macho y Carlos García (de i. a d.), antes de una actuación en los jardines de La Isla. - Foto: Miguel Ángel Valdivielso

Producciones Salas es la empresa de referencia en asistencia técnica cultural de la provincia (y más allá). Y, como todo el sector, está viviendo el verano más extraño de su existencia. El tamaño no importa. Pequeños autónomos o grandes empresas. Todos están sufriendo la embestida de la crisis sanitaria. La situación es crítica. Sus profesionales no se andan con paños calientes a la hora de definir el momento que atraviesan. Pero, afortunadamente, alguien los ha lanzado un flotador. El festival Viva la vida, orquestado por Planeta Sonoro, la promotora de Sonorama Ribera, y el Ayuntamiento, se erige en uno de esos salvavidas. Unos minutos antes de que Loquillo saliera al escenario, Rubén de Miguel (producción), Carlos García, José Antonio Macho (sonido), Óscar Peña (logística), Carlos Vicente y Hugo María (iluminación) diseccionan esta realidad. Y es poco halagüeña.

«El parón fue muy radical, creó mucha incertidumbre y esta sigue incluso ahora que ya estamos trabajando», introduce Macho y observa que han sido incalculables las llamadas de aplazamientos y cancelaciones que han recibido. 

El Viva la vida (y el Cultura con denominación de origen) ha sido vida. Son 25 personas en plantilla, han sacado a seis del ERTE (durante la pandemia todos han estado en Expediente de Regulación Temporal de Empleo y solo tres parcial para labores de oficina), y esperan que todos se mantengan. Pero vuelve a asomar la incertidumbre. Con un verano sin festivales por delante en toda España -su principal fuente de ingresos en esta época-, el futuro pinta en bastos. Hasta el más cercano. Su agenda se limita a los citados ciclos. «Nadie se arriesga. Los ayuntamientos de los pueblos han suspendido todas las fiestas y con el coste que suponen todas las medidas de seguridad ningún promotor privado puede asumir estos eventos sin un apoyo institucional. Los números no le van a dar», sostiene Vicente y añade: «Si los ayuntamientos no nos apoyan este año, el próximo no quedará ninguna empresa». 

Macho suaviza esta profecía, pero reconoce que el «sector sufre una caída muy grande. Eso es evidente. Vive del verano y si este pasa en blanco, en invierno no recuperas». Su única esperanza es que en el otoño se reanude la actividad en los teatros -otro campo de acción de la empresa- y el público vuelva a ellos. No las tiene todas consigo, pero, a las pruebas se remite (apunta hacia los jardines de La Isla), «puede que los conciertos sean los lugares con un control más estricto». 

Este hilo optimista desovilla De Miguel. «El paso adelante de promotores y administraciones es un halo de esperanza; te hace ver que la cultura es posible y en condiciones de seguridad adecuadas. El público necesita estos eventos para afrontar la vida con alegría», se explaya consciente de que se hallan en un «proceso de adaptación a las circunstancias» y de que es necesario seguir los protocolos dictados en cada momento para que el espectador vuelva a confiar. Y ese sí será su salvavidas definitivo.