Jugar sobre el escenario

ALMUDENA SANZ
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Un centenar de niños de 6 a 14 años despiertan su interés por las artes escénicas con los talleres de la Escuela Municipal de Teatro en la Casa de Cultura de Gamonal y en el Principal

La Casa de Cultura de Gamonal acoge grupos de teatro de lunes a jueves, con Mariví Ramos. Los miércoles van los chicos de 11 y 12 años. - Foto: Jesús J. Matías

La presencia del Conejo Blanco presagia que esa puerta abierta en la segunda planta de la Casa de Cultura de Gamonal conduce a un lugar mágico. El oráculo se cumple. Una de las estancias se perfila como el País de las Maravillas para los chavales que asisten a los talleres de teatro. Miércoles, seis de la tarde, un grupo de 15 chicos (ese día falta uno) de 11 a 13 años escuchan en corro a Mariví Ramos, su profesora. Les explica cómo llevar a escena unas historias escritas por ellos. Les pide que lo hagan sin palabras, que sean expresivos hasta la exageración, y en equipos salen a la palestra con sus gestos acompañados por música de cine mudo. Cada vez más rápido, cada segundo crece el revoltijo de empujones, risas, bailes. 

La cantera del teatro luce boyante. Más de un centenar de jóvenes de 6 a 14 años asisten este curso a la Escuela Municipal de Teatro repartidos entre Gamonal y la sala de ensayos del Principal, donde dan clases Isabel Sualdea, Laura Mesa y Alberto Fernández. Se agrupan por días y tramos de edad. Las cifras distan algo de las registradas antes de la pandemia, pero van por el camino de la recuperación (de los 140/150 de antes a los 110/120 actuales). 

La mayoría no tiene nada claro su futuro. A algunos sí les gustaría seguir con la interpretación, como a Simona Stefanova (12 años), que ni un pero pone a esta actividad. Otros, por contra, son rotundos en su no. Es el caso de Izan Alonso (13 años). Le fascina todo del teatro, ya ha hecho algún papel, pero solo lo ve como una afición.

A unos y otros les encantan los talleres, han hecho nuevos amigos, se divierten con sus compañeros, se han soltado a la hora de hablar en público... Cada uno tiene su motivo para estar ahí. 

A Diana Renedo, una de las veteranas, pues lleva desde los 6 años y acaba de cumplir 11, la apuntaron sus padres porque era muy teatrera y expresiva. «Les gustó el resultado y decidieron seguir adelante, y fui a más, a más, y a mí me gusta mucho. El primer año hice un montón de amigos, me ayudó a expresarme mejor y seguí, y más que seguiré», cuenta pizpireta y aclara que esa vena artística la ha heredado de su tía Marichu. «Hay posibilidades, pero yo soy muy indecisa», dice sobre su futuro en la escena. Esa duda también cabe en Elena Marcos, que entró a los 7 y ahora tiene 13. Ha repetido un curso tras otro. No podía ser de otra manera: «Me divierto mucho y me lo paso bien. Me gusta todo lo que hacemos aquí». 

En el pelotón de los nuevos se encuentran Jimena del Río y Sebas Lattanzio. Ella se decidió porque le gustaba actuar, aunque no lo había hecho antes, y a él le empujó su madre. «Quería que aprendiera a socializar, a hacer amigos y a no ser tan tímido», cuenta y, con una camiseta del Barça, su equipo, confiesa que pensaba dedicarse al fútbol, «pero el teatro también me va bien».

Pero es que el objetivo no es llegar al momento Concha Velasco y decir en casa eso de 'mamá, quiero ser artista'. La misión de esta actividad va más allá. 

«¡El teatro es tan generoso con los niños! Tiene un gran potencial pedagógico y lúdico. ¡El teatro es, sobre todo, juego! Los niños vienen aquí entregados», sostiene entusiasta Mariví Ramos, que no tiene dedos suficientes para enumerar las bondades de este arte para los pequeños. Trabajan su libre expresión, ganan autonomía, desarrollan un sentido crítico y percepción del mundo, mejoran en concentración y sensibilidad... «Para ellos, es un aprendizaje de la vida porque el teatro es un ensayo de la vida. Y cuando se enfrentan con la realidad están más preparados para lo que venga», se explaya y se le ilumina la mirada cuando habla de todo su poder. Solo se tiñe de rabia cuando se acuerda de lo olvidado que está en los colegios: «Me pongo de los nervios. Se ha ido abandonando, como todo lo humanístico y artístico». Sabe de lo que habla porque empezó hace 40 años, de la mano de Tabladillo, de colegio en colegio. 

«Y es liberador. A estos chavales, que tienen una presión de la leche, el teatro los ayuda muchísimo», agrega y maldice el aislamiento que están provocando las pantallas. Aunque, eso sí, ni un teléfono móvil aparece ni suena durante la clase. 

Pese a todo el trasfondo que acarrean estos talleres, Ramos insiste en el sentido de juego. «Una vez que lo conocen, se enganchan», asegura y observa que muchos continúan y pasan a los cursos de adultos que oferta la Escuela Municipal de Teatro e incluso salen de Burgos para completar los estudios superiores en Gijón, Bilbao, Madrid y, en menor medida, Valladolid. Otros eligen otros derroteros, pero el teatro siempre queda ahí. Hace poco, relata Ramos, la madre de uno de sus antiguos alumnos, ahora dedicado a la investigación en Alemania, le dijo que en la defensa de un trabajo le vino de maravilla una de las herramientas que aprendió en aquellas clases. Unas tardes que muchos recordarán cargadas de risas, locura, reflexión, descubrimiento... de puro teatro.