El Teléfono de la Esperanza responde a casi 5.000 personas

ANGÉLICA GONZÁLEZ
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La entidad cumple medio siglo sin apenas ayudas. De sus ocho programas solo funcionan dos, no tiene sede propia y apenas un par de voluntarios están al otro lado de la línea

El abogado Eduardo Payno es el presidente del Teléfono de la Esperanza. - Foto: Patricia

El panorama no puede ser más desolador. El Teléfono de la Esperanza, que empezó a dar sus primeros pasos en Burgos en 1972 y que fue una pieza fundamental del apoyo psicológico generalizado en tiempos donde no existía tal cosa ni parecida, agoniza. Así lo reconoce sin ambages su presidente, el abogado Eduardo Payno, que explica que de los ocho programas que ofrecía apenas sobreviven dos: el teléfono de escucha y ayuda y el servicio Telesol Rural, de acompañamiento telefónico a personas mayores de los pueblos, gracias a una pequeña subvención de la Diputación, la única ayuda económica pública que recibe al margen de las aportaciones voluntarias del centenar de socios que mantienen, «todos muy mayores», según reconoce. Por el camino se han quedado los teléfonos infantil y juvenil, el servicio de ayuda a post-infartados, los talleres de fomento de la convivencia, la actividad de senderismo, el programa específico para mujeres cuidadoras y el servicio gratuito de intérpretes de diferentes idiomas, del que se beneficiaban, fundamentalmente, los pacientes extranjeros ingresados en el hospital.  

A pesar de este panorama, la gente sigue llamando a los números 947107109 y 647907066, que ahora son respondidos por dos voluntarios a cualquier hora del día ya que llevan consigo un móvil. Estas dos personas y Payno, que ofrece asistencia en los asuntos de carácter jurídico, son el sostén humano de una organización que tuvo profesionales de la psicología, del derecho, del trabajo social, la educación, la orientación familiar, la medicina de familia y hasta de la sociología. «Nos resistimos a desaparecer porque sigue llamando mucha gente y no solo de Burgos sino de diferentes provincias con problemas de toda índole. Por ejemplo, recibimos peticiones de asesoramiento jurídico de otros sitios, probablemente porque la gente no se atreve a contar según qué cosas en su entorno más cercano», afirma el letrado.

El año pasado las llamadas recibidas en sus dos números superaron las 4.600 y entre los meses de enero y septiembre de este 2022 han sido más de 3.000, entre las que el vicepresidente de la entidad, el psiquiatra Enrique Romans, destaca las 38 llamadas de auxilio de otras tantas personas con ideación de suicidio a quienes atendieron y recondujeron hacia una ayuda inmediata: «Si esto no se merece un respaldo de la Administración pues ya no sabemos qué más decir», se resigna Romans. «El Teléfono de la Esperanza es más necesario que nunca -añade- y la prueba de ello es que desde la pandemia y la explosión de los casos de salud mental han aparecido muchas otras líneas telefónicas que ofrecen el mismo servicio, es decir, tener al otro lado de la línea una persona con la que hablar». 

EL ABANDONO. Romans lleva mucho tiempo predicando en el desierto sobre la utilidad del Teléfono de la Esperanza, desde que las cosas se le empezaron a poner cuesta arriba a esta entidad, hace poco menos de una década. En el año 2011, por ejemplo, se planteaban ampliar el horario de atención hasta la madrugada debido a la demanda, y su labor no solo era de escucha sino que proponía todo tipo de actividades para evitar la soledad. El punto de inflexión fue 2018 cuando se produjo la retirada de la subvención municipal que recibía lo que le obligó a abandonar su sede. En aquel momento el mensaje del Ayuntamiento fue que su labor ya no aportaba nada, como recuerdan tanto el presidente como el vicepresidente, «nos dijeron que para escuchar a la gente ya estaban los CEAS». La entonces concejala de Servicios Sociales, Gema Conde, no lo negó a preguntas de este periódico. «Eso nos dijeron y mira ahora, que todo, absolutamente todo, se hace por teléfono o por internet», afirma Payno. Romans añade que la necesidad de la gente de ser escuchada es más acuciante que nunca y para acreditarlo ofrece sus datos. 

Ambos reconocen que han perdido muchos socios «porque se han ido muriendo», que los que quedan son de edades muy avanzadas, que no encuentran relevo generacional y que ni siquiera han vuelto a pelear por recuperar el marchamo de utilidad pública que les quitó el Ministerio del Interior hace cuatro años. Fue por no presentar las cuentas del año 2014 justo en el semestre siguiente y luego se intentó recuperar en los tribunales sin éxito. El pleito llegó hasta la Audiencia Nacional, cuya sentencia aclaraba que se trataba de un asunto exclusivamente burocrático y que no ponía en tela de juicio la solvencia de la entidad. 

El Teléfono de la Esperanza se ubica ahora en unos despachos prestados por el propio Payno y, como decimos, apenas dos personas atienden a la multitud de llamadas que reciben. Lejos queda el entusiasmo que esta ciudad experimentó en 1972 con el anuncio de que Burgos sería la siguiente capital después de Sevilla y Madrid, en tener semejante servicio, tan moderno para la época. Tanto fue el apoyo, que la entidad recibió la cesión del primer local donde se ubicó de parte de un empresario de la ciudad y se multiplicaron las actividades voluntarias para conseguir fondos que pudieran apuntalar una idea tan novedosa.