Inés Praga

Esta boca es mía

Inés Praga


Despedidas

06/05/2022

Tengo entrada para la gira de despedida de Serrat y eso que en los últimos años ya le he despedido dos o tres veces, cantando con poca voz pero con el carisma y la maestría de siempre. Uno sabe que se está haciendo viejo cuando piensa que las personas y/o las situaciones están delante por última vez, bien sea porque ellas y/o tú ya no estáis para muchos trotes. Eso pensé con Bob Dylan en su último concierto en Madrid, aunque me enfadé con él (una vez más) por borde. Pero ese no se muere, como genial mala hierba que es. Y en cambio me alegro de haber aplaudido a rabiar a Leonard Cohen, que dejó una estela de elegancia en el escenario y en mi recuerdo. Ahora que lo pienso, con esto de despedirme he pillado unos conciertos sensacionales. Y no acaba aquí la cosa, porque ya he visto que vuelve Miguel Ríos, otro de los grandes que también dijo adiós pero se arrepintió, y que los Rolling empiezan su gira en Madrid. No doy abasto. 

En realidad la verdadera despedida es siempre un acto íntimo, desnudo. Recuerdo, por ejemplo, mi última clase, una circunstancia que solo yo conocía en aquel aula y que viví con gran emoción. El guion de la vida nos exige decir adiós a los seres queridos, los amores, los afanes, los paisajes, en un ejercicio que, excepto la jubilación, no suele tener cita previa. Y hay quien, como Serrat, decide hacerlo con una gira multitudinaria, focos y aplausos, recogiendo lo que ha sembrado; pero detrás de los escenarios siempre hay un acto final, imprevisible en el tiempo y el espacio, que vislumbramos con temor. ¿Temor y/o pena? En su hermoso discurso del Nobel, José Saramago cuenta cómo su abuelo Jerónimo, que era pastor, al presentir la muerte se despidió de los árboles de su huerto uno a uno, abrazándolos y llorando porque sabía que no los volvería a ver. 

Estoy segura de que la emoción que comparta Serrat con su público, aún siendo mucha, nunca alcanzará la intensidad de este anciano disfrutando por última vez de la belleza que rodeó sus días. Porque los focos y el estrépito de la música se apagarán para todos y dejarán paso, inevitablemente, a ese silencio en el que uno se dice adiós a sí mismo. Pero mientras tanto, y procurando que eso tarde muchísimo en llegar, no me pierdo ningún concierto de (falsa) despedida.