Vuela el refajo...y la mascarilla

A.S.R.
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Los grupos de folclore han vuelto a los locales de ensayo y recuperado el ritmo habitual de ensayos tras un parón de año y medio

Virginia Hortigüela dirige a los bailarines en uno de los ensayos de los viernes en el Centro Francisco Salinas. - Foto: Miguel Ángel Valdivielso

Como si de una suerte de Hamelín se tratara, el sonido de las castañuelas conduce los pasos. Primero por la calle Santa Águeda hasta el Centro Cultural Francisco Salinas y, una vez dentro, por las escaleras hacia la segunda planta. El volumen sube. El tocotó tocotó, las voces y las risas que se escapan por la puerta abierta, el correteo de los niños. Felicidad, qué bonito nombre tienes. Danzas Castellanas Diego Porcelos desborda alegría. Pero es solo uno de los grupos que forman el Comité de Folclore Ciudad de Burgos. Después de un año y medio sin actividad -solo bailaron en San Pedro y el día del octavo centenario de la Catedral-, cada uno lucha contra sus fantasmas. 

Todos adolecen de ingresos, algunos, los que no ocupan un local municipal, se las han visto y deseado para encontrar un lugar donde ensayar y otros han tenido que sacar la calculadora para completar formaciones y escuelas infantiles (y lo que te rondaré, morena). Con más o menos esfuerzo, el 1 de octubre todos reanudaron su rutina y ahora trabajan para coger ritmo. 

«Hemos vuelto a sacar la falda de ensayo, las zapatillas y la camiseta para sudar y bajar los kilos de la pandemia», resume Laura Santamaría acompañada por una carcajada que refleja la alegría del reencuentro. No ha llegado a la lágrima, como sí hizo el pasado junio durante los ensayos para los Sampedros, pero al borde se quedó. 

No habían pisado su local en el Salinas desde marzo de 2020. Se prepararon las bodas de verano en la calle. Y al dar la vuelta a la llave se toparon con la desagradable sorpresa de que unas obras en el edificio habían atraído polillas y destrozado parte del vestuario. Un obstáculo más en la carrera. 

«Había mucha incertidumbre, miedo de que la gente no volviera. Teníamos la esperanza de que somos un grupo familiar y de amigos, aun así nos ha sorprendido porque nadie se ha descolgado», recuerda la directora, Virginia Hortigüela, orgullosa también tras comprobar que bailarines y músicos estaban menos verdes de lo que imaginaban.

A esa benévola valoración, Ricardo González, 27 años, le pone cara de circunstancias. «Estamos reaprendiéndonos otra vez todas las canciones y los bailes, que, como son en grupo, unos y otros nos vamos guiando, aunque a veces no sabes dónde pones el pie. Se agradece este reempezar», anota mientras los demás bailan, con ventanas y puerta de par en par. 

Los adultos han respondido y los niños, también. Elena González (6 años) y Paula Pérez (5 años) son todo sinceridad. Les gusta aprender danzas, bailar jotas, pero solo a veces, «otras me gusta más estar en el sofá», suelta Elena mientras Paula, como quien no quiere la cosa, advierte que su madre «es la jefa». 

Al vuelo de los refajos de faena y los niquis desde los que bailan jotas Gun's Roses, se ha unido un nuevo complemento imprescindible en ensayos y escenarios: la mascarilla. Aún se están acostumbrando. No es fácil. Pero la responsable apuesta por garantizar la seguridad y que todos se sientan a gusto. 

Con la rutina encarrilada, ahora, dice Hortigüela, el reto es volver a actuar. Y en este punto una nube negra cubre su positivismo. «No me fío de lo que pueda pasar. Nos gustaría tener apoyo de las diferentes instituciones, con actuaciones y subvenciones que pusieran en valor nuestro trabajo y la importancia de la transmisión de la cultura popular», remacha con la animación navideña a la vuelta de la esquina, el 60 aniversario de la formación en el horizonte y los dedos cruzados. 

De momento, las castañuelas suenan la noche de los viernes.