La alegría de vivir se llama Charo

ALMUDENA SANZ
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Charo López Ruiz cumplió el viernes cien años con buena salud y mejor humor, pese a que la alerta impide a sus hijas desplazarse a Burgos y no la deja brindar con sus compañeras de las Aulas María Zambrano

Charo López Ruiz, el jueves en la ventana de su casa, donde al día siguiente celebró su centenario con Soco y Carmen, las dos señoras que la cuidan y acompañan. - Foto: Patricia

La energía y la claridad con las que suena la voz de Charo López Ruiz al otro lado del teléfono más parecen de alguien que empieza a comerse la vida que de quien lleva casi toda la vida ya en la mochila. Tanta como la que puede caber en cien años. Esos son los que cumplio el viernes esta mujer inquieta que sopló las velas en medio de un momento raro, sin tener al lado a sus tres hijas y sus nietos, que viven fuera de Burgos y no pueden desplazarse por el estado de alerta, pero muy bien acompañada por las dos mujeres que la cuidan, Soco y Carmen, con las que compartirá mantel.

«Yo las digo a mis hijas para chincharlas ‘no os preocupéis, que estoy muy bien también sin vosotras’». La alegría de vivir se llama Charo. Hace tiempo que la hora del enfado no aparece en su reloj. El buen humor marca sus días, incluso en estos tiempos extraños, a los que se enfrenta con resignación. «Estoy tranquila, aburrida como todos, pero no desesperada. Las cosas hay que hacerlas con gusto, no renegada». He ahí su filosofía de vida. Y no la ha ido nada mal. Aunque en la sociedad actual cada vez es más fácil tocar los cien con los dedos, no lo es tanto hacerlo con la buena salud, en todos los sentidos, de esta mujer nacida en Presencio el 22 de mayo de 1920. 

Entre risas señala que son muchos días los que ha contado desde entonces. «Ha pasado mucho de todo. Me parece imposible que cumpla yo cien años», suelta y confiesa que está muy animada, «para qué vas a estar triste», aunque ni sus hijas, Nieves, Isabel y Rosario, ni sus tres nietos ni su nieta podrán achucharla hoy. Viven en Madrid, Huesca y Bilbao y los viajes están prohibidos. Ya le dijo ayer mismo al párroco de la iglesia de los Dominicos, donde va a diario, que la celebración la deja para cuando esté toda la familia. Amén. 

El confinamiento no ha achantado a esta jovial centenaria que llegó al mundo a principios del siglo XX y ha irrumpido en el XXI con todas las consecuencias. Las clases de Memoria en las Aulas María Zambrano son su principal afición. «Me lo paso muy bien allí. Tengo muy buenas amigas», anota Charo, que ha aprendido a manejarse con las nuevas tecnologías. El viernes, a buen seguro, echaron humo.

La lectura era otra de sus pasiones, pero admite que, aunque la sigue gustando, la vista se la cansa. «¡Es que son cien años! ¡Pesan mucho!», reitera divertida y recuerda a su nieta cuando la pregunta ‘¿abuelita, no se te ha hecho larga la vida?’. «Yo la contesto ‘pues unas veces parece que fue ayer cuando nací y otras sí la veo larga, sí’». 

Unas veces lejos y otras cerca queda la infancia con su abuela Aquilina, con la que se fue porque en su casa eran muchos hermanos y había que aliviar el peso. Con ella pasaba los inviernos en Burgos, en una casa con derecho a cocina, y los veranos, en Ciadoncha, hasta que antes de cumplir los 18 alquilaron un piso en San Lesmes y se quedaron definitivamente. Ama de casa toda su vida, viuda desde hace muchos años, ha visto el cambio de una ciudad que hoy es testigo de un cumpleaños redondo, con sabor a tarta de manzana e inolvidable.