La Asociación Ignacio del Río impulsará a jóvenes artistas

R.P.B.
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Los familiares del pintor, de cuya muerte se han cumplido ahora cinco años, quieren perpetuar el legado genial artista burgalés pero también ser una plataforma para quienes se inicien en el arte

El pintor, en uno de sus últimos retratos fotográficos. - Foto: Ignacio del Río

El pasado viernes se cumplieron cinco años, cinco ya, desde que Ignacio del Río levantara su sombrero y se despidiera de una vida que exprimió hasta el final con libérrima intensidad, dejando una interminable estela de admiración, un vacío enorme y cierta sensación de invierno eterno en la ciudad que habitó siempre con voluntad de náufrago. Antes de hacer mutis, el enfant terrible de la pintura burgalesa quiso legar a Burgos un notable puñado de obras que fueran el cimiento de una entidad o fundación que permitiera su exhibición y sirviera también como plataforma para que jóvenes artistas se sintieran amparados en los siempre complejos inicios en el mundo del arte. El hecho de que ninguno de sus descendientes viva en Burgos hizo casi imposible el sueño de una fundación, pero ahora, con motivo de este quinto aniversario, han anunciado la creación de la Asociación Cultural Ignacio del Río.

 

"Seguimos pensando que esta ciudad necesita un espacio para el arte, un lugar que pueda mostrar no sólo la obra de Ignacio del Río, sino la de otros artistas contemporáneos. Creemos que es necesario que exista un centro artístico, más necesario ahora que nunca", explica Ignacio del Río, hijo mayor del maestro. La intención de la asociación cultural, señala, no será sólo una manera de perpetuar la memoria y la obra de este genial pintor, sino también un trampolín para la creación artística. "Mi padre siempre cuidó mucho a los jóvenes creadores, les apoyó todo lo que pudo, les ayudó cuando lo necesitaban en todos los sentidos. Nos gustaría que el colectivo que vamos a crear dé cabida y ayude a los jóvenes creadores y sea un lugar que respire arte y humanismo".

 

La decisión está tomada y ya se han dado los primeros pasos para registrar la asociación, que entre otras cuestiones está pensando ya en la confección de una gran obra que cuente la extensa y rica producción artística de Ignacio. Un estudio que, dejando de un lado la biografía, se centre en la trascendencia e importancia del arte del pintor burgalés. "Lo que no queremos por nada del mundo es que se olvide a Ignacio del Río, que fue un gran pintor y que siempre quiso a su ciudad y a su tierra", apostillan fuentes familiares. Para su gran amigo Cristino Díez, la asociación es una gran noticia. "Ignacio fue un grande y se le tiene que recordar así, como uno de los mejores artistas que ha dado Burgos".

 

Un grande. Con la muerte de Ignacio del Río se cerró uno de los capítulos más brillantes de la historia de la pintura burgalesa. Era el último de una estirpe irrepetible, a la que pertenecen nombres como Modesto Ciruelos, Luis Sáez o José Vela Zanetti. Artista de talento desbordante, intuitivo, con una paleta especiel de color y de luz y retratista formidable, sus cuadros se expusieron en los cinco continentes. Su arrolladora personalidad -Ignacio fue siempre rebelde, deslenguado, seductor y truhán- pudo solapar alguna vez su incuestionable talento, pero es que él siempre admitió que pintaba para vivir y no al revés, aunque jamás hubiese podido vivir sin pintar aunque no dependiera de ello su economía.

 

En su primera época, acaso la más valiosa e interesante, fue un torrente de innovación que auó tradición y conocimiento: en aquellas obras estaban las vanguardias pero también lo mejor de los grandes genios pretéritos. Aunque nunca abandonó la exploración y las obras menos canónicas, en los últimos años en que expuso en el Arco de Santa María se vio siempre al Ignacio del Río menos osado pero siempre genial y portentoso: nadie ha olvidado sus cuadros de gallos, sus plazas de toros, sus flores, sus sensuales desnudos, las marinas, los otoños, los paisajes invernales de la Castilla que tanto amó y que tantas veces elevó a paraíso en sus cuadros. Los burgaleses siempre se rindieron a su obra, que fue inevitablemente vinculada a su torrencial personalidad de bohemio irredento, de vividor sin tasa, de extravagante artista que nunca dejó indiferente a nadie.