Una polémica rehabilitación

RODRIGO PÉREZ BARREDO
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Las actuaciones llevadas a cabo en los albores del siglo XX por Vicente Lampérez tuvieron gran oposición por parte de un siniestro personaje: el conde de las Almenas

Una polémica rehabilitación

No siempre hubo consenso en torno al mantenimiento, conservación y rehabilitación de la Catedral, como sí ha sucedido con el último plan director, que está a punto de culminar una actuación integral y ejemplar en el primer templo metropolitano. Así, entre finales del siglo XIX y comienzos del XX se realizaron numerosas intervenciones que no estuvieron exentas de polémica. El arquitecto encargado de estas,Vicente Lampérez, se topó con la oposición frontal de uno de los personajes más singulares de esa época, un tipo que pasó largas temporadas en Burgos, donde pudo hacer de su capa un sayo. Respondía al nombre de José María de Palacio y Abárzuza, ostentaba el grandilocuente título de conde de las Almenas, y era una persona refinada, culta, políglota y amante del arte; empero, su actitud fue muchas veces la de embaucador y carroñero que empleó su posición e influencia para enriquecerse haciendo negocios muy turbios con latrocinios que, sin ir más lejos, perpetró en la misma ciudad de Burgos: no en vano, fueron sus guantes blancos los que sustrajeron, por ejemplo, valiosas piezas de la Cartuja de Miraflores que hoy se exhiben en museos del extranjero. Pero esa es otra historia.

La que nos ocupa hoy tiene relación con el enfrentamiento que mantuvo durante años con el arquitecto responsable de las rehabilitaciones de la Catedral, Vicente Lampérez. Especialmente a partir de un proyecto que fue asaz polémico para con el templo: el derribo del palacio arzobispal que se hallaba anejo a este, hecho que se produjo en 1914. Así, el conde de las Almenas se convirtió en el principal enemigo del arquitecto, y en la voz más crítica y sonora de lo que consideraba desmanes que atentaban contra el patrimonio. Encontró un altavoz perfecto en los periódicos de la época, desde donde atizó sin compasión: ¿Qué quiere ese señor que yo haga, si las obras del señor Lampérez ponen, a juicio mío y al de muchos, en ruina artística a la hermosa Catedral de Burgos? ¡Con la verja de la puerta de la Pellejería habría que quitarle el pellejo! ¡La pequeña que circunda el bulto de Cartagena es una profanación de tan hermoso monumento! ¡El cancel del Sarmental un horroroso armatoste desprovisto de arte! ¡Las vidrieras de la capilla del Santísimo Cristo son ridículamente feas, de un colorido y dibujo impropios de aquel ambiente! Las del claustro… ¿Pero a qué seguir analizando a la ligera la obra artística del señor Lampérez, si le he prometido llevarla a cabo con cierto detenimiento (...)?

Cumplió su palabra el conde de las Almenas, que en 1916 se descolgó con un librito en el que señalaba, con profusión de detalles -fotografías de Vadillo y dibujos de Saturnino López incluidos-, todas los presuntos atentados de Lampérez en el primer templo metropolitano. El título era más que elocuente: ‘Demostración gráfica de los errores artísticos de don Vicente Lampérez en Burgos’. El prefacio es toda una declaración de intenciones El ilustre profesor [refiriéndose al arquitecto], con su palabra fácil, persuasiva y amena, hará importante y brillante papel en cuantos Congresos asista, pero en Burgos ha estado verdadera y desdichadamente desacertado; con el lápiz en la mano su labor es temible, y esto es lo que me propongo demostraren las presentes láminas. Alguien ha pretendido que esta campaña mía obedece a móviles interesados, y deseo hacer constar una vez más que ningún género de cuentas he tenido nunca con el señor Lampérez; al contrario, si alguna vez, cuando me honraba con su apreciada amistad, pude hacerle algún favor, lo hice con muchísimo gusto; pero entre ella o la defensa del insigne monumento burgalés, tan admirado por mí y tan maltratado por él, he preferido sacrificar aquélla y defender éste.

Como explica la historiadora María José Martínez Ruiz, el conde de las Almenas aprovechaba tales intervenciones «para ofrecer sus propias ideas al respecto: proponía levantar sobre el solar del palacio episcopal un nuevo edificio para destinarlo a museo diocesano, contrario por completo al objetivo de las obras, que era despejar el entorno de la Catedral, pues Lampérez había dejado clara su intención de no construir sobre lo derruido. Pero lo más aventurado de la propuesta era la idea de colocar al nuevo museo como fachada el claustro de Sasamón. Y es que la manipulación y trasiego de las obras artísticas era una vía recurrente para el conde cuando la excusa final no era otra que la conservación del monumento».  Sostiene la historiadora que Palacio y Abárzuza no tenía ideas demasiado concretas: «No pasaban de ser meros planteamientos carentes de concreción alguna»; y que su actitud fue muchas veces contradictoria, lo que revelaría que, en efecto, sus verdaderos intereses tenían poco que ver con la conservación del patrimonio y mucho con el de su bolsillo. «Obviamente, el debate público suponía, en todo caso, un respaldo al patrimonio monumental , debate que en tantas ocasiones hubiera sido necesario para su salvaguarda. Pero al mismo tiempo ofrecía al conde de las Almenas una excelente oportunidad de mostrar su preocupación por el arte de la provincia y, más aún, de atacar directamente a Vicente Lampérez. Lo que resulta sin duda paradójico es que, dado ese interés por la defensa de los monumentos, se negara, por ejemplo, a apoyar la petición de que la iglesia de Sasamón fuera declarada monumento nacional. Esta solicitud había sido cursada por la Diputación Provincial de Burgos a iniciativa del diputado Rilova. Para el conde, sin embargo, tal extremo no habría de suponer más que la ruina y abandono de la iglesia. Tengamos presente que dicha declaración impediría el proyecto del conde de desmantelar su claustro para erigirlo en la Catedral».

En cualquier caso, apostilla Martínez Ruiz, la crítica no dejaba de ser curiosa: efectivamente las intervenciones de Lampérez tanto en la Catedral como en la Casa del Cordón (actuación sobre la que también atizó el conde de las Almenas) «pueden resultar hoy día cuestionables, pero no lo son menos las del conde en la Cartuja. Palacio y Abárzuza carecía, en nuestra opinión, de autoridad suficiente para poder expresar estas críticas: a fin de cuentas Lampérez era un arquitecto to reputado(...) mientras que el conde había hecho y deshecho en la Cartuja de Miraflores siendo tan solo un aficionado a las antigüedades y un conocido coleccionista».