Vestidos de azul

ROBERTO PERAL
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«'El partido', de Piero Trellini, reconstruye con minuciosa precisión toda una época a partir del encuentro Italia-Brasil de 1982»

Paolo Rossi marca el segundo gol de Italia ante Brasil en el partido disputado en el desaparecido estadio de Sarriá el 5 de julio de 1982.

Sabíamos que algún día tenía que pasar, pero el caso es que el berrinche nos lo vamos a llevar igual: hoy termina la competición de fútbol y tendremos que esperar diez intolerables semanas para volver a disfrutar y a padecer con el equipo de nuestras entretelas. De vivir en una realidad algo más civilizada, este verano nos habría deparado una Copa del Mundo como es debido con la que satisfacer nuestra adicción, pero los insaciables mercaderes del deporte han impuesto que el campeonato se dispute entre noviembre y diciembre, que viene a ser algo así como comerse las uvas por Pascua, así que habremos de afrontar un par de meses de abstinencia y confortarnos, si acaso, con el recuerdo de viejos mundiales que nos enardecieron cuando éramos felices e indocumentados.

Quizá la Copa más extraordinaria de las que uno ha vivido sea la que se disputó en España en 1982, cuando nuestro país se acicaló para presumir ante el mundo de haber dejado atrás la dictadura y exhibirse como una nación moderna y pujante. En un tiempo todavía sin globalizar, a los fanáticos de entonces se nos brindaba la rara oportunidad de ver jugar a Maradona, a Zico, a Platini, a todas esas estrellas que acabaron oscurecidas por el inesperado triunfo de la Italia de Rossi, Zoff, Tardelli y Gentille.

He recuperado estos días los detalles de aquel inolvidable campeonato gracias a un libro fascinante publicado hace unas semanas por la editorial Debate, El partido, del periodista romano Piero Trellini, un colosal y emocionante reportaje sobre los que los italianos tienen por los 90 minutos más extraordinarios de la historia del fútbol: el Italia-Brasil que se disputó en el desaparecido Sarriá el 5 de julio de 1982.

Que no abandonen, por favor, antes de tiempo los lectores que no se consideran tan futboleros como para merendarse más de 500 páginas sobre lo que pasó en un rectángulo de césped hace cuarenta años, por excepcional que se juzgue: lo cierto es que el libro de Trellini, escrito con el rigor de un historiador, el pulso de un reportero y la pasión de un aficionado, reconstruye con minuciosa precisión toda una época, de la política a la economía, del deporte a la sociología, de lo universal a lo microscópico, y va urdiendo, a través de las circunstancias personales de empresarios, gobernantes, periodistas, futbolistas, árbitros y entrenadores, una tela de araña que retrata con gran competencia las turbulencias de todo tipo que agitaban a países como España, Brasil, Inglaterra, Israel, Argentina y, por supuesto, Italia, enfangada en aquel entonces en las oscuras maniobras de la logia P2 y los últimos coletazos de las Brigadas Rojas.

El partido constituye además un relato esclarecedor del modo en que el fútbol empezó a convertirse en aquel momento en la gigantesca multinacional y el poderoso agente social que es hoy gracias a los grandes patrocinios, la explotación de los derechos televisivos y la conversión de los futbolistas en estrellas rutilantes, todo ello manejado por el turbio emperador del deporte más popular del mundo, João Havelange, con el respaldo de la familia Dassler, fundadora de la marca Adidas.

Es en su último tercio cuando el libro se centra en aquel tremendo Italia-Brasil de Sarriá y la narración adquiere los perfiles de una epopeya. La selección italiana había sobrevivido a duras penas a la primera fase del torneo, sin ganar un solo partido, y era escarnecida sin contemplaciones por la prensa de su propio país: la opinión unánime era que el equipo practicaba un juego espeso e inane y que su entrenador, Enzo Bearzot, un hombre reflexivo aficionado al jazz y lector de los clásicos griegos, se conducía como un 'viejo chimpancé' dominado por el estupor. Nadie consideraba siquiera la posibilidad de que Italia, que necesitaba ganar para pasar a las semifinales, pudiera imponerse a la gran favorita, el equipo de ensueño que había ido masacrando a todos sus rivales, y todos hacían votos por que la goleada no resultase demasiado vergonzosa.

La actitud fatalista de los periodistas italianos contrasta con el desbordante optimismo de los diarios brasileños, que encaraban el partido como una mera formalidad, convencidos de que el cuadrado mágico formado por Falcao, Zico, Cerezo y Sócrates ('el Doctor', aquel gigante que era capaz de tirar penaltis de tacón y que desafió desde su club, el Corinthians, a la dictadura militar de su país) era invencible.

El partido es también, al cabo, la historia de una redención formidable, la de Paolo Rossi, un delantero centro sancionado sin jugar durante los dos años anteriores por su participación en las apuestas ilegales de la liga italiana, que en los tres primeros partidos se había mostrado inofensivo y a quien todos los medios de comunicación consideraban un jugador acabado. Rossi marcó los tres goles de Italia en aquel partido, condujo más tarde a su selección a la final de Madrid y se convirtió en el máximo goleador de aquel Mundial y en mito eterno del fútbol de su país.

En España, claro, siempre tendremos a Iniesta, que tampoco es grano de anís. Ojalá alguien consiga escribir un libro sobre la Copa del Mundo de 2010 tan maravilloso como este de Piero Trellini.