La máxima que debe regir el oficio de historiador es contar e interpretar el pasado con total honradez intelectual. No dudo de que la mayor parte de aquellos que se dedican en nuestros días a las nobles tareas historiográficas así lo hacen. Hubo un tiempo en que la obsesión era cantar grandezas dando origen a las 'leyendas rosas' nacionales, que iban acompañadas de las 'leyendas negras' que se aplicaban a los demás. También hubo momentos en que se quiso construir una historia mecánica, basada en criterios preconcebidos de filiación marxista que consideraba que aspectos tan importantes en la vida de los pueblos como son los espirituales solamente formaban parte de una superestructura ideológica tendente a la dominación de unas minorías sobre las mayorías. Por fortuna, los años 50 del siglo XX vieron la renovación historiográfica que supuso la Escuela de los Annales, generándose un tipo de historia poliédrica, en la que se integran todos los perfiles susceptibles de estudio sin presupuestos establecidos.
Traigo todo esto a colación en relación con las muy divergentes interpretaciones que se siguen haciendo de nuestra presencia, en otros tiempos, en territorios ultramarinos, que, en muchos casos, basculan entre la 'imperofilia' y la 'imperofobia', conceptos que dan título a dos libros recientes de enorme éxito editorial y claramente contrapuestos. Pues bien, ni rosa ni negra, nuestra presencia en aquellas tierras, a mi juicio, estuvo llena de muchas luces y, cómo no, de sombras, aunque a veces empleemos criterios actuales para hacer referencia a presuntas oscuridades. Oía hace poco a un buen amigo definir, de manera jocosa y reconociendo la simplicidad de sus palabras, que las diferencias a la hora de escribir historia entre ingleses, franceses y españoles es que los primeros sólo cuentan lo bueno, los segundos narran las derrotas como victorias y que nosotros contamos esencialmente lo malo. Pues bien, contémoslo todo, pero descargándonos de prejuicios antiguos o modernos. La pregunta final es si el resultado de nuestra presencia en muchos territorios más allá de la Península los mejoró o los empeoró. Intenten responderla. Por mi parte, no exigiré que los romanos nos pidan perdón por los males que nos hicieron, pues creo que es más lo bueno que nos dejaron.