Hay jugadores que son víctimas de sus propios complejos y otros que resisten a serlo. Ferrán Torres tenía, muy a su pesar, todo angustiosamente encarrilado para convertirse en un carísimo juguete roto por la presión… y decidió rebelarse contra su destino. El que parecía escrito. El que le destinaba a ser un 'meme' andante, un patético comediante que pululaba sobre el césped incapaz de recordar quién fue y por qué pagaron 55 millones de euros por su ficha.
El fútbol es cruel con sus 'payasos'. Nadie elige serlo: son futbolistas que cometen el pecado de fallar un gol cantado o errar dos pases claros, y a partir de ese punto el público los señala con violencia. Y cada vez que reciben la pelota, un incómodo murmullo se apodera del graderío y, si vuelve a fallar, se puede intuir una carcajada cruel en su reacción. Esa presión es asfixiante para muchachos que están empezando (Ferrán, tocado con la varita mágica de quien nació un 29 de febrero, aún tiene 23 años) y, habitualmente, se los lleva por delante. Es decir, son incapaces de despojarse de esa losa.
Ferrán eligió revolución. Mentalidad de tiburón, el animal con el que decidió identificarse en las redes sociales para salir del pozo. Eligió, en definitiva, mirar atrás y descubrir qué armas y recursos le llevaron a irrumpir en la elite como un elefante en una cacharrería con apenas 17 años, quién era aquel canterano del Valencia que se comió la banda derecha de Mestalla hasta competir primero y desbancar a jugadores como Guedes, Mina, Rodrigo…
Explosión y salida
En aquel Valencia batió varios récords de precocidad: fue, por ejemplo, el primer menor de 20 años en marcar en Champions con el equipo 'ché' o el más joven de la historia del club en alcanzar los 50 partidos oficiales (hito logrado el 23 de noviembre de 2019) y aquella elegante zancada escondía 'algo' que Pep Guardiola quiso descubrir: el Manchester City pescó en río revuelto (el Valencia post-Marcelino acababa de empezar su caótica andadura, hoy todavía en marcha) y Ferrán vistió de azul cielo.
En el Etihad, el fútbol descubrió a un futbolista notable, capaz de leer los espacios de una forma asombrosa, impropia de su edad; y a un jugador que controlaba tan bien el 'timing', la hora de atacar, que irrumpía en el área siempre con peligro. Guardiola lo usó varios partidos como 'nueve' y el chico de Foios respondió sobradamente: 16 goles en apenas 43 partidos.
Temporada y media de descubrimiento, tiempo que impulsó al Barça a incorporarlo en enero de 2021 buscando la revolución post-Koeman, alguien -que llegó junto a Aubameyang- capaz de dar estabilidad a un ataque mermado sin Messi, con un Dembelé renqueante, un Depay apagado y un Luuk De Jong que actuaba como mero recurso.
Año duro
Aquello funcionó de entrada, pero la 22/23 fue una lenta tortura para Ferrán. Le habían fichado a Raphinha para 'su' banda y Lewandowski cerraba cualquier hueco para improvisarle como 'nueve'. Sus minutos sobre el césped, llenos de dudas, eran erráticos. Pases fáciles que se iban afuera, remates sencillos sin final feliz… Y el insoportable murmullo instalado en la grada. El pasado curso pudo ser su tumba, pero Ferrán Torres, el 'Tiburón', se recompuso. Trabajó con un psicólogo. Y con un nutricionista. Y con un preparador físico particular. «A nivel mental estoy hecho un toro, nadie va a poder conmigo y eso es lo importante», dijo a finales de junio.
Fue el máximo goleador en la pretemporada del Barça (4) y es el máximo goleador del equipo (2) junto a Robert Lewandowski, a pesar de haber jugado apenas 63 minutos en tres partidos, 300 menos que el polaco. Este martes, en Granada, demostró que esta puede ser la 'temporada del Tiburón': llegó a la selección (no iba convocado desde el Mundial) por las lesiones de Olmo y Asensio, entró en el 60 y marcó dos goles. Este curso le sale a un gol cada 23 minutos. Una media asombrosa. «Debo trabajar para convencer al 'míster'. Y creo que voy por el buen camino». Sin duda, el mejor camino posible.