El éxito de 'las señoras' contra la muerte infantil

G.G.U. / Burgos
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Martín de Frutos presenta el libro 'La Gota de Leche de Burgos', en el que destaca el papel de las mujeres en la captación de fondos para que esta entidad pudiera dar leche a los niños

El médico intensivista jubilado Martín de Frutos ha dedicado niños a investigar sobre 'La Gota de Leche de Burgos'. - Foto: Alberto Rodrigo

El exjefe de la UCI de Burgos Martín de Frutos, jubilado en 2005, ha escrito una decena de libros sobre historia sanitaria en la provincia, pero no deja de sorprenderse de lo que descubre en documentos varios de archivos y bibliotecas. Y ahora que presenta su última obra, La Gota de Leche de Burgos, tampoco. «Sigue llamándome la atención que hubiera gente con tan buena intención; personas que dedicaran, además de dinero, muchísimo tiempo a intentar solucionar problemas de muy difícil arreglo».

En el momento en el que se fundó esta asociación benéfica, en 1909, si había un tema preocupante era la altísima mortalidad infantil. «Burgos era la octava provincia de España con mayor mortalidad de niños: el 35% fallecían antes de cumplir seis años», dice De Frutos, citando un estudio sobre demografía de la provincia que realizó el médico Emilio Andrío entre 1903 y 1907. Este facultativo constató que el 25,7% fallecía por causas respiratorias; el 19,5%, por «problemas digestivos»; el 12,6%, por raquitismo; el 14,5%, por enfermedades infecciosas; y el resto, por temas «nerviosos», patologías congénitas u otras. Ante semejantes cifras, ¿había motivo para fundar una asociación dedicada a suministrar leche de vaca tratada para el consumo de los lactantes cuyas madres no podían amamantarlos? La respuesta es categórica y se desgrana en el libro que el intensivista y estudioso presentaba esta tarde en la Sala Polisón.

«El nombre de 'Gota de leche' se dio en Francia, donde se creó la primera en 1894. Esa y todas las que copiaron su modelo constaban de tres actividades: consulta para lactantes, entrega de leche esterilizada y manipulada para hacerla menos grasa y, la tercera, educación maternal», cuenta De Frutos, destacando que en Burgos la última se unificó a las consultas, porque «bastante tenían las madres con ir todos los días a recoger el cestillo metálico». Los biberones se repartían a diario, en función de la edad y del peso del crío y, en los 32 años en los que funcionó esta entidad privada en la capital (de marzo de 1909 a julio de 1941), en cuatro sedes: las dos primeras en la calle San Juan (esquina con Almirante Bonifaz y Santander), en la calle San Lesmes y, por último, en el hospital municipal, que estaba en el inmueble que hoy ocupa la Biblioteca de San Juan.

«El mérito de esta institución es extraordinario», reitera de Frutos, destacando que muy pocas 'Gotas' en España eran privadas y que, a pesar de las muchísimas dificultades sociales y económicas que afrontó la de Burgos, consiguió su propósito de reducir la mortalidad infantil. Así lo prueba el facultativo en múltiples gráficos en los que se observa que «mientras que la mortalidad infantil en Burgos estaba por encima del 10% o del 15%, la de 'la Gota' se mantuvo en torno al 5%». Hubo años en los que la diferencia con respecto al dato global fue, incluso, más acusada.

A este éxito contribuyó la gestión de la junta directiva, conformada por varones, pero De Frutos se detiene en este libro en el papel de lo que denominaron 'junta auxiliar', «que era 'junta de señoras' y, en muchos casos, señoras de los señores de la directiva o de otros bien de la ciudad». En todo caso, este grupo de mujeres «tuvo muchísimo mérito por los beneficios que obtuvieron». Su aportación extraordinaria comenzó con una fiesta en El Parral, pero luego se estabilizó con una tómbola bienal de juguetes en la que obtenían más de 6.000 pesetas, una cantidad entonces ingente.

«El éxito era impresionante y se notaba en los balances económicos, el año que había y el que no», dice De Frutos, destacando que la junta de señoras funcionó hasta el final de la entidad, en 1941, cuando la posguerra la dejó sin donantes «y lo tuvieron que dejar». El cometido se trasladó al Instituto Provincial de Higiene, hasta 1972, cuando no era necesario más.