«¡París era la hostia!»

R.P.B. / Burgos
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La Ciudad de la Luz, donde conoció a Picasso y a otros grandes genios, marcó la trayectoria artística de Ignacio del Río • En ella se empezó a pulir el diamante en bruto que era el pintor burgalés • Siempre amó la ciudad del Sena

A Ignacio del Río le deslumbró tanto París que fue el único lugar del mundo en que sintió hambre de verdad: se pasaba los días pateándose la Ciudad de la Luz con tanta admiración que se le olvidaba comer. Cuando, al caer la noche, regresaba a su buhardilla de La Rue des Ecoles, estaba tan fatigado que apenas probaba bocado y se quedaba dormido como un tronco. Como a todos los grandes artistas, París marcó a Ignacio.

No sólo era la capital artística del mundo: llegó allí con 17 años y el alma abierta de par en par, predispuesto para la fascinación, para el hechizo, para embeberse de cuanto la mítica ciudad le ofrecía, que era mucho. «¡París era la hostia!», recordaba con nostalgia el pintor burgalés hace apenas unos meses, evocando aquella etapa fundamental en su concepción como artista.

París era, en efecto, el paraíso: el Barrio Latino, Saint Michael, el Trocadero, el Louvre, las riberas del Sena, Montmatre... «Tenía ganas de ser alguien, estaba decidido a entender las cosas, a comprenderlo todo. Era una ciudad mágica. Iba al Louvre a menudo a encontrarme con la Victoria de Samocracia, con la Venus de Milo, con la Gioconda... París era la capital del mundo», recordaba. Se instaló en la ciudad acogido por la familia de su amigo Michel, que le dejó un cuarto para dormir y una buhardilla en la que poder pintar.

Descubriendo la libertad

Fue en París donde, por primera vez, se sintió plenamente libre; esa experiencia vital le dejaría honda huella: ya no abandonaría es impulso de libertad hasta la muerte. «Me sentí libre, sin ataduras, dispuesto a aprenderlo todo». En París aprendió, estudió y pintó desaforadamente, sobreviviendo a salto de mata, con muy poco, vendiendo retratos a los turistas que subían a Montmatre.Descubrió la obra, y en algunos casos también personalmente, de los grandes genios de la época: Picasso, Miró, Cocteau, Fernan Léger, Giacometti, Kline, Kandinsky... Todos le entusiasmaban.

Un día, aquel joven descarado se acercó a Picasso, el gran gurú, el genio vivo, y le hizo un garabato, un retratillo al vuelo, y él le firmó un libro. Volverían a coincidir en la Exposición Colectiva de Pintores Españoles en París que homenajeó a Antonio Machado.

Siempre París

Regresó años después, ya casado con su primera esposa y su primer hijo.Se instaló en la Rue Descartes, cerca del Panteón y de La Métode.Como recordaba el pintor en un catálogo de su primera época, aquel regreso a París fue fructífero en lo creativo, pero le descurbió el reverso oscuro de la realidad: «pinté, y pinté; dándome cuenta en cada cuadro que la maravillosa comlejidad de la vida desbordaba siempre el arte, que cuanto más profundizaba en los secretos de la pintura más me alejaba de la vida, más me cogía a contrapelo y por la espalda. ¿Tenía algún sentido romperse la cabeza con premeditación por temas que no estaban en la vida todos los días? Este era mi caballo de batalla de aquella época».

Jamás olvidó Ignacio del Río aquel París de sus años mozos. Fue la ciudad que amamantó sus sueños, que inflamó su desbocado corazón, que modeló aquel diamante empeñado en brillar.Algunos de los cuadros por él más queridos pertenecen a esa época única, a aquella efervescente juventud, a la etapa en la que creyó que iba a vivir para siempre.