El retratista del alma

R.P.B. / Burgos
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Intuitivo como pocos, Ignacio del Río poseía el don del retrato • Realizó miles de ellos, algunos de los cuales son verdaderos ejemplos de maestría, rayana en la absoluta perfección

Dueño de un trazo prodigioso, sus retratos son directamente incomparables, escribió Tino Barriuso de una de las especialidades de Ignacio del Río: captar la esencia, el alma de quien se colocaba al otro lado del caballete. Daba igual si el retratado intentaba simular una pose, amagar un rictus artificial, esgrimir una sonrisa de falsete, aparentar, en resumen, lo que no era: el pintor ya le había hecho la foto, ya había visto más allá. Y más adentro. Ignacio tenía ese don. «Hay que pintar como si estuviésemos peleando a muerte», decía el artista.

Ignacio era un cazador. Le bastaba una mirada, a veces aguzar sólo un poco los ojos, con ese perfil aguileño tan suyo y tan de todos, y en una alboroto de trazos desnudaba a su oponente. Lo dejaba en cueros; como aquel troppo vero que tuvo que escuchar Velázquez de Inocencio X, el retratado, al verse, abría la boca, los ojos, exhibiendo perplejidad, asombro. Admiración. «¿Cómo es posible?», solían interrogarse ante la sonrisa pícara y traviesa del pintor. Hay retratos de Ignacio del Río que trascenderán en el tiempo y en el espacio. Increíble, formidable el que le hizo a su amigo el director de teatro y poeta Juanjo Ruiz Rojo, que ilustra este reportaje. Al audaz que dedicó al arzobispo Pérez Platero. El de Julián, el vagabundo errante, con quien Ignacio tanto quería. El que improvisó a Vela Zanetti mientras el tonante pintor ribereño remataba una obra.

Hizo miles de retratos Ignacio del Río: al óleo, con pastel, con cera, con carboncillo. «A mí siempre me ha gustado hacer retratos, acercarme a la gente, conocerla, observar. Para mí el mayor espectáculo del mundo es el hombre», dijo en cierta ocasión.

Tenía todos los retratos de Ignacio del Río algo de Rembrant, mucho de Renoir, influjos de Manet. Y todos poseían, por encima del impresionismo, por encima incluso de su perfección (en tantos de ellos escandalosa), algo mucho más valioso porque sólo estaba al alcance de unos pocos elegidos: verdad. Los retratos de Ignacio rezuman verdad. Y qué es el arte sino eso. Pura verdad de la buena.