110 tramos fluviales de la provincia tienen riesgo significativo de inundación

H. Jiménez / Burgos
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La gran mayoría se ubica en la cuenca del Ebro, con 40 áreas de peligro potencial, entre ellas las de Miranda, Frías y Briviesca. En el Duero afectan a Burgos capital, Aranda y Lerma

Los mayores siempre dicen que el agua acaba recuperando su sitio. Que por mucho que el hombre se empeñe en construir presas, en dragar los cauces o en construir urbanizaciones en las vegas, al final las crecidas regresan por donde siempre fueron y la naturaleza nos da un toque de atención y de paso una lección de humildad.
Hace una semana el río Ebro volvió a demostrar que, cuando la lluvia y la nieve quieren, las crecidas mandan sobre lo que se las ponga por delante. Y eso que, en teoría, disponemos de más información que nunca para poder adivinar hasta dónde llegarán las aguas cuando las circunstancias se compliquen.
Desde hace más de tres años tanto la Confederación Hidrográfica del Ebro como la del Duero, cuyas cuencas dominan casi a partes iguales el territorio burgalés, disponen de un listado cartografiado de áreas con riesgo potencial significativo de inundación. Y un recuento superficial basta para detectar alrededor de 110 tramos fluviales con peligro medio o alto distribuidos por los cuatro puntos cardinales de la provincia.
Partiendo de estudios históricos que se remontan a las crecidas de muchos siglos atrás y sumándolos cálculos teóricos y mediciones hidráulicas para establecer las crecidas cíclicas de cada 10, 100 y 500 años las confederaciones establecen riesgos de nivel bajo, medio y alto, que después aplican con colores sobre los mapas fluviales. Y así, el de la provincia de Burgos queda salpicado por más de un centenar de rayas verdes, naranjas y rojas que indica el nivel de riesgo.
Ojo. «Todo lo colindante con el cauce trae riesgo», advierte Marisa Moreno, jefa de Hidrología y Cauces de la Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE). Pero dentro de esa peligrosidad hay grados, y las poblaciones afectadas deberían tener mucho más en cuenta lo que las atañe a ellas.
De hecho, tal y como explica Moreno, los criterios para la clasificación de los tramos incluyen el factor determinante de la exposición y la vulnerabilidad. Es decir, si existen bienes que pueden resultar dañados, y evidentemente en el caso de las poblaciones esto se da con mayor frecuencia que en los tramos que atraviesan zonas no urbanizadas.
A la primera fase de identificar las áreas con riesgo potencial de inundaciones se pasó, según detallan en la CHE, a la elaboración de mapas con mucho más detalle y precisión. Y a partir de estos surgieron las zonas de riesgo todavía más detalladas que incluso permiten acercarse desde la visión cenital hasta cada localidad y allí calcular la población y los bienes económicos teóricamente afectados por una hipotética riada, partiendo de los censos del Instituto Nacional de Estadística. 
 
En fase de remate. Todo esto concluyó en 2013 y ahora, un bienio después, las confederaciones se hallan inmersas en el remate de todo ese trabajo previo mediante un Plan de Gestión del Riesgo de Inundaciones. En el caso del Ebro el documento está en fase de información pública y se prevé que esté listo a finales de este año.
«Con él intentamos hacer una labor de prevención para prevenir antes que curar, de divulgación para que lo conozca cuanta más gente mejor, de protección no solo medidas estructurales sino mediante sistemas de alerta temprana, de preparación en coordinación con Protección Civil para casos de evacuación o avisos a la población, y también de medidas post avenida de recuperación y de aprendizaje partiendo de lo que haya ocurrido».
Precisamente ahora sería el momento perfecto para sacar conclusiones sobre las riadas de los días 31 de enero y 1 de febrero. A la vista de lo que ocurrió en poblaciones como Miranda de Ebro, anegadas por la fuerza de las aguas, podrían implementarse medidas como un sistema de avisos que funcione mejor y de forma más ágil que los actuales, la prohibición de aparcar en zonas inundables cuando existan riesgos, la preparación de parapetos o cuestiones tan de sentido común como el resguardo de bienes de valor tanto de las viviendas como de los comercios que puedan resultar potencialmente afectados.
«Se han hecho muchas barbaridades», admite la jefa de Hidrología y Cauces de la CHE, a lo largo y ancho de la geografía española durante décadas de ignorar las avenidas periódicas. «Si nos fijamos bien veremos que la mayoría de los cascos históricos están fuera de la inundabilidad, mientras los crecimientos del último medio siglo han tendido a ocupar zonas llanas y más sensibles que al final sufren las consecuencias».
El caso de Frías puede ser paradigmático. Mientras la vieja localidad fortificada se apiñó durante siglos en un alto, la extensión del pueblo se hizo acercándose al Ebro y el cámping que llevaba casi 40 años funcionando tenía como uno de sus grandes atractivos el estar asomado al cauce. Tanto que hace unos días las casas y caravanas flotaban.
«Se nos olvida enseguida el terreno por el que va el río cuando crece, pero episodios como este último nos recuerdan que los cálculos responden a antecedentes y a riadas periódicas, que quizás no se vean durante una generación entera, pero que antes o después llegarán», subraya Marisa Moreno.
Su advertencia es también una llamada a la humildad del hombre en cuanto al alcance de sus medidas. «Somos demasiado osados haciendo defensas que podrán paliarlas pero que llegado el momento no evitarán las avenidas». En Burgos capital, por ejemplo, las marcas en los soportales de la Plaza Mayor recuerdan que hubo un día en que las aguas se adueñaron del centro de la ciudad. 
Ahora existen, aguas arriba, dos presas que contribuyen a regular el Arlanzón y que hacen improbable que se alcancen aquellas cotas. Pero en los mapas ese tramo figura en rojo. Por algo es. Y no debería olvidarse.