Luis Sáez, tres años en un almacén

Gadea G. Ubierna / Burgos
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El pintor donó cientos de obras al Museo de Burgos con un requisito: que en el plazo máximo de diez años se buscara un espacio permanente y digno para exponerlo. Si no, revertirá a sus herederos

Luis Sáez en su estudio en 2009, mientras preparaba su última exposición en el Museo de Burgos. - Foto: Jesús J. Matías

Quienes mejor conocieron a Luis Sáez están convencidos de que si él estuviera vivo y viera que en tres años no se ha hecho nada con los cientos de obras que legó a la Junta de Castilla y León, y por extensión al Museo de Burgos, cambiaría de decisión y buscaría otro destino a su legado. El próximo 18 de mayo se cumplirán tres años de la muerte del pintor, pero él había comenzado a organizar la suerte de su herencia artística con mucha antelación. Sus amigos cuentan que tenía muy claro qué quería hacer y qué esperaba de los receptores de buena parte de su producción, pero su previsión parece no haber servido de nada porque hasta la fecha no se ha satisfecho ninguno de sus deseos. Y aunque al hablar de un legado parece que se habla de la eternidad, el tiempo corre en contra de la Administración, porque si en los próximos siete años no se dan pasos relevantes para buscar una ubicación permanente a su obra, todo lo que guarda el Museo de Burgos en un almacén desde hace tres años revertirá a los herederos de Luis Sáez.

El pintor de Mazuelo de Muñó murió a los 84 años y trabajó mucho, tanto que hubo quien lo criticó por este motivo. Y a lo largo de su vida siempre tuvo claro que había piezas de las que no se quería desprender. Eran óleos, dibujos o grabados que por un motivo u otro fue almacenando en su casa, a los que tenía aprecio y de los que recordaba detalles que hacían reír a quienes le escuchaban contar anécdotas relativas a tal o cual retrato pintado durante su época de estudiante en Madrid, por ejemplo. En otros casos eran las características del cuadro -demasiado duro o demasiado grande, por ejemplo- las que le convencieron de que le pertenecía. La cuestión es que cuando el párkinson fue mermando cada vez más su calidad de vida y él fue consciente de que su tiempo se agotaba, tenía muchísimas obras en casa. Así que en compañía de amigos íntimos hizo un inventario, fotografió y catalogó todas y cada una de las piezas que tenía. Y también fue a lo largo de este proceso cuando decidió qué parte iba a dejar en herencia a sus hijos -favorables a la donación- y qué parte quedaría para la ciudad de Burgos.

En esta determinación pesaron varios motivos. Por una parte, él deseaba que su obra estuviera siempre a disposición de los amantes del arte y de los estudiosos, pero por otra tenía la convicción de que un artista que no tuviera un espacio físico en el que exponer de por vida, en cierto modo estaba condenado al olvido o, al menos, a que no se le reconociera como merecía. Pensaba que era lo que había pasado con Modesto Ciruelos, por ejemplo, y no quería que le ocurriera lo mismo.

Así que se planteó hacer una donación de por vida a la Junta de Castilla y León, gestora del Museo de Burgos, con una única condición: que se buscara un espacio permanente y digno para su legado. Cuando llegó el momento de firmar el documento notarial de cesión se especificó que en el plazo máximo de diez años a partir de su fallecimiento se destinaría una sala permanente para Luis Sáez y la Junta aceptó el compromiso de forma oficial, e incluso hizo mención a la entonces reciente adquisición del cine Calatrava. Y el pintor murió con el convencimiento de que permanecería para siempre en ese edificio de la calle Miranda, que estaba llamado a formar parte de la fracasada ampliación del museo provincial. Tan seguro estaba que incluso visitó el antiguo cine y, según explican amigos que lo acompañaron en ese recorrido, quedó satisfecho y tranquilo con lo que vio.

Amontonado

Con la perspectiva que da el tiempo, hay íntimos de Sáez que consideran que no fueron suficientemente incisivos a la hora de marcar unas cláusulas más concretas y estrictas en el documento notarial de cesión, algo a lo que atenerse ahora que va pasando el tiempo y no se hace nada con la obra. Pero si es cierto que solo se firmó el compromiso de buscar un espacio físico digno antes de mayo de 2020 -ni siquiera se especificó que tuviera que ser el Calatravas- quienes acompañaron a Sáez en todo el proceso de organizar el legado explican que todos los presentes en la notaría sabían cuáles eran sus deseos no escritos:que su producción estuviera siempre a disposición de los estudiosos y que se organizaran exposiciones temporales.

Esta última petición se basaba en dos cuestiones:la ingente cantidad de piezas que donaba y el miedo de que pudiera llegar a pretenderse exponer mucho a la vez y amontonarlo todo. Así que, pensó que podía dividirse en etapas o estilos y mostrarse poco a poco de forma ordenada. Esto es algo que el Museo de Burgos tiene previsto hacer y, según declaró a este periódico su directora, Marta Negro, tiene idea de hacerlo «pronto». Negro señaló que son conscientes de que Sáez, al donar cientos de bocetos, grabados, fotografías y otros documentos, no solo donaba su obra sino también su memoria, por lo que afirmó que organizar su legado es prioritario. Sin embargo, no dio fechas ni plazos.

Otra de las cuestiones en la que tampoco hay acuerdo entre allegados al pintor y receptores del legado es en la cantidad donada. Todos los consultados coinciden en que es una cantidad «ingente», pero mientras que su círculo íntimo habla de unas cuatrocientas piezas, seiscientas como mucho, la directora del Museo de Burgos afirmó en este periódico que eran 1.200 obras, de las cuales una mínima parte son óleos. Negro reiteró que el legado que les corresponde al menos durante los próximos siete años supera el millar de piezas, cifra que sorprende a las amistades de Sáez por excesiva. Pero con independencia de las cifras, lo que sus amigos y familiares piden es que no se deje pasar más tiempo y el Museo ponga a disposición de los burgaleses su obra antes de que sea demasiado tarde, porque no hay nada que lo impida.