Centenaria: La abuela de los Barbadillos

Belén Antón
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Cristina Rodríguez Millán cumple hoy 103 años. Momentos duros, felices y experiencias por compartir, más de un siglo de vida que la entrañable centenaria recuerda con gran detalle

Cristina junto a su hija Toñi, a la izquierda en la fotografía, su hija Basi, a la derecha, y su nieta Beatriz, la más joven de las cuatro. - Foto: Azúa

Recuerda como quien cuenta algo del ayer cada detalle de su vida sin titubear y con una viveza y sentido del humor admirable y envidiable. Más de un siglo de vivencias, trabajo, momentos duros, felices y muchas experiencias que Cristina Rodríguez Millán puede seguir compartiendo con los suyos, que hoy la acompañan en su 103 aniversario.

Nacida en Barbadillo de Herreros el día de Santa Cristina, de ahí su nombre, esta longeva mujer, risueña y presumida, se crió entre telas, hilos y patrones. «Mi padre era sastre, mi madre modista y yo cosía con ellos. Los vecinos compraban las telas y las traían, de ahí hacíamos chalecos, pantalones o camisas», cuenta la centenaria, que recuerda como Pedro, su progenitor, tocaba muy bien la guitarra. «A veces lo hacía en la plaza del pueblo».

Durante su niñez y juventud, Cristina aprendió a leer gracias «a los buenos maestros de Barbadillo» y trabajó con sus padres y sirviendo al boticario y al veterinario. «A veces bajaba a Barbadillo del Pez, a las fiestas, pero siempre andando porque me daba miedo la bicicleta, no quise aprender a montarme en ella», cuenta esta mujer, que detalla como una vez, con dieciséis años, llegó hasta Valdepez con un bonito vestido. «Llamaba la atención, parecía una reina», rememora entre risas.

Con 22 años, Cristina contrajo matrimonio con Carlos Neila, también de Barbadillo de Herreros. «Mi marido era tornero y trabajaba en una fábrica de sillas y camas en el pueblo. Aquí las hacían y después las mandaban a Madrid para acabarlas. Todas las camas de nuestra casa las hizo él. Vicente Verdugo era el nombre del dueño», relata. Con Carlos ha formado una larga familia compuesta por 10 hijos (Isabel, Basilia, Félix, Daniel, Vicente, Carlos, Valentina, Araceli, Salvador y Toñi), 24 nietos, 24 bisnietos y un tataranieto. «Tengo familia en Tarragona, San Sebastián, Santander, Bilbao, Burgos y hasta nietos en Alemania», puntualiza.

Cristina compaginó su labor de madre con el trabajo en el campo. «Dejaba a los niños con mi madre y a las cinco de la mañana salíamos de casa para aprovechar la fresca para trabajar. También teníamos que ir a lavar al lavadero», relata la mujer, que un día antes de dar a luz a uno de sus hijos estaba en el campo trabajando con el arado cerca de Monterrubio. «Se nos rompió y tuve que subir a por otro, que cargué al hombro. Al día siguiente estuve de parto», relata.

En Barbadillo de Herreros ha pasado la mayor parte de su vida, donde también fue testigo de la Guerra Civil. «La posguerra fue muy mala, había racionamiento y pasamos mucho hambre. Yo tuve suerte, porque durante un tiempo tuve que amamantar al hijo de la familia que hacía pan y éste nunca me faltó», explica Cristina, que recuerda como de niña vio funcionar la ferrería. «Echaban los minerales por encima de la chimenea y vi sangrar el horno y como salían los lingotes. También, aunque era muy pequeña, me acuerdo del ferrocarril minero. Barbadillo era un pueblo muy próspero».

A los 60 años dejó Barbadillo de Herreros para vivir en Tarragona, donde tenía entonces cuatro hijos. Después, volvió a la Sierra y se instaló durante varias décadas en casa de su hija Basi, en Barbadillo del Pez, donde es muy querida también. Ahora pasa temporadas en Barbadillo del Pez, Barbadillo de Herreros y Burgos, en casa de tres de sus hijos.