A fuego lento

Laura Romero / Burgos
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Los bizcochos de Carol • Tienda de repostería

Carolina trabaja sola en la tienda, desde donde también gestiona las redes sociales para dar a conocer sus especialidades. - Foto: Luis López Araico

Con el horno siempre listo para bizcochos, Carolina Martín quiso dar un toque muy dulzón a la capital. A fuego lento y con paciencia, así es como avanza Los bizcochos de Carol, una tienda de repostería que tiene deliciosas vistas a la Catedral. •

Cuando la calle La Flora se desperezaba solo al salir la luna, llegó Carolina para cambiar el ambiente de la zona y abrir un negocio diferente. El 2 de septiembre del año pasado la burgalesa abrió las puertas por primera vez y a día de hoy afirma que su tienda arranca despacio porque el consumo en general está muy reducido. «Mi negocio avanza lentamente, pero lo bueno es que tampoco va hacia atrás», considera. Poco a poco se está dando a conocer y los clientes cada vez están más familiarizados los sabores que cautivan sus paladares.

Carolina ha querido aportar innovación a la capital y por eso decidió especializarse en bizcochos para los más golosos y quiches para los amantes del salado. El pastel de zanahoria, el de naranja, el famoso brownie y el quiche de salmón ahumado se llevan la medalla de oro. También ha intentado marcar la diferencia con los desayunos, pues ofrece la posibilidad de llevar a domicilio una degustación de varias de sus especialidades recién hechas para que los jóvenes a sus parejas o los hijos a sus padres puedan sorprenderles nada más levantarse con esta deliciosa propuesta. De hecho, confiesa que los varones que rozan la veintena demandan mucho esta variedad. «Las mujeres somos más golosas que los hombres y valoramos más lo artesano», sentencia. Por eso un buen bizcocho se considera la mejor opción para el día de la madre o San Valentín, las fechas en las que más consumen.

Ella no apaga nunca el horno, porque en casa también cocina. «Cuando me invitan a cenar ya no pregunto si hay que llevar algo, ya sé que me encargo del postre», bromea Carolina mientras coloca los pasteles en la vitrina para cautivar a todo aquel que pase por el escaparate.

Autónoma y autodidacta, así se define. Aprendió a cocinar con su madre pero la curiosidad la llevó a experimentar con los sabores y a leer muchos libros de cocina. Entusiasmo, esfuerzo y perseverancia, los tres ingredientes que Carolina considera necesarios para emprender. «Sobre todo que hagan bien los números, que no miren el reloj y que nadie les quite la ilusión», aconseja. Además, asegura que volvería a montar su propio negocio una y mil veces porque «el tejido empresarial se forma, al menos en España, con pequeñas y medianas empresas», justifica. Lo mejor para ella es, a la vez, lo peor. «Eres responsable de lo bueno y de lo malo, y te llevas la preocupación a casa», explica. Ella sabe que su negocio aún avanza a fuego lento, pero hace un balance muy positivo de los meses que lleva en él y afirma que tiene esperanza, pues poco a poco se está dando a conocer gracias, en parte, a las redes sociales y, por supuesto, a que una vez que pruebas uno de estos manjares, resulta imposible no repetir.

Ha nacido con un bizcocho debajo del brazo y también tiene sangre emprendedora. Con 16 años tuvo su primer contacto con los cruasanes y el café y desde entonces todos sus empleos han estado muy relacionados con los dulces. Como buena amante de la repostería, hace una década decidió convertirse en su propia jefa y darle un sabor más personal a sus creaciones. Antes de Los bizcochos de Carol, tuvo una cafetería en la calle Santander. «Trabajaba 70 horas semanales, y como tenía ya este proyecto en la cabeza, decidí traspasarlo», cuenta. Así se puso manos a la obra en mayo. Con ayuda de banco y de sus ahorros, cuatro meses más tarde ya estaba su negocio abierto en el Arco del Pilar. Un local en el centro apetece a cualquier emprendedor y Carolina no iba a ser menos. «Elegí este por tamaño, precio y sobre todo vistas», afirma, encantada con la ubicación de la tienda, pues ofrece una perspectiva de la Catedral que quita hasta el hambre. Algo que Carolina fácilmente puede cambiar solo con abrir la puerta del horno y dejar salir el dulce olor de un bizcocho recién hecho.