Del «dónde te metes» al «eres una más»

I. ELICES
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Siete guardias civiles hablan de su experiencia en la Benemérita. La más veterana confiesa que tuvo que hacerse valer y las jóvenes admiten que lo han tenido más fácil y no se sienten discriminadas

«¿Tú estás loca? No sabes dónde te metes», le espetó su padre a María del Mar González cuando está comunicó a su familia que quería ser guardia civil. Era 1988, el año en que la Benemérita permitió por primera vez el acceso de la mujer al Cuerpo. En esa época, la reacción de su progenitor, y eso que también pertenecía a la Benemérita o quizá precisamente por ello, resultaba comprensible. Pero sus palabras no la desanimaron. Ese año no sacó la plaza, se quedó «a las puertas», pero al siguiente lo consiguió, porque es muy «cabezota», confiesa. Esta agente es una de las siete mujeres del Instituto Armado con las que ha hablado este periódico con el fin de analizar la evolución del papel de la mujer en la Guardia Civil, sus inicios, la convivencia con sus compañeros hombres o su grado de integración.     

Han pasado casi tres decenios desde que María del Mar, que atiende las llamadas de emergencia al 062 en el Centro Operativo de Servicios (COS), tenía que esperar a que todos los hombres de su destacamento salieran del vestuario para poder cambiarse ella. «No teníamos baños para nosotras, ni vestuarios, empezaron a hacerlos en ese momento;les pilló todo por sorpresa y al principio no sabían ni qué hacer con nosotras, nos tuvimos que hacer valer», relata. Pero todo aquello se acabó. «Lo que pasaron las primeras no va a volver a ocurrir, ellas abrieron el camino y las que vinimos detrás no hallamos tantas dificultades», comenta Cristina Boo Paradela, capitán psicóloga con 10 años de antigüedad en el Instituto Armado. Cuando era joven y vivía en cuarteles -es hija del Cuerpo- era testigo de conversaciones en las que se escuchaba «pero cómo vamos a salir de servicio con ellas». Ahora «esa expresión no se le oye a nadie». E incluso en los inicios una cosa eran las palabras y otra los actos, porque María del Mar asegura que muchos compañeros preferían patrullar con ella porque era «muy echada para delante, por aquello quizá» de tener que hacerse «valer».

María Santana también es una veterana de la Guardia Civil, con 25 años de profesión. Esta canaria, que ahora desempeña sus funciones en la Compañía Plana Mayor de la Comandancia, ha pasado por muchos destinos y asegura que el secreto para conseguir integrarse en un mundo de hombres ha sido «intentar ser una más». En 1998 fue la única chica de su promoción que hizo el curso de Tráfico y «jugaba al fútbol con los hombres». «Me llamaban la teniente O’neil (la película de Demi Moore); pero es que si no hacía eso era aislarme, algo a lo que no estaba dispuesta», explica, para añadir que nunca se ha sentido discriminada.

En estos momentos en torno a un 7% de la plantilla de la Guardia Civil en Burgos -61 efectivos- son mujeres. Los ejercicios teóricos que han de superar son, lógicamente, los mismos a los que se enfrentan los hombres. Y las pruebas físicas, también, pero las marcas que les exigen a ellas son más bajas. De todas formas no se arredran ante nada. Un ejemplo es el de Laura Salinas, una guardia civil cordobesa con 9 años de antigüedad en el Cuerpo que desde pequeña tuvo claro que quería seguir los pasos de su padre, que perteneció al Instituto Armado. Es la única mujer en la Unidad de Seguridad de Ciudadana de Comandancia (Usecic), que lleva a cabo numerosas misiones pero una de ellas es la de actuar como antidisturbios. «Por ser mujer no me dejan la última, cada uno tiene su puesto en una intervención y si hay que repartir leña lo hace todo el mundo». Advierte de que para el apaciguamiento de conflictos, peleas, la «mujer suele tener más empatía, son más mediadoras», con lo que la fuerza física en un trabajo como éste queda muchas veces en segundo plano.

La cabo Luisa María Marcos, del Subsector de Tráfico, confiesa que se le da bien tratar con infractores, a los que, «haciendo un poco de madre», suele convencer con más facilidad que los hombres para que soplen por el etilómetro o para que hagan una declaración. Los conductores ven a las agentes «más accesibles y creen que pueden torearlas», pero al final acaban dándose cuenta de que «han pasado por el aro» y no ha tenido lugar ningún conflicto.  Esta suboficial procede de una familia de guardias civiles pero no quería formar parte de la saga. Empezó a estudiar Arquitectura Técnica y «no salió» como ella quería. Ingresar en el Cuerpo era una segunda opción, preparó la oposición y ahora le encanta. Lleva ya 13 años en el Instituto Armado y no se arrepiente para nada de haber ingresado. «Me gusta mucho, sobre todo esta especialidad de Tráfico, en que hay que tratar con víctimas y familiares, con muchos de las cuales mantienes la relación durante meses y años, aunque hay que poner distancia para que no te afecte, hay que ser profesional», comenta.

El trato que dispensa la ciudadanía a las guardias civiles ha cambiado con el tiempo. Hace 25 años a los conductores «les sorprendía» ver a dos mujeres de patrulla, señala María Santana. Ahora todo se ha normalizado, aunque, lógicamente, hay hombres a los que les cuesta plantear según qué cuestión a una agente. «Hay tíos que te dicen: cómo te explico esto sin ser muy bruto, si fueras hombre», advierte Laura Álvarez, que trabaja en la Unidad Orgánica de la Policía Judicial, en delitos contra las personas. Es hija de guardia civil, pero nunca se planteó seguir los pasos de su padre. Su mejor amiga le dijo a los 18 años que se fueran a Valdemoro (al Colegio de Guardias Jóvenes), pero le dijo que no. Terminó los estudios, se hizo autónoma y, «como en León no abunda el trabajo», decidió que quería ingresar o en la Policía Nacional o en la Benemérita. Las oposiciones al Instituto Armado salieron antes y a esas se presentó, las superó y lleva 12 años en el Cuerpo. Su trabajo le resulta «muy gratificante, porque cuando eres capaz de aportar tranquilidad a las víctimas es maravilloso». Asegura que se siente «muy útil» y que no hay nada comparable a cuando llega «una madre o un abuelo a darte las gracias porque has ayudado a su hijo o nieto».

Y es que las siete tienen en común que disfrutan de su trabajo. Le ocurre también a Cristina Catalán, guardia civil en el destacamento de Seguridad Ciudadana de Aranda de Duero, representante en Burgos de la asociación AEGC , que acudió a la recepción con la reina Letizia el pasado septiembre. De pequeña se debatía entre ser veterinaria o policía, porque no conocía la Benemérita, era de ciudad. Finalmente ingresó en el Ejército, en Caballería, pero no le llenaba del todo porque «no había contacto con el ciudadano». «Y yo quería ayudar a los demás». En su unidad hace de todo, recoge denuncias, patrulla, hace controles, participa en urgencias sanitarias. «Es precioso, tratas con mucha gente y aprendes mucho;a veces solo quieren que les escuches». Es de la opinión de que en el Cuerpo «no hay diferencias entre hombres y mujeres, aunque quizá las víctimas de violencia prefieren» a estas últimas.

¿Les ha resultado sencillo conciliar vida familiar y laboral? Pues María del Mar no lo tuvo fácil, en ocasiones hubo coger a su hijo pequeño, envolverlo en mantas en mitad de la noche y dejarlo con un vecino porque su marido también trabajaba y ella tenía que quedarse con un detenido, en jornadas que se alargaban durante más de un día. «La conciliación no existió para mí», asegura. Cristina, que tiene dos hijos, señala que sus problemas son «como los de cualquier otra trabajadora». Cuando surgen imprevistos, en los que hay que atender una emergencia, «se tira de la red social, como haría una enfermera o un cirujano». María opina que «se ha mejorado mucho, a veces se hace cuesta arriba porque eres madre». Laura, con dos niños, tiene la suerte de que su marido ha decidido quedarse en casa y cuida de ellos, aunque «lo malo -admite- es cuando hay guardias de 24 horas, en las que hay que tirar de la familia».

«No ha sido fácil» la integración de la mujer , pero 30 años después las guardias civiles se sienten «como una más» en el Cuerpo.