El sabor de una buena arquitectura

Andrés Seoane / Burgos
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La burgalesa Diana Hernando y su compañero de estudio, el gijonés Carlos Bermúdez, quedan finalistas del concurso Mahou para rehabilitar el Palacio del Duque del Infantado en Madrid como «nuevo enclave de la cultura cervecera»

Cerca. Muy cerca. Así es como se que ha quedado la arquitecta burgalesa Diana Hernando de hacer realidad su proyecto de remodelación de la Casa Palacio del Duque del Infantado, en el corazón del madrileño barrio de La Latina.

Junto a su compañero de fatigas, Carlos Bermúdez, con el que fundó en 2010 Estudio Bher Arquitectos, Diana ha quedado finalista en el concurso convocado por Mahou y el Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid (COAM) para convertir la histórica edificación en un «nuevo enclave en el que vivir la experiencia de la cultura cervecera», objetivo marcado por los organizadores, tanto para los residentes de la capital como para los visitantes.

Diana reconoce que fue «un subidón» que seleccionasen su idea como una de las cinco finalistas entre las 163 propuestas presentadas, más aún dado el carácter internacional de la convocatoria y el «muchísimo nivel» que imprime al concurso el hecho de que estuviera organizado por el COAM. «Nos sorprendió bastante, no nos los esperábamos. Nosotros lo hicimos bien pero es muy difícil. Cuando nos enteramos fue una alegría muy grande», admite con una sonrisa. Una distinción de estas características se traduce en prestigio y currículum para la arquitecta y su estudio, amén del premio económico (8.000 euros) del que calcula que un 25% se quedó por el camino en gastos para la realización del proyecto.

Diana participa en concursos de un modo asiduo porque profesionalmente obligan «a estudiar y a mejorar», aunque procura no excederse. «Requieren un gran esfuerzo. Los concursos son muy exigentes, muy absorbentes, porque se te tienen que ocurrir ideas buenas y el proceso para llegar hasta ahí es complejo», explica.

En este caso, los fundadores de Estudio Bher buscaban un reto de mayores dimensiones, «algo a nivel nacional o internacional», y lo encontraron en la remodelación de la Casa Palacio. Un proyecto atractivo, un lugar emblemático y unas condiciones que encajaban con su perfil. Tras una visita guiada por el edificio a rehabilitar se decidieron a embarcarse en la aventura.

El proyecto

Tiempo y dedicación. Mucho de ambos. Para completar la documentación a entregar en la primera fase emplearon un mes del trabajo de dos personas. Y, sabiéndose ya finalistas, sumaron dos mensualidades más a las que se añade la ayuda de algunos colaboradores a la hora de la representación. Tesón y esfuerzo.

«Nuestro gran acierto, por lo que creemos que pasamos a la final, es porque resolvimos muy bien las circulaciones. La gran dificultad era que el edificio está muy protegido por temas patrimoniales. Prácticamente no se podían tocar las fachadas, nada de la estructura, tiene elementos catalogados y protegidos dentro del edificio...», explica Diana.

Los arquitectos proyectaron un edificio abierto para que el visitante tuviera una visión global desde cualquier punto y solucionaron así el exceso de compartimentación derivado de los múltiples usos y reformas que tuvo la Casa Palacio a lo largo del tiempo.

«Creo que la infografía que presentamos en la primera fase, que había que entregar dos paneles, fue lo que dio la clave para que pasásemos a la segunda», concreta.

Respecto a los objetivos planteados por la organización, Diana desvela la complicación que supuso la falta de «un programa funcional», es decir, una limitación de los metros cuadrados previstos a dedicar a cada espacio (área de institucional, de contenidos y de producto). Otro obstáculo a tener en cuenta fue la complejidad de incorporar una microcervecería. «Ellos quieren meter una fábrica  pequeñita, que la gente pueda visitar y en la que se consuma la cerveza producida allí. Eso en la realidad tiene unas condiciones muy específicas y ellos no te las daban», argumenta.  

A pesar del agotamiento motivado por la exigencia del tramo final del proyecto, la arquitecta admite que «luego, cuando haces autocrítica, estás deseando que salga otro concurso para volver a hacerlo y aplicarlo todo. Merece la pena», concluye. Un poco más de suerte para el próximo.