Por fin de nuevo solos los dos: solos tú y yo en esta sala. Se acabó la tregua, he conseguido remontar y retomo las sesiones de quimioterapia; la sexta. Estoy lista para seguir, preparada para volver a la carga; lo que no sé es si tú lo estás, porque estás recibiendo el mismo castigo que yo. Y quiero que sepas que pienso seguir peleando contra ti, paralizarte, aniquilarte y acabar contigo cueste lo que cueste: es una promesa.

Tú podrás seguir haciéndome daño; pero no importa. Podrán volver los dolores musculares que hacen que casi no pueda salir de la cama, y el cansancio y la fatiga; pero no importa. Podrán volver las llagas en la boca, me costará comer y beber; pero no importa. Podrás volver a mandarme a urgencias con más complicaciones, la última hace apenas cuatro días con problemas en las uñas de los pies: has hecho que también allí aparezca el dolor y pus bajo ellas con lo que tengo que llevar los dedos vendados. Bien, aparco entonces mis tacones y me enfundo en zapatillas; pero no importa. Ya no me quedan pestañas y apenas cuatro o cinco pelillos en las cejas y la cara refleja una palidez a la que no consigo acostumbrarme; pero no importa.

Tendré que volver a pincharme esas inyecciones en la barriga que me sirven para subir todas esas defensas que tú te estás llevando por delante; pero tampoco importa porque cuanto más daño y dolor me provocas, más ganas tengo de enfrentarme a ti.

Esto es la guerra, una guerra que tú has empezado y que yo pienso terminar; y eso, es lo único que importa.