Cuando Burgos pudo ser la capital de España

R. Pérez Barredo / Burgos
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El historiador Luis Castro Berrojo publica el estudio 'Franco, huésped honorario de Burgos', en el que desentraña la estrecha relación que siempre mantuvo la ciudad con el dictador

Uno de los últimos Consejos de Ministros celebrado por Francisco Franco en Burgos, concluida ya la Guerra Civil, tuvo mucha enjundia y ciertos momentos de tensión. En el amplio salón de la planta baja del Palacio de la Isla, reunidos todos los jerarcas del Nuevo Estado con su ‘Caudillo’ al frente, Serrano Suñer, ministro de Gobernación, número dos del régimen y Cuñadísimo, dio un paso al frente. Ante la atónita miradas de todos, defendió que Madrid, la ciudad que tanto se había resistido durante la contienda, el último bastión de las hordas rojas, no era digna de acoger el gobierno de la España que empezaba a amanecer.

La mayoría de los presentes se removieron incómodos en sus sillones. Todos se habían imaginado ya ocupando los grandes edificios de la Villa y Corte. Con aquella sugerencia, Ramón SerranoSuñer estuvo a punto de provocar una pequeña revuelta de palacio en el verano de 1939: «Madrid es la cuna de los errores y el caldo de cultivo de las corrupciones», señaló solemne.Este episodio, tan escasamente conocido como relevante, es motivo de análisis en el último trabajo del historiador Luis Castro Berrojo: Franco, huésped de honor en Burgos, que desentraña la estrecha relación que mantuvo siempre el dictador con la ciudad. «Si ya no Madrid, condenada por su numantina resistencia antifascista y republicana, ¿qué otra urbe iba a ser la cuna del Imperio hacia Dios a partir del I Año de la Victoria...?», escribe.

Serrano sugirió que Sevilla podría ser la nueva capital por hallarse «más cerca de nuestro futuro imperio africano y además es la vía de  América». Pero no fue la única propuesta que se puso aquel día sobre la mesa. También se pronunció el nombre de Burgos. «Podía ser alguna otra capital de la España interior, de esa España profunda que había respondido como ninguna a la llamada del alzamiento...», apunta Castro. No hubiese resultado un imposible: en la ciudad castellana todavía se encontraban casi todas las dependencias oficiales «y la vieja Caput Castellae gozaba de cierto pedigrí capitalino. «Al menos durante la segunda parte de la guerra había ejercido como Caput Hispaniae», escribe el historiador.

Con todo, las sugerencias recibieron, explica Castro, «la más glacial acogida por parte del resto de los miembros del gobierno, incluido el propio Franco. Todos ellos se imaginaban ya ocupando sus poltronas en los edificios ministeriales de Madrid y de hecho algunos estaban haciendo preparativos para trasladar a la ciudad del Manzanares los muebles, enseres y documentación de sus dependencias. Sin embargo, casi todos ellos verían frustradas esas expectativas», toda vez que el dictador renovó a todos los ministros salvo Serrano y Peña Boeuf. «Este gobierno, llamado ‘de la Paz’, aún celebraría algunas sesiones en el Palacio de la Isla», subraya el historiador.

Pensando en Madrid, «el dictador se veía alojado en el mismísimo palacio de Oriente, idea de la que le disuadió su cuñado Serrano, quien le recordó la vinculación del monumento con los presidentes de la República y los viejos monarcas. El palacio del Pardo, antiguo lugar de caza de los Asturias, resultaría mucho más idóneo. Así que la idea de Serrano de una nueva capitalidad no cuajó y a lo largo del verano las dependencias ministeriales y otros organismos anejos fueron trasladándose a Madrid», subraya el autor.

Y adiós...

Así las cosas, Franco abandonó definitivamente Burgos en octubre de 1939. Y con una advertencia: «De momento sufriréis las consecuencias de la resaca producida por la marcha de los organismos oficiales que aquí se instauraron durante la guerra y en los primeros momentos de la paz, pero tenéis que prepararos para que Burgos prospere todo lo posible y tenga (...) vida industrial próspera». Si el dictador se estaba refiriendo al Polo de Desarrollo, este no llegaría hasta tres décadas después. No contentos con ese abandono, recuerda Castro, «las autoridades burgalesas vuelven a manifestar al Caudillo su vasallaje con ampulosa retórica. Así, el alcalde Manuel de la Cuesta llama mediante bando a todos los burgaleses para que despidan a Franco masiva y fervorosamente (...). Pero las fuerzas vivas burgalesas no se resignaban a perder todos los lazos que les unían con Franco. No era suficiente el haberle dado la medalla de oro de la Ciudad, nombrado alcalde honorario de la misma, dedicado una de sus mejores avenidas...». El Ayuntamiento también le cedió gratuitamente como residencia el Palacio de la Isla. Huésped honorario con todas las de la ley...