El niño que dejó de llorar

Angélica González / Burgos
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"Cuando vivía con mi padre estaba el mayor tiempo fuera de casa porque, a veces, solo con respirar, se desataba la violencia"

El burgalés Guillermo Santos participa en la nueva campaña de Cruz Roja que incentiva el acogimiento, una fórmula que tiene 25 años y que busca familias que quieran hacer un hueco a menores cuyo entorno desestructurado obliga a internar en centros de acogida.

La situación no remonta. El año pasado, coincidiendo con el 25 aniversario del Programa de Acogimiento Familiar de la Junta -que gestiona Cruz Roja-, se advirtió de la cada vez mayor escasez de familias que se suman a este proyecto de atención a la infancia cuyo objetivo es evitar el ingreso en centros de acogida de niños cuyos entornos no están temporalmente en condiciones de cuidarlos. Pues las cosas siguen igual. Marta Tovar, coordinadora del servicio en Burgos, no sabe exactamente qué causa esta situación pero lo cierto es que ahora mismo hay siete menores necesitados de una familia de acogida que no la encuentran. «Tiene que ver con la crisis, claro, pero tampoco sabemos exactamente si esta situación tiene toda la culpa. Lo cierto es que sí que hay gente que nos llama e incluso que viene a las charlas de formación pero no se animan a dar el paso adelante definitivo como familias voluntarias».

Con la intención de incentivar este sistema de protección, la ONG ha puesto en marcha una campaña a nivel nacional en la que se explica qué es y cuáles son las ventajas que tiene tanto para los propios críos como para la sociedad.  El próximo jueves, 3 de diciembre, se presentará en Valladolid y cuenta con el testimonio y la presencia de Guillermo Santos, un joven burgalés de 31 años que fue niño de acogida y que ahora explica su experiencia.

Los servicios sociales sacaron a Guillermo de su casa cuando tenía 12 años con la intención de parar los estragos que estaba causando la violencia de su padre hacia su madre y hacia él mismo. «Yo también era una ‘buena pieza’, los profesores me tenían como un macarra porque andaba buscando bronca con la gente, pero si en casa te pegan te sientes humillado y sin salida y en la calle intentas hacerte el fuerte porque en algún sitio tienes que ser fuerte».

Ha pasado ya mucho tiempo. No eran aquellos unos años en los que la violencia de género tuviera la cobertura actual. «Mi madre pensaba que ella se merecía el maltrato y se quedó con mi padre. Entré en conflicto con ella porque no entendía que no me protegiera». Del centro de menores en el que fue internado cuenta que era «como un hospital»: «Era un sitio frío, sin calor familiar, sin la cercanía de nadie, con personas que trabajan a turnos, que son educadores y que lo hacen bien pero que cumplen su jornada laboral».

Todo cambió cuando llegó a casa de Mari, una voluntariosa viuda con cuatro hijos que le hizo un sitio en su casa a Guillermo: «Al principio no sabía si me apetecía mucho pero me cambió la vida radicalmente. Fue increíble y creo que ahora yo lo tengo que contar  para evitar que haya niños que sientan lo que yo sentía al vivir en un ambiente de violencia». Es la razón que le mueve a «dar la cara» por el acogimiento.

Guillermo tenía 14 años y estuvo con ellos hasta los 18 como un miembro más de la familia: con las mismas obligaciones y normas y con idénticos buenos momentos que se viven en un hogar. Se emociona cuando recuerda la primera vez que fue de vacaciones y al rememorar las cosas corrientes de la vida: una cena, ver la televisión todos juntos... La que más, estar en casa: «Cuando vivía con mi familia biológica estaba todo el tiempo fugándome, no quería estar en casa porque al menor movimiento, a veces solo con respirar, se podía desatar la violencia». Además, reconoce que le vino bien convivir con tres mujeres: «Todo fueron ventajas al tener dos hermanas y convivir con ellas y la madre. Fue muy valioso porque el trato que yo había visto siempre hacia la mujer había sido denigrante».

Las palabras de Guillermo sobre el acogimiento tienen la contundencia que da la experiencia. Además, es un chico muy listo y parece que le ha dado muchas vueltas: «Apostar por esta forma de cuidado de los niños es hacerlo por el futuro de toda la sociedad. ¿Quién nos dice que ahora mismo en un centro de menores no está la persona que en unos años puede descubrir la vacuna contra el alzhéimer?».

El acogimiento es una medida del sistema de protección a la infancia que proporciona a los niños una atención familiar sustitutoria o complementaria a la de sus padres cuando estos atraviesan graves problemas que les impide atenderlos adecuadamente. Para acoger no hace falta ningún requisito especial. Son bienvenidas las familias de todo tipo y condición a las que la Administración solicita, lógicamente, una estabilidad personal, económica y social.

La formación que se necesita  la facilitan las profesionales de Cruz Roja, que están a su lado durante todo el proceso para resolver dudas y ayudar si se presentan conflictos. «Asumen la responsabilidad de intentar sanar a estos niños, muchos de los cuales vienen de entornos desestructurados y nosotras estamos para ayudarlos», explica Marta Tovar.

 Las personas interesadas pueden informarse en los teléfonos 902106060, 983336777, 947257899, 947257896, en www.cruzroja.es/familiasacogidacyl o en Facebook, en la página ‘Familias de acogida en Castilla y León’.