«Voy a misa todos los días. Allí es donde recargo las pilas»

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Lucía María Martínez Alcalde • 24 años

«Voy a misa todos los días. Allí es donde recargo las pilas» - Foto: Arguments

Lucía es una joven burgalesa creyente y practicante. No encaja con el estereotipo que uno suele tener sobre esta clase de personas. Lucía sale por la noche, tiene novio, le gusta arreglarse y vive una vida como la de cualquier otra chica. Además de eso, es creyente. Lo cual no cambia nada. Pero al mismo tiempo, lo cambia todo.

¿Por qué cree?

Me empecé a tomar mi fe en serio cuando tenía 14 años. Siempre he recibido formación católica: en mi familia, en el cole, en las catequesis… pero llegó un punto en el que me di cuenta de que tenía que tomar una opción, como un salto de madurez. Fue una época en la que muchos de mis amigos dejaban de ir a la iglesia y perdían la fe y todo esto me llevó a preguntarme: ¿yo qué quiero hacer? Yo tenía fe, pero me di cuenta de que no podía seguir con la misma fe que tenía cuando hice la Primera Comunión. Entonces decidí tomármelo en serio. Empecé a rezar todos los días, a ir a misa entre semana además del domingo, acudir a charlas de formación cristiana para seguir aprendiendo, leer el Evangelio… Porque el catolicismo no es seguir una serie de normas sino seguir a una persona, a Jesús, y no le puedes seguir si no le conoces.

También me encontraba con que en la opinión pública había muchos temas controvertidos con respecto a la Iglesia y mis amigos, que sabían que yo era católica, acudían a mí a preguntarme y yo muchas veces no tenía ni idea, por lo que aprendí a ser inquieta, a preguntarme los porqués. Primero para mí misma, porque si quieres ser coherente con tu fe tienes que saber por qué haces lo que haces; y segundo, para poder explicárselo a los demás.

Para mí creer en Dios forma parte de mi vida. Y por eso lucho por ser santa cada día, en la circunstancia en las que esté: en clase, con mi familia, en el trabajo, con mi novio, con mis amigos… porque sé que ahí está el sentido de mi vida, ahí es donde me quiere Dios. Y esto no quiere decir que todo me vaya bien siempre, o me salga todo bien siempre. ¡Para nada! Pero la clave está en lo que oí una vez a un sacerdote en la iglesia de la Merced: «Con Cristo se vive mejor, se sufre mejor, se ríe mejor, se llora mejor».

Además de creyente, es practicante. Eso es extraño, pues mucha gente afirma que cree en Dios, pero no en la Iglesia. Con lo cual, no va a misa.

Desde hace unos años voy a misa todos los días. Empecé yendo los domingos y algún día más entre semana, y al final pasó como cuando conoces a una persona y empiezas a hablar con ella, a conocerla, a acercarte a ella, a quererla… ¡y te engancha! La misa es mi ‘cita con Dios’ de todos los días: ahí le cuento mis cosas, le doy gracias por todo lo que tengo en mi vida, le pido por mis gentes, también le pido perdón… Es donde recargo las pilas para luchar. En Burgos suelo ir a la misa de mi parroquia, el Hermano San Rafael. Los domingos se puede ver a mucha gente joven. Yo creo que cada vez los jóvenes vamos más a misa. Algunos amigos míos, por ejemplo, perdieron la fe en la adolescencia y ahora la han recuperado. Y por otra parte, también tengo amigos que se han hecho sacerdotes o están en el seminario. Y amigas que se han hecho monjas. Últimamente conozco cada vez más gente joven que lo deja todo para seguir su vocación.

Dentro de unas horas coge un avión a Río de Janeiro. Va a la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), donde el Papa se reunirá con jóvenes de todas las partes del mundo. Hace dos años, en la JMJ de Madrid, había tantos jóvenes que las instalaciones no daban abasto.

La JMJ es un ejemplo bien visible de que hay juventud en la Iglesia y de que somos muchos los que queremos vivir nuestra fe. Lo pudimos vivir en la JMJ de Madrid hace dos años: dos millones de jóvenes de todas partes del mundo. Solo teníamos en común nuestra fe en Cristo y en la Iglesia pero eso era más que suficiente para hacernos sentir como una familia. Antes de ir a la JMJ de Madrid pensaba: «Si cada uno de los que vamos, nos decidiéramos de verdad a luchar por ser santos cada día, el mundo cambiaría». Y creo que es así. A lo mejor no es una ‘macro revolución’ pero se trata de pequeñas ‘revoluciones’ dentro de cada uno.

La JMJ son unos días en los que rezas más y estás viviendo de manera especial tu fe, tu ser parte de la Iglesia, te ayuda a ver qué puedes mejorar. Es lo que dicen, ¿no? Si quieres cambiar el mundo, cambia tú primero. Y en esta JMJ de Río nos reuniremos jóvenes con ganas de luchar por ser mejores, con ganas de celebrar nuestra fe con alegría y con ganas de escuchar al Papa Francisco, que nos diga qué espera de nosotros la Iglesia y el mundo.