La fecha de San Fermín

Máximo López Vilaboa / Aranda
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El arandino Bernardo Sandoval y Rojas, siendo obispo de Pamplona, fue quien, aprovechando la celebración del Sínodo Diocesano, situó las fiestas pamplonesas en el actual 7 de julio, trasladándolo desde octubre

Retrato del obispo Sandoval y Rojas, artífice del cambio de la fecha de San Fermín al 7 de julio, que se conserva en la catedral de Toledo. - Foto: A.M.L.

Estos días habremos oído cantar esa popular canción que nos recuerda la fecha de San Fermín: ‘1 de enero, 2 de febrero, 3 de marzo, 4 de abril, 5 de mayo, 6 de junio, 7 de julio… ¡San Fermín!’. La fecha de San Fermín también favorece que las fiestas de Pamplona, famosas en el mundo entero, se desarrollen en la calle al situarse a principios de verano. Lo curioso de esta fiesta es que en realidad San Fermín no era el 7 de julio sino el 25 de septiembre, y que en Pamplona se celebraba antiguamente el 10 de octubre. Fue un arandino el que determinó realizar este cambio que, en buena medida, ha condicionado que los sanfermines tengan la configuración y características actuales. Este arandino es el que, años después, se convertiría en el cardenal Sandoval y Rojas y que anteriormente fue obispo de Pamplona. Bernardo Sandoval y Rojas nació en una casa de la Plaza Mayor de Aranda de Duero el 20 de abril de 1546. Fue en distintas etapas obispo de Ciudad Rodrigo (1586-1588), Pamplona (1588-1596), Jaén (1596-1599) y Toledo (1599-1618). En 1599 fue nombrado cardenal por el papa Clemente VIII. Destacó por su mecenazgo a artistas y literatos tales como Vicente Espinel, Francisco de Quevedo, Lope de Vega, Fray Luis de León, Luis de Góngora, El Greco y Miguel de Cervantes. Debemos señalar que cuando el arandino ocupaba la sede pamplonica seguía utilizando su nombre con el orden de apellidos correcto: Bernardo de Rojas y Sandoval. Es en su etapa toledana cuando cambia el orden, Sandoval y Rojas. Probablemente fuera para destacar el parentesco con su sobrino Francisco de Sandoval y Rojas, Duque de Lerma y valido del rey Felipe III desde 1598.

Cuando el obispo arandino entra en Pamplona tenía como problema más urgente concluir el sínodo diocesano, convocado tres veces y otras tantas suspendido (1566, 1577 y 1586). Esta reunión eclesiástica debía tener como función principal la aplicación de las estipulaciones del Concilio de Trento. El obispo arandino acomete con decisión esta tarea y a principios de 1590 las constituciones ya están preparadas. Las sesiones sinodales no duraron más que 17 días y cuando el texto del sínodo ya está en imprenta al obispo le llega una petición del ayuntamiento de Pamplona en el que le pide el traslado de la fecha del patrón de la ciudad. Se accederá a esta petición y se incluirá un capítulo 28 titulado Traslación de la fiesta de San Fermín. El texto de esta disposición dice literalmente lo siguiente:

«Nos Don Bernardo de Rojas y Sandoval, por la miseración divina y de la Santa Sede Apostólica, Obispo de Pamplona, del Consejo del Rey nuestro Señor hacemos saber a todas las personas de nuestro Obispado, de cualquier calidad y condición que sean que, por cuanto al tiempo que se iba imprimiendo este Sínodo nos fue pedido por esta ciudad, que la fiesta y celebración del bienaventurado San Fermín, patrón de la dicha ciudad, que por autoridad de los ordinarios está situada en el mes de octubre, como aparece en el título de Feriis, de estas constituciones, se pasase al mes de julio, por ser tiempo más cómodo. Mandamos que de aquí adelante la fiesta y celebración, y rezo de dicho santo se pase y traslade al séptimo día del mes de julio de cada año y no se celebre más en el mes de octubre, como estaba puesto en el dicho título de Feriis».

Parece ser que la inseguridad del tiempo otoñal era causa suficiente para el cambio de calendario de la fiesta. Pero Fermín de Lubián, prior de la catedral a mediados del siglo XVIII, ya apunta que el motivo real debió de ser favorecer la concurrencia a las fiestas religiosas haciéndolas coincidir con corridas de toros. A esto se añade que, por concesión de 1381 del rey navarro Carlos II, se celebraban en Pamplona ferias públicas desde principios del mes de julio, con gran concurso de españoles y franceses, porque las mercancías que en ellas se vendían, no pagaban derechos reales y estaban exentas de derechos de peaje. Pese a que la decisión del obispo arandino ha tenido importantes consecuencias en el ámbito de la tauromaquia, no debemos considerar al que se convertiría en cardenal como amigo de la fiesta de los toros. En este mismo Sínodo prohíbe a todos los clérigos acudir a corridas de toros. Se recogerá en el capítulo 7 de las constituciones sinodales que lleva por título «Que los clérigos no dancen, ni bailen, ni canten cantares deshonestos, ni prediquen cosas profanas, ni se disfracen, ni vean toros». En esta disposición estipula que ningún clérigo «taña vihuela y otros instrumentos para bailar en los tales regocijos, ni se hallen presenten donde corran toros, so pena de dos ducados para pobres y ejecución de justicia, y diez días en la cárcel». No obstante debemos de decir que el obispo arandino no hacía más que dar traslado de la doctrina papal sobre asuntos taurinos. En 1567 el papa Pío V publica la bula De salutis gregis dominici en la que prohíbe organizar y asistir a corridas de toros, bajo pena de excomunión, a todos los fieles cristianos. Dado el reiterado incumplimiento de esta disposición el papa Gregorio XIII mediante la Exponis nobis super, de 1575, excluirá de la excomunión a los legos, manteniendo dicha pena canónica para los clérigos.

Después vendrían otras disposiciones pontificias de los papas Gregorio XIII y Clemente VIII, algunas con contradicciones, pero todas en la línea de prohibir a los clérigos asistir a las corridas de toros. Por este motivo Sandoval y Rojas prohíbe a los clérigos de su diócesis asistir a corridas de toros.

En relación con San Fermín también debemos destacar que el obispo Sandoval y Rojas depositó una reliquia del santo en la imagen que se venera en la iglesia parroquial de San Lorenzo, actualmente en pleno casco viejo de Pamplona. Esta reliquia pertenecía al doctor navarro Martín de Azplicueta por donación, según se dijo, del rey de Francia.