Joan-Carles Mélich: "Detrás de los derechos humanos, hay una lógica de la crueldad"

EVA JIMÉNEZ
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El filósofo alerta en su último libro de los peligros de una sociedad donde abundan las etiquetas morales como las de 'inmigrante' o 'catalán'

Joan-Carles Mélich: "Detrás de los derechos humanos, hay una lógica de la crueldad"

Joan-Carles Mèlich Sangrà (Barcelona, 1961) acaba de publicar “Lógica de la crueldad” (Herder, 2014), un libro donde muestra la cara más perversa de la moral. Filósofo y profesor titular de Filosofía de la Educación en la Universitat Autònoma de Barcelona, Mèlich se inició en el campo de la investigación académica con una tesis donde se planteaba cómo educar para afrontar situaciones límite como la muerte, el sufrimiento, el fracaso o la culpa. “Lógica de la crueldad” es la continuación de otros dos libros: “Filosofía de la finitud” (2002, revisado en 2012) y “Ética de la compasión” (2010). En el primero expone su visión del ser humano como un ser finito, obligado a adaptarse continuamente a un entorno incierto. En el segundo, desarrolla su visión de la ética como una interpelación ante el dolor ajeno. Ahora nos explica su percepción de la moral.

Me temo que su trilogía filosófica no tendrá tanto éxito como otras trilogías cinematográficas o literarias. ¿Qué les diría a quienes no se sienten atraídos por la Filosofía? ¿Qué podría interesarles de su “Lógica de la crueldad”?

Yo creo que la Filosofía es apasionante, porque nos enseña cosas del mundo que no sabíamos. Nos enseña, en definitiva, cómo vivir. La Filosofía ha sido desde siempre un intento de enseñarnos una forma de vida basada en el pensamiento, en la crítica, en la duda. La Filosofía pone en duda cosas que la mayoría de la gente da por supuestas. Si alguien no quiere hacerse preguntas, que no lea Filosofía; pero alguien a quien le guste preguntarse por el sentido de su vida, por lo que hace en su vida cotidiana, y quiere profundizar en eso, ahí la Filosofía tiene muchas cosas que decir.

En su libro menciona algunas bondades de la moral, como que ofrece seguridad en un mundo incierto. Sin embargo, su visión es fundamentalmente negativa. ¿Por qué?

Lo que intento hacer ver es que la moral tiene una cara cruel que normalmente no se pone encima de la mesa. Te pongo un ejemplo actual. Un cura de Jaén ha dicho que “antes un hombre pegaba a su mujer pero no la mataba porque había moral”. Es muy discutible que pegar a una mujer pueda justificarse moralmente, pero, sin entrar en esta cuestión, yo creo que vivimos en un momento en que cualquier cosa que pasa lo achacamos a una crisis moral, a un vacío moral. Por el contrario, yo creo que vivimos en un tiempo de mucha moral y de muy poca ética. Nunca antes en la historia como hasta ahora se habían hecho tantos códigos deontológicos y, para mí, un código deontológico es una moral. Por eso, es falso que no haya moral. Hay un exceso de moral, de normas, de principios, de protocolos, de reglas de acción, de mal llamados comités de ética… Lo que no hay es ética, y ética es la respuesta a una situación ante la que no puedo acudir a un código. La moral nos dice qué debemos hacer; la ética, que tenemos que hacer algo.

Usted también distingue entre crueldad y violencia. Y pone bastantes ejemplos de cómo Hitler y sus seguidores utilizaron la categoría de “judío” para exterminarlos sin sentir remordimientos de conciencia. ¿Toda lógica cruel suele acabar con violencia?

No necesariamente. Muchas veces la crueldad no implica una agresión al otro, sino simplemente una indiferencia. Un caso muy concreto. Alguien que está en la calle, herido, por un accidente. En función de la lógica de la crueldad, uno puede simplemente pasar de largo y quedarse tan tranquilo. En el caso de la Alemania nazi, no solamente había crueldad porque había violencia contra los judíos, sino porque no se les consideraba seres humanos… Ésa es la diferencia. La violencia es la agresión contra alguien concreto, en cuanto nombre propio; en cambio, la crueldad, y la violencia derivada de la crueldad, no se ejerce contra alguien por el nombre propio, sino porque ha sido clasificado como ‘judío’, como ‘mujer’, etc.; es decir, por una categoría.

Explíquenos cómo es posible que una persona acabe siendo cruel consigo misma.

En el libro se tratan dos formas de crueldad básicamente: la crueldad hacia uno mismo y la crueldad hacia los demás; que se corresponderían con las dos formas de conciencia: la mala conciencia y la buena conciencia. La crueldad con uno mismo es la mala conciencia. Es el hecho de sentirme culpable constantemente. Dostoievski, Nietzsche y Freud lo estudiaron muy bien. Luego hay la crueldad hacia el otro en tanto que categoría, que es la buena conciencia. El que es cruel consigo mismo se está exigiendo a sí mismo algo que no puede cumplir. Eres cruel contigo misma, no cuando te contemplas como un nombre propio, como Eva, sino cuando piensas en lo que se le exige a un periodista, a una madre, a un ciudadano… Además, es un sentimiento de culpa que no tiene fin, porque, por ejemplo, ¿qué significa ser madre?, ¿quién lo establece?

¿Cómo describiría usted la moral de nuestra época?

Vivimos en una época en que la moral se ha convertido en un código deontológico, sobre todo a partir del siglo XVIII. Desde Kant, la moral se entiende como un conjunto de normas, de imperativos, de valores, de normas de decencia; que, además, se ponen por escrito y, lo que es peor, se crean comités de ‘ética’, que lo que hacen es tranquilizarnos la conciencia. Son comités de un orgullo tremendo, que te dicen lo que tienes que hacer. Tienen gente que te resuelven los dilemas con los que te encuentras, con lo cual te eliminan lo que yo llamaría la respuesta ética. Estos comités lo que hacen es eliminar la ética a favor de la moral. Porque no nos gusta tener que tomar decisiones ni tener la conciencia intranquila.

¿Qué le dice la categoría “inmigrante” o “sin-papeles”?

Es un ejemplo clarísimo de lógica de la crueldad. Como toda categoría, lo que hace es clasificar. Hay sufrimientos de primera y de segunda, según la moral. No todo sufrimiento vale igual. Como dice la filósofa feminista norteamericana, Judith Butler, toda sociedad tiene vidas que merecen ser lloradas y vidas que no. Y, por tanto, matar a un inmigrante no es lo mismo que matar a un ciudadano de la Unión Europea. “Algo habrá hecho”. “No es uno de los nuestros”. ¿Por qué? Porque es ‘moro’. Ya no es ni una cosa, es una categoría. Lo importante es que ha sido clasificado y es tratado en función de esa clasificación.

¿Y qué le sugiere la etiqueta de “nacionalista” y la expresión “normalización lingüística”?

En la primera versión del libro “La lección de Auschwitz” distinguía entre el nacionalismo del tiempo y el del espacio. El primero se inserta en una tradición, una familia, una lengua, una herencia cultural; el segundo se basa en el territorio y establece una frontera, quién está dentro y quién está fuera. El ejemplo más claro es el pueblo judío. Mientras ha sido un nacionalismo del tiempo, basado en la Biblia, no ha habido ningún problema, grosso modo. En el momento en que se ha centrado en una tierra, el estado de Israel, entonces se ha pervertido.

¿Y qué ocurre con la “normalización lingüística” en el conflicto entre España y Cataluña?

Podría entrar dentro de la lógica de la crueldad si a alguien se le asigna una categoría en función de la lengua que habla, pero yo creo que la pregunta que hay que plantearse en este debate es: ¿las lenguas que se hablan en el estado español son bienes culturales del estado español? Si lo son, ¿es tarea del estado español la protección de esas lenguas? No es que Cataluña defienda el catalán; el catalán lo tiene que defender España. Entonces hay que ver si la “normalización lingüística”, el hecho de que se imponga el catalán en las escuelas,  favorece la protección del catalán o no. Yo ahí no entro. Lo que sí puedo decir es que, si alguien es clasificado, no como nombre propio, sino por el hecho de hablar una lengua, como ‘español’ o como ‘catalán’, y es tratado en función de la misma, entonces se incurre en una lógica de la crueldad.

Usted no contempla apelar a la dignidad ni a los derechos humanos para solucionar los conflictos. ¿Cómo justifica dejar de lado lo que parece una verdad incuestionable?

Yo estoy a favor de los derechos humanos, faltaría más. Lo que ocurre es que detrás de los derechos humanos hay una lógica de la buena conciencia y, por tanto, de la crueldad. Porque los derechos humanos se aplican a los que, previamente, han sido clasificados como humanos. ¿Y quién es humano? Los nazis tenían muy claro que los judíos no eran humanos. Con el tema del aborto ocurre algo parecido. ¿Cuándo el feto es humano? La lógica de la crueldad se ríe de los derechos humanos. Por este principio, también podemos torturar a los chimpancés, porque, como no son humanos… Si alguien describiera lo que se hace con los animales hoy en día, y no dijera que son animales, nos horrorizaríamos. Ahora, si después de describir lo que se hace con los animales se dice que son animales, automáticamente diríamos: “Bueno, al fin y al cabo, es un animal”. Es la misma lógica.

En su libro queda clara su preocupación por el sufrimiento de los animales y critica la distinción entre “ser humano” y “animal”. Sin embargo, ¿no resulta inevitable el uso del lenguaje, la distinción, como usted mismo reconoce en diversos lugares?

El uso del lenguaje es inevitable, claro. Por tanto, es inevitable la lógica de la crueldad, porque es inevitable la categorización. La solución no es eliminar la moral, porque no se puede. Lo que sí podemos eludir es la buena conciencia, pensar que es posible actuar bien de una vez para siempre.

Si no podemos deshacernos de la moral ni de su lógica cruel, ¿qué hacemos entonces?

No podemos vivir al margen de la moral, pero sí en los márgenes de la moral; y ahí es donde se sitúa la ética. En algunos momentos es necesario romper con la norma moral y jugársela, es decir, ir en contra del sistema y su lógica. Saltarse el código.

Si no le interpreto mal, la solución parece hallarse en la ética, que nos ayuda a ver al otro como singular, como alguien único e irrepetible que sufre y que merece una respuesta.

Yo creo que la solución está en mantener siempre la tensión entre la moral y la ética, entre la norma y la respuesta a una situación, entre el deber y la transgresión del deber. Para mí un mundo plenamente moral, lleno de normas y códigos, es algo monstruoso. El nazismo y todas las formas totalitarias son universos donde impera la norma moral y una ausencia de respuesta. Los estados occidentales son democráticos pero en ellos, por desgracia, todavía queda una lógica de la crueldad. Lo que queda de Auschwitz no es el campo de concentración, sino una lógica categorial.

¿Es posible una educación ética o caemos siempre en la formación moral que critica?

Yo creo que es posible educar, y ahí es muy importante el papel del testimonio. En “Ética de la compasión” distinguía el testimonio del ejemplo. El testimonio es escuchar lo que el otro tenga que decirme, en tanto que otro singular. Para eso es muy importante el papel del cine, del arte, de la literatura... Porque hablan de nombres propios, singulares. Las clases de educación moral normalmente son clases de adoctrinamiento moral, una transmisión de unas normas, códigos, valores. Lógicamente, a tus hijos les tienes que explicar las raíces y costumbres de tu país, pero al mismo tiempo mostrar que hay momentos en los que uno tiene que saltarse la norma, que hay que responder ante otro singular en una situación única e irrepetible. El que enseña a través del testimonio no se pone como ejemplo a imitar. Te dice lo que él ha hecho, no lo que tú tienes que hacer.

Su libro termina con un imperativo, no sé si pedagógico, moral o ambas cosas: “Hay que transgredir”. ¿Qué quiere decir con eso?

No es un imperativo. Mi ética no es una ética del imperativo, sino del deseo. Es el deseo de la transgresión, el deseo de que la moral y la lógica de la crueldad no tengan la última palabra, de un  mundo donde no seamos tratados como categorías. Y la transgresión no es la crítica. Vivimos en un mundo de mucha crítica y muy poca transgresión.

En los agradecimientos finales, el lector descubre que la trilogía puede convertirse en tetralogía con otro libro, esta vez sobre el perdón. ¿Puede avanzarnos algo del contenido y su relación con los tres libros anteriores?

Con el perdón sucede algo parecido a la ética y la moral. Se confunde con la amnistía y con la disculpa. Un gobierno no puede perdonar, puede amnistiar. También se puede distinguir entre un perdón moral y uno ético. El primero es condicional, un deber de perdonar y pedir perdón; el segundo se concede porque se concede. Me parece que vivimos en un mundo donde se ha pervertido tremendamente la palabra perdón.