Recuperar el pasado

S. Rioseras / Aranda
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El Ministerio de Educación y Cultura ha concedido una beca al proyecto del Instituto ICEDE para participar en la rehabilitación de Umbralejo, un pueblo abandonado de Guadalajara • Han cambiado móviles por buzos y guantes

 
Cuenta la leyenda que Juana fue la última en marcharse, que no quería abandonar su casa, su vida, sus recuerdos. Aguantó hasta el final y, según la historia alimentada durante más de 20 años, aún continúa vagando por el pueblo de Umbralejo, en la sierra de Guadalajara. Nadie ha podido demostrarlo, pues el único hecho corroborado es que, en el año 1984, Juana fue expulsada -como el resto de vecinos- tras una de las expropiación llevada a cabo por el extinto Instituto para la Conservación de la Naturaleza (ICONA).
Su casa, como la del resto, sigue en pie, pero nadie la habita. Tampoco hay partida a la hora del café, ni chismorreos de visillo porque allí no vive nadie. Es un pueblo fantasma, pero no por ello derruido. Escolares de todo el país, como los alumnos arandinos de Instituto del Centro de Estudios Didácticos Experimentales (ICEDE), trabajan para conservarlo a través del Programa de recuperación y utilización educativa de pueblos abandonados desarrollado por el Ministerio de Educación y Cultura. «Llevamos detrás de esta iniciativa casi tres años», comenta Eduardo Vicario, uno de los profesores responsables.
Gracias al proyecto que presentó junto al director del centro, Aser 
Calleja, una veintena de alumnos de 3º y 4º de ESO han cambiado los móviles por el buzo y los guantes. «Es un proyecto espectacular porque estos chicos están muy ligados a las tecnologías y nada a la naturaleza». Al revés ha sucedido a lo largo de esta última semana, pues han desempeñando todo tipo de labores: mantenimiento de las peculiares construcciones calizas del lugar, tratamiento de los huertos o cuidado de animales de granja. Desde ocas hasta cabras. «Les han gustado todos, pero el burro Avelino ha sido todo un éxito», comenta Vicario entre risas.
Menos cariño le cogieron a las abejas en el taller de apicultura. «Alguno se llevó un picotazo -recuerda-, pero lograron recoger la miel». Tan dulce como las rosquillas que prepararon en la clase de repostería y tan entretenido como construir las madrigueras a los conejos. «Han participado en un montón de actividades tanto en español como en inglés porque tiene ese factor de bilingüismo».
Pero ni uno ni otro fueron el idioma más hablado durante la noche, cuando solo se podían oír gritos. De ellos tienen la culpa tanto Vicario como Calleja, quienes recrearon un cementerio a base de cruces hechas con pizarra -«aquí no había lápidas»-, para contar historias de miedo a sus alumnos. «Creo que lo hicimos bastante bien porque todos se creyeron que eran sepulturas de verdad», dice. Sobre si vieron a Juana o no durante su estancia, prefiere no contestar. Todo sea por seguir nutriendo la leyenda.