El peligro de la 'chivata'

I.E. / Burgos
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Esta temporada los aficionados inexpertos están echando a la cesta la especie clitocybe rivulosa, que es venenosa y se confunde con la clitocybe prunulus • El experto micólogo Martín López enseña cómo pueden distinguirse

El aspecto de ambas setas es prácticamente el mismo, por lo que para distinguirlas es esencial fijarse en su olor. La de la izquierda es la venenosa, la de la derecha es la comestible. - Foto: Martín López

Los seteros advenedizos piensan que con distinguir las amanitas phalloides o muscaria es suficiente para vacunarse contra las intoxicaciones. Nada más lejos de la realidad. El número de hongos venenosos es ingente y, lo más grave, muchos de ellos se confunden con especies comestibles. En esta temporada tan fértil, los mayores disgustos los está dando la clitocybe rivulosa, que tradicionalmente se ha confundido con la carrerilla (marasmius oreades). Sin embargo, la gente se va familiarizando con las diferencias entre ambas y no son muchos ya quienes se equivocan.

Este otoño los aficionados están cogiendo la rivulosa -con alto contenido en muscarina- como si fueran clitocybes prunulus, vulgarmente conocidas como molineras o chivatas. ¿Porqué este último apelativo? «Porque la tradición dice -aunque a veces no sea así- que junto a estas setas siempre crecen los boletus, que es una de las especies más codiciadas en estos momentos», señala Martín López, experto micólogo.

Y aunque es cierto que el boletus ha adquirido gran fama, «muchas personas acaban metiendo en la cesta las chivatas o molineras, que también son muy ricas, mezcladas con las rivulosas, que son tóxicas». Además, a la hora de cocinarlas, «un gran número de aficionados las prepara a modo de pupurri, con lo cual muchas personas ignoran cuáles son las que les han sentado mal».

Si la mala suerte lleva a alguien a recoger solo setas de la especie rivulosa y a comerse un plato entero de esta especie, «es muy probable que muera, porque su contenido en muscarina es muy elevado», advierte López.

¿Cómo se pueden distinguir entonces estos dos hongos? Pues no es sencillo, «porque aparecen en la misma época, desde finales de verano hasta los primeros fríos del otoño». Es cierto que el sombrero de la comestible alcanza los 10 centímetros y el su ‘doble’ venenosa solo cinco, pero cuando la primera «es aún pequeña es muy fácil confundirla con la segunda». El color de ambas es parecido, un blanco tirando a gris, y las láminas situadas en la parte inferior de la ‘copa’ tampoco ayudan a diferenciarlas, ya que presentan la misma separación en un caso y otro.

Por tanto, si morfológicamente son casi idénticas, ¿qué le queda al aficionado para no cometer errores? «El olfato», responde el experto micólogo. La molinera, la que se puede comer, desprende desde que es un simple botón un aroma harinoso afrutado inconfundible. La clitocybe rivulosa, por contra, carece de olor prácticamente. «Así que si alguien tiene catarro y ha pensado en ir a por setas que se olvide», resume Martín López.

La seta de cardo, muy común también en tierras burgalesas, puede confundirse con tras especies, pero no son venenosas, solo tienen un menor valor gastronómico. El perrochico (calocybe gambosa) sí se puede tomar por otras tóxicas, como la entoloma simuatum, que también provoca gastroenteritis. Su olor es muy similar, de carácter harinoso, y su tamaño y forma exterior muy parecida. Por esta razón hay que fijarse, sobre todo, en su color. El perrochico es de tonos claros, blanquecino, mientras el venenoso es de un amarillo tenue.

La de carrerilla se confunde también con la rivulosa.  El espacio interlaminar del himenio de la comestible es mucho más amplio que en el tóxica. Y el pie de esta última, la venenosa, se parte sin esfuerzo, mientras que en la de carrerilla es fibroso y resiste a la torsión. Así se diferencian.