25 años sin el Monín

Gadea G. Ubierna / Burgos
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En abril de 1990 se taló el álamo blanco más famoso de la ciudad, seco a causa de los asfaltados de la carretera y rematado por el huracán Hortensia

Para generaciones de burgaleses, el 20 de abril de 1990 no es solo el título de una canción de los vallisoletanos Celtas Cortos radiada  hasta la saciedad, sino que es también el día en el que la capital perdió uno de sus emblemas más queridos: el Monín. Que el álamo centenario y seco era mucho más que un árbol lo prueba el hecho de que varios cientos de burgaleses de todas las edades se desplazaran un viernes de abril a mediodía para despedir cual ser querido al ejemplar sentenciado.

Nadie sabe con certeza desde cuándo estaba arraigado a La Quinta, más o menos a la altura de las Veguillas, ni tampoco el porqué del nombre. En el libro Árboles singulares de la provincia de Burgos, el geógrafo y periodista César Javier Palacios explica que hay varias reseñas históricas que apuntan que a finales del siglo XIX ya tenía envergadura. Y, de hecho, recuerda que en 1890 había una fonda en la capital con idéntico nombre y regentada por un «hostelero de recia complexión apodado Monín».  Entonces, queda la duda de quién prestó el apodo a quién, si el árbol al fondero o viceversa.

Lo que sí se sabe con certeza es que en el siglo XX había alcanzado alrededor de treinta metros de altura y que para abarcar su diámetro -de más de cinco metros y medio- eran necesarias varias personas. Es más, el alcalde que tuvo que afrontar y defender la necesidad de talarlo, José María Peña, recuerda hoy que uno de los argumentos más recurrentes para postergar la decisión fue que «a ver quién no se había reunido de chaval a sus pies para saber cuántas personas hacían falta para abarcarlo». Este y otros tantos recuerdos de paseos cotidianos, fotografías o simplemente, el orgullo de verlo allí plantado con semejante porte, complicaron todavía más las cosas. «Fue muy duro, porque era una parte de la historia de los burgaleses y todos nos resistíamos, pero llevaba muchos años enfermo y con grandísimo pesar, hubo que tirarlo», afirma Peña.

Varias fueron las causas que lo sentenciaron. César Javier Palacios explica que, por una parte, «las obras de ensanche y asfaltado realizadas a partir de 1970 pronto comenzaron a hacer mella en su salud, acelerando su incipiente decrepitud». Y a esto se sumó el huracán Hortensia y otras ventoleras, que arrancaron «sus principales ramas» y le impedieron recibir la fuerza del sol. Y en 1984 se secó. «Cuando se cortó ya no era nada, solo leña, pero todavía tenía mucho peso y podría haber caído sobre alguien», recuerda el exalcalde José María Peña.

Así que la razón acabó venciendo al corazón y se decidió poner punto y final a la larga historia del Monín en un viernes de abril y ante un buen grupo de nostálgicos. Según Diario de Burgos, fueron más de trescientos quienes fueron a verlo desplomarse sobre la carretera cortada,  con una mezcla de «expectación y tristeza». Y no contentos con eso, este periódico relató que «todas estas personas se congregaron alrededor del árbol, haciendo fotografías del mismo y fotografiándose ellos mismos junto a él, para tener un recuerdo gráfico».

El álamo era tan contundente que a los pocos segundos de haber aserrado la parte inferior del tronco se vino abajo, vencido por su propio peso. El personal municipal lo convirtió enseguida en astillas, permitiendo que todos los asistentes se llevaran trozos de recuerdo. Según este periódico, hasta la Policía Local se llevó «uno de los grandes», aunque con intención de colocarlo en uno de los muchos proyectos perfilados y nunca llevados a cabo en esta ciudad: un museo costumbrista. «Ahora -decía Diario de Burgos- el que quiera recordar cómo fue este álamo, tendrá que acercarse al futuro museo costumbrista que el Ayuntamiento piensa instalar en el Arco de Santa María, cuando terminen las obras de rehabilitación [...] Se colocarán fotografías en su época de máximo esplendor y de la última».

Nunca más se supo de esta idea y lo que ha quedado del Monín es el recuerdo de miles de burgaleses y, también, la peña homónima de San Julián, formada apenas unos pocos meses antes de la última primavera del álamo más famoso de Burgos.