Miranda, una ciudad de cines

R.L. / Miranda de Ebro
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Durante un periodo de diez años, entre 1965 y mediados de los 70, la localidad fue un hervidero de espectáculos culturales • Había hasta ocho salas que sumaban un aforo de alrededor de 6.000 espectadores

Inauguración del Mecisa en el año 1957, el teatro con mayor capacidad de la ciudad. - Foto: Antonio Costela

A principios de los 70, Miranda tenía 34.000 habitantes, apenas tres mil menos que ahora. Sin embargo, en ocio y entretenimiento no tenía mucho que envidiar a las grandes urbes. La exposición que durante este mes rememora en la Casa de Cultura la historia del antiguo Teatro Apolo permite, a solo unos meses de su reinauguración, echar la vista atrás y recordar aquellos años en los que la ciudad llegó a contar con hasta ocho salas de cine, la mayoría de ellas acondicionadas también para ofrecer conciertos y representaciones teatrales. Todas coincidieron abiertas durante un periodo de diez años, desde 1965 y hasta mediados de  los 70, cuando las opciones de ocio se fueron diversificando y mantener en funcionamiento tantas salas ya no era tan rentable.

Y es que hasta ese momento, hasta mediados de los 70, cuando algunas empezaron a cerrar, acudir a una sesión de cine o de teatro era de lo más habitual, al menos los fines de semana. Por aquel entonces no se viajaba tanto como ahora y, de hecho, vecinos de Vitoria, Haro o de algunos pueblos venían a la ciudad a disfrutar sus afamadas salas de fiestas y discotecas, y también de sus cines.    

Avenida, Apolo, Cinema, Novedades, Astoria y Mecisa eran las salas cinematográficas que traían a Miranda los estrenos de la época y a brillantes compañías teatrales. A este listado se sumaba la sala del colegio de los Jesuitas (ITI) y el Hogar del Productor. Entre todas, sumaban un aforo cercano a las 6.000 butacas.

El primero, el Apolo

Pero vayamos por partes. El primero en abrir sus puertas fue el Teatro Apolo, inaugurado el 4 de octubre de 1921 sobre unos terrenos donde se levantó anteriormente una sociedad recreativa que fue pasto de las llamas el 28 de diciembre de 1919. La propietaria de la finca, Dolores Ángel-Zorrilla de Velasco, decidió levantar un nuevo edificio dedicado al ocio. Y así se hizo. Dos años más tarde abría este emblemático inmueble del Casco Viejo con la representación de El genio alegre, de los Hermanos Álvarez Quintero. Un tiempo después llegó el cine. La pantalla se encendió por primera vez con la proyección de Los modernos galeotes, película de cine mudo. Hubo que esperar a 1930 para escuchar sonido desde sus casi 700 butacas.

Durante los años 40, en la posguerra, el Apolo quedó inhabilitado, y para cuando recuperó su programación tenía ya una dura competencia. Otras salas habían abierto al otro lado del río, donde ya residía buena parte de la población. La programación fija la perdió en 1983. Fue su época de decadencia. En esos últimos años  solo se abría para alguna actuación esporádica. Como anécdota, el último concierto lo protagonizó en los 90 el grupo Los Enemigos. Como ya no había electricidad, hubo que recurrir a un generador.

Una de las principales competencias del Salón Apolo fue el Cinema, situado en la actual calle Gregorio Solabarrieta. Abrió el 24 de diciembre de 1930 con la representación de La Niña Boba, de la compañía Guerrero-Mendoza. La primera película que se pasó fue Scherezade.  De estilo racionalista (nada que ver con la majestuosidad y el neoclasicismo del Apolo), su principal característica era su amplitud. Era de los más grandes, con 999 butacas (se decía que no llegaba a mil para no pagar un mayor impuesto), cifra muy alejada de la capacidad de las salas actuales. Ahora mismo, entre el cine Novedades (400 butacas), la Casa de Cultura (386) y el Centro Cultural de Caja de Burgos (405) la ciudad cuenta con 1.191 asientos.

La trayectoria del Cinema ha sido una de las más extensas de todas las salas mirandesas. Con la proyección de Terminator II en 1993 se apagaron definitivamente las luces de este emblemático teatro, punto de referencia del ocio de la ciudad durante 63 años.

Sus propietarios fueron los hermanos Juan y Galo Angulo, precursores de la industria cinematográfica en Miranda. Además del Cinema, también abrieron el Avenida, situado en la calle La Estación (en los terrenos del actual edificio de Cajacírculo) y que cerró a mediados de los 70, y el Salón Novedades, que abrió al público apenas un año después que el Apolo, en 1922. No tenía butacas, sino que el público se agolpaba en bancos corridos para ver  cine o espectáculos. Ocho año después, y ya con Luis de Eranueva como propietario (el mismo dueño del Apolo), se decidió levantar otro cine nuevo, el Novedades, única sala cinematográfica que ha conseguido superar la caída de espectadores y que sigue abierta en la actualidad. Dividida en dos plantas, retomó su andadura el 29 de diciembre de 1932. Tenía más de 800 butacas. Sin embargo, su capacidad se ha ido reduciendo  a medida que sus propietarios han acondicionado la sala para que el espectador gane en comodidad. La familia Acha, actual propietaria, se hizo con el negocio en octubre de 1994. Redujeron las butacas a 650 y actualmente la sala tiene 400, pero con una separación entre filas de 1,20 metros, nada que ver con los 80 centímetros de hace unos años.

Durante el periodo de esplendor de los cines mirandeses, casi todas las salas tenían hasta tres pases diarios. También el Mecisa, que por su excelente situación (en la calle La Estación, a la altura de Ibercaja), era de una de los favoritos de los mirandeses por sus buenas cualidades acústicas y su visibilidad. También era el más grande con más de mil butacas entre patio de butacas y anfiteatro. Abrió en 1957. Era la época de esplendor del cine, y los empresarios venían en estas salas un negocio seguro.

Astoria, el más moderno

Así que ocho años después, a pocos metros de allí, abría el benjamín de los cines, el Astoria (actual Centro Cultural de Caja de Burgos). Poco tardó en hacerse hueco en la vida cultural de la ciudad. Su taquillera, Conchi Angulo, recordaba en este periódico hace unos años que «la mejor época» de su vida la había pasado entre sus paredes. «El Mecisa era el mejor, pero a la gente le gustaba más éste por era más moderno». Cuando comenzó, las entradas costaban 3,5 pesetas y 17 años después, cuando fue clausurado, el precio ya había subido a 150 pesetas.

Seis fueron las salas de cine que en los años 60 y 70 acercaron a Miranda las novedades del celuloide. Pero también existían otros recintos, más pequeños y austeros, de los que muchos mirandeses guardan un gran recuerdo. Uno de ellos era el antiguo colegio de los Jesuitas (ITI), que acogió en sus aulas a miles de estudiantes mirandeses hasta que se trasladó, en 1985, a la zona de El Crucero (actual ITM). Ese primer colegio, situado al final de la calle La Estación, proyectó cine a partir de 1965.

La última sala de la que hacemos mención es el Hogar del Productor, inmueble construido en 1949 por la Organización Sindical del Franquismo para ocupar el tiempo de ocio de los trabajadores. Bar, billar, futbolines, una sala de cine y hasta peluquería eran algunos de los servicios a los que podían acceder sus socios, que tenían que pagar una cuota anual. Desapareció en 1976 y durante años el solar, en la avenida Comuneros de Castilla, estuvo vacío, aprovechándose para montar un año la plaza de toros y atracciones de feria.