Luque escapa por verónicas de la vulgaridad de un día triunfalista

Leticia Ortiz / Aranda
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Juan José Padilla, Iván Fandiño y el diestro sevillano se reparten siete orejas ante una floja y deslucida corrida de Núñez del Cuvillo. El de Gerena instrumenta la faena con más poso, después de un recibo capotero de alta nota

Daniel Luque mostró, especialmente, ante el sexto, el buen momento por el que atraviesa, con un toreo templado y profundo. - Foto: Julio Calvo

Toreros
Juan José Padilla , verde hoja y oro; estocada trasera y caída (oreja); estocada trasera y caída (dos orejas).
Iván Fandiño, Chenel (lila) y oro; un pinchazo y un descabello (ovación tras aviso); estocada delantera (dos orejas).
Daniel Luque , rosa capote y oro; pinchazo y estocada trasera (silencio); estocada delantera (dos orejas con petición de rabo).
ganadería
Se lidiaron toros de Núñez del Cuvillo, muy desiguales de presentación, con tres muy justos para Aranda y de juego deslucido por la falta de fuerza y casta.
 
incidencias 
Más de media entrada.
 
 
Aplaudía con fuerza la alcaldesa de Aranda de Duero, Raquel González, a Daniel Luque después de la faena al sexto de la tarde. Se la veía contenta a la primera edil de la capital ribereña y, supongo, que no era solo por el trasteo del sevillano que mereció, incluso, la petición del rabo por parte del respetable. Sinceramente, la regidora tiene motivos para la alegría, pese a quien le pese. 
Independientemente de lo que ocurra a partir del lunes 22 de septiembre, cuando cada palo tendrá que aguantar su vela, nadie nos podrá quitar la satisfacción de volver a sentir la expectación de la gente alrededor del coso en los minutos previos al inicio de un festejo (por cierto, señor presidente, hay que poner el reloj en hora). La Fiesta ha devuelto color y ambiente a los días más importantes del año de una localidad cuyas fiestas languidecían en los últimos tiempos. Y eso es motivo de alegría no solo para la alcaldesa, sino para casi todos.
Quizá los dos años en barbecho contribuyeron al ambiente triunfalista que se vivió ayer en la plaza y que acabó con los tres toreros a hombros tras repartirse un suculento botín de siete orejas. Curiosamente, aquellos que estuvieron en la encerrona de Morenito de Aranda el día anterior, contaban que les sorprendía la actitud del respetable, ya que, en la primera de la Feria, el público se mostró frío, como queriéndose creer aún que había podido volver, por fin, a la plaza, a su plaza. Por cierto, durante la segunda de abono, se seguía hablando del festejo que tuvo al diestro local como protagonista. Todos querían contar cómo lo vivieron, aunque, eso sí, había un punto común en los relatos: la madurez y la rotundidad mostradas por el ribereño. 
Narrando la tarde previa de Morenito y saludando a aquellos aficionados ribereños que vimos por última vez un septiembre de 2011 se fue pasando un festejo que sumaba trofeos a la estadística, pero que no dejaba apenas nada para el recuerdo. La gente, incluida la alcaldesa, disfrutó de esos primeros toros. Que si Padilla con su entrega y sus banderillas, que si Fandiño por derechazos, que mira Daniel Luque que guapo... Ellos pagan y sustentan la Fiesta, así que si disfrutaron, chitón. 
Eso sí, algunos, pocos, nos aburrimos soberanamente porque cuando falla el protagonista de la Fiesta, ésta se muere. Y el protagonista no va de luces, aunque el neotaurinismo contradiga la afirmación, sino que suele ser negro, tiene cuatro patas y luce dos cuernos más o menos íntegros, que hasta en eso caben ya dudas. Efectivamente, el toro es lo importante y fue lo que falló en todo el festejo de ayer. Ganadería de campanillas, de figuras, con nombre de tronío, Núñez del Cuvillo, pero sin apenas cualidades semejantes a las que se esperan en un toro de lidia. Clase y calidad, sobre todo los tres últimos derrocharon, pero sin pujanza, sin bravura, sin casta, sin fuerza... Demasiados sin como para poder dar importancia a lo que ocurría en el ruedo. 
En esas salió el cuarto astado, con las mismas carencias que los anteriores, pero a Padilla no le importó en demasía. El jerezano llegó para triunfar y el enemigo que le tocase en suerte poco tenía que ver en eso. Así que tiró de repertorio populista para conseguir que la plaza se entregase por completo. Por un momento visualizamos a El Cordobés y su idilio con El Plantío. Vamos, que si sale una peña con una tarta para El Pirata, a nadie le hubiera sorprendido. Dos orejas, que sumada a la del primero, hicieron tres. Triunfador de la tarde y beso en la arena porque Aranda mola. El problema es que luego en plazas como Bilbao, por poner una, ese héroe que es Padilla, condición que nadie jamás le discutirá por su afán de superación, demuestra que ni está para esos compromisos ni se le espera. 
Fandiño llegó al quinto, que parecía más toro que los tres primeros juntos, sin trofeos en el esportón. Pero tampoco quería salir a pie. Así que el de Orduña sacó sus armas, muy diferentes a las de Padilla. Se puso de verdad. Con la raza y el pundonor que acostumbra, pero con una vulgaridad casi inexplicable en un torero que si ha llegado donde está es, precisamente, por su pureza. Pero ésa se debió quedar en el hotel. El toro, a todo esto, no se comía a nadie, aunque careció de fuerza, como todos. Sin embargo, el vasco no llegó a templarse nunca con él y los muletazos salieron siempre enganchados, sucios, vulgares. Ni a izquierdas ni a derechas. Tuvo la faena, eso sí, ligazón, una virtud que tapó muchísimas carencias pues dotó de vibración al trasteo. Y, así, Fandiño consiguió que los pañuelos salieran a relucir a la muerte del toro. Dos orejas.
 
valió la pena esperar. Cuando el sexto, otro que parecía más toro que los tres primeros juntos, salió a la arena, la tarde estaba en un sí, pero no. Sí para la gente, no para el recuerdo. Una contradicción típica de los festejos triunfalistas. Pero Luque quiso regalar uno de esos momentos por los que vale la pena esperar. Después de templarse de rodillas con el capote, logro dificilísimo, clavó los pies, encajó los riñones, hundió el mentón, bajó las manos y meció al toro en unas verónicas tan lentas que se pudo despintar el rosa del capote en cada lance. Seda en las muñecas. Apenas fueron tres, pero sirvieron para conmover el alma. Para partirte por dentro. La Fiesta engancha por tres verónicas así. Y la media de cartel. Con el percal a la cintura en estampa añeja. El olé roto debió salir en ese momento.
Se dejó al toro crudito, viendo los problemas de fuerza y casta de los anteriores. Le dio distancia y citó con la muletita adelantada, pero a media altura. No era un astado el de Cuvillo para obligarle. Y así, fue desgranando derechazos templados, suavecitos, cadenciosos. Otra vez la distancia y los tiempos entre tandas para que el toro pudiera reponerse. Inteligente el de Gerena. Así, siguieron brotando más derechazos sin enmendarse, con un suave giro de talones para ligar cada muletazo. 
Las luquesinas finales enloquecieron al respetable que no dudó en pedir las dos orejas y el rabo a la muerte del toro. Aguantó el presidente el tercer pañuelo mientras la cuadrilla de Luque, en un gesto tan habitual como poco torero, alentaba al público contra el usía. Al final, mosqueo generalizado que parece que se calmó con la imagen de los tres toreros a hombros.