El núcleo de indigentes de Plaza de Vega agrava el abandono que sufre la zona desde hace años

Angélica González / Burgos
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Cáritas tiene un programa de ayuda a estas personas, a las que ofrece apoyo para cambiar su vida. Los comerciantes apuestan también por la vía social para terminar con una cuestión que es, fundamentalmente, de imagen ya que no hay inseguridad y robos

No puede decirse que la Plaza de Vega y las calles aledañas de esa parte de la zona sur de la ciudad pasen por su mejor momento. Decenas de comercios han echado el cierre y sus fachadas y escaparates presentan un aspecto desolador, atestadas como están de dibujos que no llegan ni a ser grafitis; en el solar ubicado en una de las principales esquinas la basura se cuenta por toneladas y el agua de la lluvia ha creado una especie de lago en el que, sorprendentemente, habita una familia de patos. Lo peor, con todo, es que se trata del escenario vital de un nutrido grupo de personas sin hogar o con viviendas muy deterioradas, que están desempleadas, tienen problemas de adicciones y, en muchos casos, patologías psiquiátricas, que pasan allí las horas muertas. Su presencia provoca las quejas de parte de los comerciantes y de los vecinos que en no pocas ocasiones tienen que avisar a la Policía Local para que ataje peleas entre ellas, alborotos y algunas conductas incívicas. También lamentan que sea ésta la carta de presentación de la ciudad ya que es la primera imagen que obtienen los turistas que llegan a Burgos en autobús y está en pleno centro, singularmente cerca del Arco de Santa María y de la Catedral.

Cáritas, consciente de la situación que vive este colectivo inició el pasado mes de mayo un programa de educación de calle que abarca no solo este entorno de forma específica sino que incluye, además, la Avenida del Cid, Reyes Católicos, calle Santander y la zona del Espolón más cercana al Arco de Santa María. En esta parte de la ciudad, la ONG de la Iglesia Católica ha contabilizado hasta 38 personas con este perfil. «Nosotros trabajamos con la gente que está en la calle, queremos oír sus problemas, ofrecerles apoyo en lo que podamos para resolver los problemas legales o de salud que puedan presentar y, sobre todo, plantearles alternativas para motivar que intenten un cambio de vida», explica el trabajador social, David Alonso.

Todos los miércoles por la mañana echa un par de horas por el llamado Espoloncillo y los alrededores de la estación de autobuses. Allí se encuentra con viejos conocidos que han pasado varias veces por los recursos de Cáritas, muchos de los cuales son consumidores activos de drogas. Uno de ellos, Antonio, de 47 años, se muestra especialmente locuaz: «No te creas que aquí se mueve mucho material; solo porros y cerveza y algo de trapicheo con pastillas, sobre todo con Trakimazín, que se cobra a un euro la pastilla». No quiere salir en la foto porque es «de Burgos de toda la vida» y dice que su familia se llevaría un disgusto espantoso si le viera en el periódico con las pintas que lleva, pero se presta gustoso a hacernos de cicerone y a explicarnos las claves internas de ese submundo que, a pesar de estar delante de nuestras narices y ser molesto para el comercio y el vecindario, resulta invisible. Es una paradoja que este hombre, curtido en mil batallas, no deja de remarcar: «Resulta que se cabrean porque estamos aquí y nos putean como cuando nos quitaron el banco para que no pudiéramos sentarnos -y eso que allí no hacíamos  nada, solo charlar con los abuelos- pero luego nadie te mira a la cara cuando vamos por la calle».

Cuenta que lo único que pasa allí es que la gente se sienta y habla de sus cosas mientras bebe y fuma «porque no tiene otro sitio adonde ir». Parece que sí que hay algunas mujeres «hechas polvo», según su criterio, que se prostituyen por unos precios muy módicos, algo que luego confirmará uno de los comerciantes, quien precisa que las escaleras del acceso al parking es el lugar donde se llevan a cabo estas transacciones sexuales, pero que esta actividad es extraordinariamente puntual. La Policía Local también ha detectado en ocasiones a varias personas que habitan pisos del entorno donde se ejerce la prostitución que bajan a la calle a la busca del cliente, un hecho también que se ha producido en contadas ocasiones.

LA TERTULIA. Son las once y cuarto de la mañana del pasado miércoles y un porro del tamaño de un zepelín pasa de mano en mano entre un grupo de habituales. Está el silencioso Adrián, un rumano de ojos azules que lleva a su preciosa perra más abrigada que él; Lucas, que no tiene muy buen aspecto (luego los otros lo comentarán con tono de preocupación) y Mariano, un tipo esbelto y con las huellas de muchos años de heroína en la calle que lleva la voz cantante, pide perdón cuando se les escapa un taco y presume de que un día se quedó en pelotas delante de los agentes de la Policía Local: «Estoy harto de que vengan a multarnos por beber una cerveza en la calle -300 euros, ¿de dónde se creen que los voy a sacar?- y de que nos cacheen, así que ese día se lo puse fácil y les enseñé el culo». Risas generalizadas.

La tertulia se produce en uno de los accesos al parking, junto a una oficina del BBVA y aguantando el chirimiri que no dejará de caer en toda la mañana. Enseguida se suma otra pareja. Ella tiene nombre de cuento, es española, de mediana edad y muy guapa. Explica que es actriz, que ha tenido algunos problemas con las drogas y que está afincada en Burgos porque aquí están su madre y su hijo, aunque no vive con ellos sino con un lituano de aspecto bastante torvo, que no dice ni mu y al que no parece gustarle mucho la locuacidad de su chica. Justo enfrente de donde han aposentado sus reales, al principio de la calle Miranda, están «los otros». Son jóvenes de origen magrebí con los que no parece haber ningún contacto y, cuando lo hay, no suele acabar de la mejor manera.

 Llevamos un buen rato dándole a la húmeda y llegando a conclusiones de distinto jaez como que todos se portan estupendamente bien, que sería fenomenal encontrar un trabajo y  que no hay nada como una buena birra por la mañana, pero nadie repara en el nutrido y singular grupo que formamos. Somos parte del paisaje. Tampoco ha asomado ni un solo agente de policía a pesar de que nuestros contertulios se quejan de que los municipales «no les dejan ni respirar». Será a otras horas.

La visión que tienen los comerciantes de la zona varía sustancialmente. Una de ellas, que lleva más de veinte años vendiendo dulces afirma que a varios de los negocios les ha arruinado el hecho de que esta gente esté permanentemente merodeando por allí. «Han cerrado varios bares y hay mucha gente que se asusta cuando va a comprar. Aquí hemos tenido algún problema pero no se ha vuelto a repetir porque saben que no les atiendo, que no pueden entrar en mi tienda, aunque también te digo que conozco a muchos hace veinte años y me entristece ver su deterioro», dice la panadera. Pero lo cierto es que no se han producido nunca robos ni altercados con los viandantes. El problema de la Plaza de Vega es, simple y llanamente, de imagen. Así de crudo. La presencia de los sintecho y el hecho de que, de vez en cuando, sus fiestas -como las de todos- se rocíen de alcohol y den mucho ruido, produce miedo e inseguridad, por más que todos ellos sean inofensivos salvo consigo mismos, y puede hasta quitar las ganas de pasear por la zona, tomar un café o adquirir un regalo en uno de los comercios.

Los peluqueros de la calle Calera, un negocio con mucha solera que acumula décadas de presencia en la ciudad, reconocen que la cosa ha mejorado desde que cerrara el colmado que tenían al lado regentado por un joven africano donde se vendía alcohol muy barato: «Aquí estaban todo el día, bebiendo y montando bronca, alguna vez tuvimos que echar la llave para trabajar tranquilos y me he llegado a encontrar algo de droga porque lo tiraban cuando llegaba la policía pero ahora, como ha cerrado, ya no tenemos tanto problema. El chico que lo ha cogido hace muy poco tiempo, un marroquí, lo tiene muy limpio y no vende alcohol».

Javier Trascasa, coordinador de la zona sur en la asociación de comerciantes Centro Burgos, reconoce que es un problema complejo: «Para los comerciantes no es agradable tener todos los días a la gente allí sentada y bebiendo aunque no se meten con las personas que pasan, más bien las broncas las tienen entre ellos. Esta situación no es buena pero ni para ellos mismos, a los que estoy seguro de que les encantaría estar haciendo otras cosas».

David Alonso, de Cáritas, afirma que entiende perfectamente el malestar del pequeño comercio: «Llevar un negocio de cercanía supone un gran esfuerzo, con la competencia que tienen con las grandes superficies, y es comprensible que les moleste tener alrededor una situación complicada que  ahuyenta la clientela que puedan tener, pero también te puedo decir que muchas de estas personas sin techo han conseguido tejer su ed social y son ayudados por la gente de los bares y de las tiendas». En este sentido, se muestra abierto a sentarse con el colectivo empresarial para buscar soluciones.

Para Trascasa sería una buena idea este contacto con la ONG porque insiste en la idea de que ni los propios sintecho están satisfechos de pasar así su vida: «Seguro que son ellos los primeros que estarían encantados de tener un trabajo y marcharse de allí pero no somos los comerciantes los que tenemos que decir qué se puede hacer sino los servicios sociales o Cáritas, es decir, gente experta en esta problemática».

Coincide al cien por cien con Belén Marticorena, gerente de la asociación Centro Burgos, cuya primera reflexión es de carácter humanitario: «Tenemos que pensar en el trasfondo de todo esto, en qué es lo que ha llevado a esta gente a estar en semejantes circunstancias y preguntarnos si quizás nos podría haber pasado o nos puede pasar a cualquiera de nosotros. A su juicio, la solución pasa por algún tipo de medida solidaria que estarían encantados de plantear junto con Cáritas: «La Policía Local, con sus operativos, hace lo que nuestros comerciantes les han pedido, pero ya hemos comprobado que esto no soluciona el problema, que solo lo traslada».

Y mientras lamenta que una zona tan importante de la capital haya llegado a esta situación -«pero no es porque no lo hayamos hablado un montón de veces con los responsables del Ayuntamiento»- recuerda que, en alguna ocasión, se planteó una reforma urbana para que el espacio comprendido entre la propia Plaza de Vega y el cruce entre las calles Madrid y Progreso se convierta en un espacio peatonal o en un bulevar. Y espera que pueda retomarse la idea.