La visita más especial

H. Jiménez / Burgos
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Los camaldulenses del Yermo de Herrera (cerca de Miranda), una orden con reglas presididas por el silencio y la soledad, conoció este verano la muestra oniense

Un monje pasea entre las celdas individuales, en una imagen de archivo. - Foto: diariodeburgos.es

Por ‘Monacatus’ han pasado muchos miles de personas. Hombres, mujeres, niños, ancianos españoles y extranjeros de múltiples nacionalidades. Cada uno con una historia personal y una motivación para visitar la muestra de Las Edades del Hombre en Oña. Pero pocos tan singulares como la de los monjes camaldulenses del Monasterio de Santa María de Herrera.

Un día de verano los 10 miembros de esta comunidad cercana a Miranda de Ebro salieron de su clausura para visitar la exposición. Era una ocasión excepcional, pues los monjes desarrollan toda su vida en el interior de lo que denominan ‘yermo’, pero la ocasión lo merecía: a pocos kilómetros de su retiro iban a poder contemplar el cuadro ‘Alegoría de los Camaldulenses’, obra de El Greco, que reflejaba ya en el siglo XVII la forma de vida eremítica de esta orden tan particular.

La ‘Alegoría’ había estado no hace mucho en Burgos, en la exposición de El Greco que el año pasado organizó Diario de Burgos para conmemorar su 120 aniversario, pero ahora los camaldulenses lo tenían más cerca que nunca. Aprovecharon, incluso, para fotografiarse ante la pictórica mirada de su fundador, San Romualdo, junto al comisario de la muestra, Agustín Lázaro.

La sencillez de sus hábitos blancos y sus sandalias, sus largas barbas, su pelo rapado y tocado, llamaron la atención de quienes aquel día se cruzaron con ellos. No en vano los Eremitas Camaldulenses de Montecorona, como así se denominan, es una de las comunidades menos conocidas por la sociedad.

Su presencia en Miranda se remonta, sin embargo, hasta 1923, cuando los camaldulenses lo adquirieron tras el paso de varias congregaciones después de la Desamortización de Mendizábal. Allí, en un paraje rodeado de pinos, chopos, encinas, enebros, nogales, matorrales y monte bajo y presidido por el Pico Gobera, invadido por el silencio y tras una valla que les protege de los curiosos, los eremitas practican un modo de existir que solo resulta comprensible desde una interpretación muy particular de la fe católica.

Se despiertan antes de las 4 de la mañana y siguen cada día las mismas rutinas de trabajo y oración, habitan en celdas separadas amuebladas con extrema austeridad, comen solos, solo hablan entre ellos en determinados días y momentos, apenas salen para hacer gestiones aunque tiene permitidos cinco paseos exteriores anuales y no está permitida la entrada de mujeres al recinto.

La propia disposición física de las celdas invita a la soledad y a la reflexión individual. Al contrario que en el resto de monasterios, donde las habituaciones suelen agruparse en torno a un claustro y a estar en comunidad, los camaldulenses habitan construcciones separadas en las que tienen su baño, su capilla, su habitación de lectura y comida y su dormitorio. El resultado en una fotografía aérea sería la de un pequeño pueblo de casas blancas. Y el cuadro de El Greco refleja que la apariencia de sus monasterios no ha cambiado demasiado en 400 años .

Pese a estas imposiciones, radicalmente opuestas al resto de la sociedad occidental en la que la comunicación es cada vez más rápida y permanente, un rápido buceo por internet (allí también se habla de ellos, por supuesto) permite averiguar que periódicamente reciben visitas de quienes pasar unos días con ellos y compartir sus enseñanzas. Incluso el presidente de la Junta, Juan Vicente Herrera, ha expresado en alguna ocasión su interés en conocer de primera mano la camáldula.

vocaciones recuperadas. Hoy en día los camaldulenses del norte de Burgos, la única comunidad de su congregación en España, son una decena, algunos de avanzada edad, aunque rejuvenecidos respecto a cómo se encontraron en las décadas de los 80 y 90. Al otro lado del teléfono el prior, el Padre Iván, que declina abrir las puertas a la prensa para hacer un reportaje alegando su interés en preservar la intimidad, confirma que «en los últimos años ha habido un incremento de vocaciones». El Yermo de Herrera, de hecho, estuvo a punto de desaparecer. En 1986, de hecho, el Capítulo General Extraordinario de la Camáldula creyó conveniente su cierre, tal y como explica Javier Onrubia Rebuelta en su libro ‘Siete Días en el Yermo Camaldulense de Nuestra Señora de Herrera’ en el que relata su experiencia con los monjes en el año 2008.

Pero sobrevivió, incluso creció y hoy en día la campana que llama en las madrugadas a la primera oración de Maitines permanece como testigo de una forma de vida anclada en el tiempo cuyo único objetivo es la espiritualidad en su máxima expresión. Lo más parecido a la esencia de la vida consagrada que ha querido recoger ‘Monacatus’ desde que abrió sus puertas a finales del mes de mayo hasta esta misma tarde.