El calentamiento global deja en Burgos las primeras evidencias

H. Jiménez | Burgos
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Un grado más y un mes de heladas menos desde 1944. El incremento de la temperatura reduce la crudeza de los inviernos

Generosa nevada en el Paseo del Espolón, una imagen que cada vez será más infrecuente si no ambia la curva ascendente de temperaturas. - Foto: Miguel Ángel Valdivielso

El cambio climático no es haber tenido un septiembre sorprendentemente bueno en su arranque. No es una gran nevada puntual en marzo, ni una ola de calor exagerada en junio. El calentamiento global, del que tanto se discute en foros internacionales más en torno a sus orígenes que en torno al hecho en sí, es una tendencia que la observación a lo largo de las últimas décadas permite comprobar y cuantificar. Y en el caso de Burgos ya hay un bagaje histórico suficiente como para disponer de las primeras afirmaciones.
Desde 1944, cuando comienzan los primeros registros en la estación meteorológica de Villafría,  la serie permite obtener unos cuantos datos y realizar con ellos distintas combinaciones para obtener parámetros muy llamativos. El denominador común a todos ellos es que la capital burgalesa presenta un claro aumento de las temperaturas, menos precipitaciones, veranos cada vez más áridos e inviernos con muchas menos heladas. 
El estudio aquí expuesto es obra de Javier María García, jefe del Servicio Territorial de Medio Ambiente de la Junta de Castilla y León, que tras recopilar los últimos 70 años de la estación de Villafría los ha analizado en promedios de 20 años de amplitud y empleándolos como medias móviles, lo que evita los dientes de sierra anuales y los efectos estadísticos de las pequeñas variaciones a corto plazo. El resultado de esta operación es una tendencia global que evita, utilizando un símil medioambiental, que los árboles no permitan ver el bosque. Porque lo importante es la curva final.
En ellas se observa, por ejemplo, que la temperatura media anual en el periodo 1994-2013 resultó ser 1 grado superior a la de 1944-1963 (pasó de 10 a 11 grados centígrados). Más allá de la variación, que puede resultar pequeña aunque un solo grado de promedio ya es importante en un clima, llama la atención la aceleración del cambio producido a partir de los años 70. Hasta entonces los valores se mantuvieron estables, e incluso llegaron a descender algunas décimas, pero es a partir de esa década cuando la tendencia alcista se manifiesta de forma más clara, algo que no se detiene en las décadas posteriores.
Más clara aún es la subida de las temperaturas medias del verano, que crecen casi 1,5 grados (pasan de 18,40 a 19,80) en el mes más cálido del año. A ello han contribuido las últimas máximas alcanzadas en los veranos más recientes, como los 38,8ºC registrados en agosto de 2003 que son hasta el momento el récord absoluto para Villafría.
En el extremo contrario, el de las mínimas, García llama la atención sobre la variable de la «duración de la helada segura». Durante el periodo 1944-2013 ese periodo ha disminuido aproximadamente un mes al pasar de 2,5 a solo 1,5 meses en el último ‘corte’ de dos decenios, lo que se traduce directamente en una mayor suavidad de los inviernos.
En paralelo a la temperatura está cambiando también el régimen de lluvias anuales, aunque en su caso la tendencia de la gráfica general de precipitaciones no es tan clara. Desciende claramente en el periodo 1980-1999, pero en los últimos años ha vuelto a crecer hasta acercarse a los valores de mediados del siglo XX.  Sobre todo llueve menos en verano, algo acentuado a partir de los años 1985-1990.
En cualquier caso, la consecuencia más interesante de la combinación entre temperatura y precipitaciones es el incremento del llamado «periodo de aridez». Se trata de un concepto correspondiente a los meses en los que la cantidad de lluvia caída es inferior a dos veces la temperatura media de ese mes. Entonces se considera que las masas forestales están sometidas a una «aridez fisiológica» o «estrés hídrico». Y en el caso de Burgos la duración de este periodo ha aumentado un mes desde que se tienen registros.
En las últimas dos décadas se han registrado tiempos de aridez de 2,7 meses, mientras que en los años 50 la duración se quedaba en 1,7. Al mismo tiempo la intensidad de la aridez (fruto también de una combinación entre la precipitación y la temperatura) ha pasado de 0,03 a 0,10 en los últimos 70 años. Una vez más, la tendencia se acelera a partir de las últimas tres o cuatro décadas, cuando los niveles de industrialización en todo el mundo se disparan y con ellos las emisiones de CO2 que ahora tanto cuesta moderar y que parecen ser la clave para contener el calentamiento global.
El jefe del Servicio Territorial de Medio Ambiente destaca lo llamativo de las conclusiones de su análisis, pero hace un llamamiento a «huir de cualquier tipo de tremendismo». 
 
«sin tremendismo». Sostiene García que «hay que analizar los temas con los datos delante y partiendo de modelos matemáticos», y apunta a que (siempre que las tendencias se mantengan) iría hacia un clima «ya conocido» que no provocará mayores problemas a los humanos aunque obligará sobre todo a las especies vegetales a adaptarse.
A finales de 2013, una revista especializada publicó un trabajo que firmaban el propio García y Carmen Allué, también trabajadora del Servicio Territorial, constataba que para el año 2080 solo entre un 5 y un 15% de la superficie del planeta albergará climas desconocidos hoy en día, sobre los que no sabemos cuál sería su comportamiento tipo, y restringía todos ellos a latitudes tropicales y subtropicales.
Aun así, y pese a que no habría grandes sorpresas o incertidumbres asociadas, en unos 100 años «Burgos podría estar en unas condiciones climáticas parecidas a las que actualmente tiene Madrid», donde la temperatura media es de 14 grados (en Burgos ya vamos por 11), la duración de la aridez de 3,8 meses (Villafría está en los 2,7) y la duración del periodo de helada no llega a 1 mes (aquí aún tenemos 1,5). 
Quizás para entonces las fachadas burgalesas se llenen de aparatos de aire acondicionado y su gasto se compense con la reducción de la calefacción a solo dos o tres meses al año. Por suerte para sus habitantes, Burgos presenta todavía un clima suave que permitiría soportar un calentamiento de unos pocos grados más. No podrán decir lo mismo en el sur peninsular.