La huella de un maestro

Jose Manuel Pozo
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El profesor de Arquitectura de la Universidad de Navarra José Manuel del Pozo disecciona la figura de Javier Carvajal, galardonado con la Medalla de Oro en esta especialidad en 2012.

Ya maduro desempeñó su actividad profesional con gran pasión.

Pocos arquitectos en España han merecido tanto la Medalla de Oro de la Arquitectura como Javier Carvajal y a pocos se les ha negado durante tanto tiempo.

Habitualmente, ese galardón lo otorga un grupo de expertos que, tras juzgar la obra del candidato y si la encuentran digna de la Medalla, conceden tal mención. En el caso del legado de Carvajal la merecía sobradamente, pero los expertos encontraban siempre una más relevante que la suya, convocatoria tras convocatoria y, por eso, ha tardado tanto.

Pero, finalmente, los encargados de esta materia han sabido escuchar el clamor popular, esto es, la reiterada propuesta de cientos de arquitectos de varias generaciones que le tenemos por maestro y referente, y sabemos lo que le debemos y lo que le debe la profesión y la arquitectura española actual.

Un joven Javier Carvajal trabaja en el estudio de Goya 1. Estudio, vitalidad, entusiasmo son sus máximas en los primeros años de su carrera.Un joven Javier Carvajal trabaja en el estudio de Goya 1. Estudio, vitalidad, entusiasmo son sus máximas en los primeros años de su carrera. El 6 de noviembre de 2010 la Escuela de Arquitectura de la Universidad Politécnica de Madrid acogió un acto de reconocimiento a la tarea docente y profesional de Carvajal, que había organizado la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Navarra. Una abigarrada muchedumbre de miembros de este gremio, de estudiantes y de amigos del maestro abarrotaron el Aula Magna de la Escuela de Arquitectura de la capital y dos salas más, habilitadas para poder seguir el acto a través de los monitores. Le había correspondido a Jesús Aparicio glosar los méritos de Carvajal y, para ello, nos ofreció un vídeo de una conferencia que éste había pronunciado años atrás acerca de Le Corbusier, en la que hablaba de él y de sus obras con la fuerza y la pasión con que lo hacía todo y en la que terminaba preguntándose si hoy en día quedaba algo del magisterio del gran arquitecto suizo. A lo que él mismo respondía: sí, quedamos nosotros y lo que construimos nosotros. En todo eso se reconoce a Le Corbusier.

Miles de arquitectos nos hemos formado con Carvajal. Cientos de edificios deben su calidad a lo que aprendimos de él y las dos mejores escuelas de arquitectura de España presumen de haber gozado de su docencia, por algo será. Catedrático en Madrid y también en la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Navarra, Javier Carvajal, ahora enfermo e incapaz de hablarnos sobre su obra, conserva sin embargo toda su fuerza y nos transmite ahora a través de lo que hacemos y mostramos quienes aprendimos de él a entender y amar la arquitectura y lo que con ella se puede hacer, que es servir a la sociedad más allá de lo que ella nos reclama, más allá de lo que se pensaba que era posible, porque aunque a veces esa sociedad no sabe pedir, a nosotros nos han enseñado a dar y responder como solo sabe hacerlo un arquitecto: con excelencia.

Exterior de edificio de Altos Estudios Mercantiles, en la Diagonal de Barcelona, 1956-69. Realizado con Rafael García de Castro, significó su primer gran triunfo, y su única obra en su ciudad natal.Exterior de edificio de Altos Estudios Mercantiles, en la Diagonal de Barcelona, 1956-69. Realizado con Rafael García de Castro, significó su primer gran triunfo, y su única obra en su ciudad natal. Servicio público

Oía hace poco al sociólogo José Miguel Iribas, gran amigo y mejor profesional, decir en una conferencia que en su ya dilatado contacto con la sociedad española, que él escruta, analiza e intenta comprender mejor día tras día, ha llegado a la conclusión de que hay una cualidad que distingue singularmente a los buenos arquitectos como característica genuina de la profesión: el afán de excelencia, esto es, la capacidad y el deseo de dar siempre más, de no conformarse con lo alcanzado, ni de medir el esfuerzo, ni de hacer mezquinos cálculos de beneficio. Solo por el afán de hacerlo cada vez mejor, sin automatismos aburguesados.

Javier Carvajal fue maestro en ese arte y nos transmitió su pasión de servicio y de excelencia en el servicio. En la Universidad de Navarra encontró, desde luego, una tierra especialmente bien preparada para su siembra, como también la había tenido en Madrid, y los frutos de esa siembra generosa ahora se encuentran diseminados por el mundo y son muchos, muchísimos, los arquitectos que se afanan por dar siempre más de lo que les piden.

Podríamos hablar de sus obras y de su talento, pero lo que realmente le hace grande, lo que le hace merecedor de esa Medalla más que ambos, es la huella que han dejado su magisterio y su ejemplo.

Si decía Kenneth Frampton que no hay en el mundo -o había (concedámosle algún mérito a Bolonia)- docencia de la arquitectura de calidad parangonable a la española, qué decir de quién dejó su vida dando carácter y sublimando la docencia en dos escuelas tan notables como las de Madrid y Navarra, en las que fue pionero, abanderado y líder de una docencia excelente. A su vera muchos aprendimos a apasionarnos por ese modo decisivo de servir a la sociedad.

En España, en Madrid sobre todo, podemos disfrutar de la visión de sus obras maestras. Son obras que le honran como autor, pero limitadas en número y de las que pueden disfrutar solo unas cuantas familias.

Mucho mayor es en cambio el número de las ciudades, los pueblos y las familias que disfrutan de lo que han hecho, hacen y harán quienes aprendieron de él a hacer Arquitectura, que es algo distinto de construir o de hacer solo arquitectura.

Esta es su verdadera herencia, la que ha clamado pidiendo la merecida medalla: esos cientos de hombres y mujeres que cada año salen de las escuelas de esta especialidad en Madrid y Navarra para llevar a todas partes ese modo elevado de ejercer la profesión, sin enjuagues ni medianías; de quien intenta dar de sí todo lo posible, de quien aspira siempre a la excelencia.

Sus obras, las que se conservan, le hacen grande, pero lo que le hace inmenso, lo que le ha hecho de oro, es la herencia viva que ha dejado con su trabajo.