20 kilómetros para ir a la compra

I.M.L.
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A excepción de media docena de municipios, que disponen de supermercado, la mitad de las localidades del entorno de Aranda y Roa carecen de comercio alguno

La red comercial en el entorno rural es el paradigma de la típica frase de la pescadilla que se muerde la cola. Si no hay clientes, las tiendas cierra, pero si las tiendas cierra, los clientes tienen que irse, entonces hay menos clientes, por lo que los comercios no pueden sobrevivir... Y si a eso sumamos el envejecimiento de la población en los pueblos, las tiendas de ultramarinos o comestibles de toda la vida llevan camino de convertirse en una especie en peligro de extinción.

Las cifras hablan por sí solas. Según el Diagnóstico del Abastecimiento Comercial de Producto Cotidiano en el Medio Rural realizado por la Junta de Castilla y León el año pasado, un total de 34 localidades carecen de tienda, los que supone que la mitad de los municipios ribereños dependen de otro para abastecerse de los productos más básicos, optando la mayoría por acudir a los supermercados de Aranda aunque en el entorno de Roa optan por los establecimientos raudenses, que cuenta con 15 tiendas para todo tipo de abastecimiento.

Este reto demográfico y económico afecta a 6.713 ribereños que residen en alguno de esos municipios que no tienen tiendas, porque no las han tenido nunca o porque han ido cerrando con el paso de los años y la escasez de clientela. Esta cifra supone que uno de cada nueve residentes en la comarca tienen que hacer una media de 20,6 kilómetros para poder acudir a una tienda o a un supermercado. 

Algunas de esas localidades que ya no tienen ningún comercio abierto lo tienen más fácil, sobre todo si se encuentran cerca de Aranda o de la villa raudense. Es el caso de Fuentespina, cuya alcaldesa reconoce que se han tenido que habituar a coger el coche para ir a la compra. «Antes teníamos tienda pero cerró hace muchos años, con lo que ahora tenemos que ir a Aranda y llenar el coche, porque muchos aprovechamos para hacer compra semanal, y las personas mayores que no conducen o se bajan en el autobús, o piden ayuda a un vecino para que las lleve o les haga los recados», explica María José Mato. 

En una situación similar se encuentran los habitantes de Fresnillo de las Dueñas. Allí un emprendedor venido de Madrid se animó a abrir una tienda en la localidad pero el negocio no funcionó. «Estuvo un año abierta y la gente aprovechaba para comprar las cosas que se les habían olvidado, cosa de poco, y con eso no se puede mantener un negocio y tuvo que cerrar después de aguantar un año, y sigue cerrada», recuerda el primer edil, Gustavo García.

Una de esas raras excepciones en el mapa del comercio de proximidad en el ámbito rural en la comarca ribereña es Milagros, que se encuentra a menos de 12 kilómetros de Aranda pero que hasta hace poco contaba con una amplia oferta comercial. «Hemos tenido dos carnicerías y dos tiendas de ultramarinos, una de ella es incluso estanco, y siempre han tenido negocio», reconoce Pedro Miguel Gil, alcalde milagreño, que aclara que la clientela tiene unas rutinas muy marcadas dependiendo del día de la semana y de la época del año. «Tenían más jaleo cuando se acercaba el fin de semana, desde el viernes, para el tema de las meriendas y para los que venían a pasar el fin de semana, y en verano se notaba el incremento de clientes de manera paralela al aumento de la población», apunta el primer edil.

Sin embargo, los cambios demográficos y el envejecimiento de la población están haciendo estragos en estos comercios, quedando solo abierta en la actualidad un ultramarinos. «Las dos carnicerías cerraron y una de las tiendas lleva meses cerrada por baja pero el que la lleva no tardará en jubilarse y acabará por cerrar porque no hay nadie que quiera seguir», lamenta Gil. Una situación que afectaría a la población, que allí en Milagros tiene mucha costumbre de ir a las tiendas de su pueblo. «Mi madre todavía iba a la carnicería a comprar lo que necesitaba para ella, pero ahora que han cerrado tenemos que ir nosotros ha hacerle ese tipo de compra», cuenta el alcalde milagreño como experiencia personal, que se puede extrapolar a cualquiera de sus más de 500 vecinos.

Es por eso que desde el Ayuntamiento de Milagros no descartan ponerse manos a la obra para evitar que, en un futuro no muy lejano, se queden sin tiendas abiertas. «Algo tendremos que hacer, no sé si ceder un local municipal o ayudar de alguna forma, porque las tiendas son muy necesarias», insiste Pedro Miguel Gil. Lo cierto es que las tiendas de proximidad en las localidades son algo más que un lugar donde abastecerse de productos de primera necesidad. A la vez que los vecinos acuden a diario a comprar el pan reciente o a reponer algún producto que se les ha acabado o a suplir las necesidades provocadas por una visita imprevista, aprovechan para charlar y ponerse al día de las novedades. No es raro acudir a uno de estos ultramarinos y ver, por ejemplo, a la vecina de la vuelta de la esquina comprometiéndose ha vigilar el paso del camión de las bombonas de butano para que la tendera no se quede sin reponer la suya.

Esos mostradores han sido testigos de muchas conversaciones y confidencias, sirviendo en ocasiones para mantener a la población controlada, porque si una vecina y clienta habitual lleva dos días sin ir a por su media barra de pan y no ha avisado de que se iba de viaje, se da la voz de alarma por si le ha pasado algo. Las tiendas prestan un servicio fundamental, más allá de la venta de sus productos, al vertebrar la vida social en el entorno rural y ser una herramienta de socialización para evitar el aislamiento de los residentes en los pequeños municipios.