Atocha, zona 0, 10 años después

DPA
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Algunas víctimas visitan habitualmente la estación como si de una letanía se tratase

Atocha, zona 0, 10 años después

Entre el trasiego de la estación de trenes de Atocha se cuela la figura de un hombre de traje gris. Camina despacio, mochila al hombro. Se detiene frente a un cristal. Escudriña el otro lado. Sus ojos buscan entre un listado de nombres, casi 200. Fila 10, a la derecha. Ahí está. Daniel Paz Manjón.

Es el nombre de su hijo. Y el listado es el de los muertos. El de las 191 personas que fueron asesinadas cerca de allí en el peor atentado de la Historia de España: el conocido como 11-M, que tuvo lugar hace ahora 10 años.

Con su traje gris y su mochila, Eulogio se acerca algunas tardes hasta este monumento cuando sale de trabajar. El nombre de Daniel pervive en un mural, en el interior de una sala a la que se accede desde el vestíbulo de la estación.

Atocha se ha convertido en símbolo de la masacre. Las primeras bombas que estallaron aquella mañana lo hicieron allí mismo, en los andenes. Pero una década después, solo el monumento y los nombres de los muertos recuerdan aquel trágico 11 de marzo.

«Próximo tren, vía 2», se escucha por megafonía, entre el murmullo del gentío que sube y baja por las escaleras mecánicas de la estación, ajeno al recuerdo.

El silencio solo perdura ahora en el interior del monumento al 11-M. Son algunas de las palabras, en varios idiomas, que dejaron allí los ciudadanos consternados por el suceso.

«Hace falta mucha fantasía para soportar la realidad», lee Eulogio Paz entre todas ellas. «Es una de las frases que más me gustan», subraya. «Yo vivo esta fecha 10 años después como un recuerdo hacia mi hijo Daniel, hacia la juventud que tenía», explica.

Aquel día, el joven de 20 años tomó el tren para ir a la Universidad. Estudiaba Ciencias de la Actividad Física y el Deporte. No tenía clase pero decidió asistir a un curso. Cuando pasaba por la estación de El Pozo, a poca distancia de Atocha, una de las bombas explotó y le mató.

Algunos heridos no han logrado volver a tomar un tren. Enrique Sanz tardó tres meses, pero todavía hoy, cuando entra en la estación de Atocha, se le acelera el pulso y se le seca la garganta.

«Las secuelas psicológicas son las más duras. Son las imposibles. Con aquel recuerdo tienes que convivir todo el tiempo de tu vida», reflexiona.

«Los primeros años después del atentado, la gente me llamaba el 11 de marzo para felicitarme porque aquel día volví a nacer. Pero las llamadas se fueron diluyendo con el tiempo y ahora las víctimas hemos caído en el olvido», lamenta Enrique.

Contra ello luchan, precisamente. «Es muy peligroso que una sociedad olvide algo así, porque podría volver a repetirse», explica el superviviente, que aquel día tomó el tren 15 minutos más tarde de lo habitual porque su despertador no sonó.

«¿Por qué aquel día tomé ese tren que no era el de siempre? ¿Por qué salí vivo de allí? Son preguntas que 10 años después todavía me hago y que seguiré haciéndome toda la vida».