Un lugar en el mundo

A.G. / Burgos
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La vivienda de Julio es minúscula pero él dice sentirse como en un hotel. Después de años de dormir al raso, este hombre dispone de un espacio propio

Doce metros cuadrados. Es lo que ha necesitado Julio García Ajo para ser feliz, quizá por primera vez. «Aquí estoy estupendamente, como en un hotel. La convivencia no es para mí», explica este hombre de 55 años que se jacta de conocer todas las capitales de provincia de España «y algún pueblo grande» porque se ha pasado media vida en la calle y no haciendo cosas especialmente buenas. En apenas una frase ha sintetizado el espíritu que mueve al Proyecto Hogares de Cáritas, en el que este ex sintecho se ha adaptado como un guante a pesar de todas las dificultades que le persiguen desde hace años. García Ajo lleva décadas peleándose contra el alcohol y dejándose ganar las más de las veces, lo que le ha producido un severo deterioro en la salud al que ahora intenta poner freno a base de dormir bajo techo, comer caliente y a sus horas y disfrutar de tener una casa propia sin tener que pasar otra vez por el albergue o compartir el baño con otras personas: «Que no, que eso no es para mí», insiste. 
Así que no le importa nada que la vivienda sea minúscula. Es su lugar en el mundo. Allí tiene todo lo que necesita. Una cama, una nevera con yogures, fruta y pescado fresco y una mesa en la que puede dar rienda suelta a su inspiración. Porque Julio es escritor. El pasado mes de junio presentó un libro en el Teatro Principal en el que explicaba en verso sus peripecias pero... casi muere de éxito. «Volví a recaer, no me sentó nada bien la fama, eso de verme en la tele no me fue bien», explica, irónico, ante la atenta mirada del educador social David Alonso, que es su ángel de la guarda.
«Gracias a él, que me puso las pilas, y a Cáritas, ahora estoy bien,  porque antes sin alcohol estaba como un niño sin chupete. Llegar a Burgos y encontrarme con esta gente ha sido para mí un auténtico privilegio, es lo mejor que me ha podido pasar», cuenta este hombre, que sonríe de medio lado cuando recuerda sus andanzas por el mundo «como un sibarita que solo bebía Cardhu o Chivas», y se pone algo más sombrío cuando recuerda su paso por la cárcel.
Una de las cosas que más agradece a David y a la ONG es que le hayan ayudado a recuperar la relación con su familia, que estaba tan deteriorada que había de por medio hasta una orden de alejamiento. Este año, por primera vez en mucho tiempo, ha pasado la Nochebuena en el pueblo segoviano del que procede con sus padres nonagenarios, sus hermanos y sus sobrinos. «Me daba miedo pensar  que no iba a volver a ver a mis padres, que son tan mayores, pero lo he podido conseguir». Una gran foto de toda la familia ilumina el pequeño cuarto en el que vive Julio, que quiere posar junto a ella. 
Dice que ahora se da cuenta de cuánto ha querido siempre a su familia «y lo poco que se lo he sabido demostrar». Cómo no quererles si esa gente es pura bondad: el padre de Julio lleva décadas pagando un seguro por si al hijo descarriado le pasaba algo alguna vez en cualquier parte del mundo. Después de todo, Julio García Ajo -autor de los versos «no aflojes nunca el vuelo, no te des por vencido, así serás tú el vencedor»-, ha resultado ser un tipo afortunado.