El confesor y confidente del rey Felipe II

J.J. Martín
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Fray Bernardo de FresnedaReligioso franciscano, obispo de Cuenca, Córdoba y Zaragoza

Detalle del rostro de Fray Bernardo de Fresneda en el que se aprecia la mitra de los obispos.

fue obispo y ocupó uno de los cargos más importantes de la corte real de Felipe II pero hasta los 16 años trabajaba como pastor por los montes de fresneda, su pueblo natal.

Sin duda, el confesor real era una de las figuras más importantes dentro de la corte de los monarcas españoles de la Edad Moderna. En palabras de Henar Pizarro, «su inclusión en el restringido grupo de personas que tenían acceso al monarca y su actuación como depositario de la conciencia regia conferían al ostentador de dicha dignidad una influencia que, habitualmente, transgredía los márgenes de la mera dirección espiritual». Y ciertamente, así fue en el caso que nos ocupa, el del burgalés Fray Bernardo de Fresneda, confesor de Felipe II. Este aspecto le otorgó un enorme poder, ya que sus consejos eran tenidos en cuenta por el llamado ‘Rey Prudente’, para quien la defensa de la religión y la ortodoxia católicas constituían el eje central de la propia Monarquía.

      Bernardo de Alvarado nació en Fresneda de la Sierra en 1509, en el seno de  una familia hidalga, aunque, no por ello, de posición económica desahogada. No en vano, desde muy niño, se vio obligado a trabajar duramente como pastor por los montes fresnedinos para ganarse el sustento diario. Cuando contaba con 16 años, fue acogido por los padres franciscanos observantes del convento de San Bernardino, situado cerca de su pueblo natal, aguas arriba del Tirón. En él inició su noviciado, recibiendo los primeros estudios en gramática y artes, para pasar posteriormente a Alcalá y Valladolid, escalando puestos dentro de la orden. En 1549 solucionó uno de los graves problemas que la aquejaban, la división de la provincia franciscana de Burgos, intermediando entre vascos y cántabros por un lado, y burgaleses y navarros por otro. Nada nuevo bajo el sol.

        El reconocimiento que tuvo dentro de su orden, unido a sus profundas convicciones reformistas y el talante ultraconservador de sus enérgicos sermones le procuraron un puesto en el séquito que acompañó en 1548 al entonces príncipe Felipe en su primer viaje por Europa, convirtiéndose en confesor del secretario Eraso. Este contacto influyó notablemente en la favorable opinión que el padre de Felipe, el emperador Carlos V, tuvo del fresnedino, recomendándole como director espiritual de su hijo. Por otro lado, durante su estancia en Flandes y Alemania, Fresneda entabló amistad con Ruy Gómez de Silva, cuyo apoyo resultó decisivo para que Felipe II lo tomase finalmente como confesor.

Fray Bernardo tuvo siempre muy claro el papel que jugaba el rey como fuente de gracias y favores, por lo que procuró mantenerse muy cerca de dicha fuente para recibir de ella prebendas y riqueza. Esta actitud le llevó a mantener fuertes enfrentamientos personales, celoso de que algunos cortesanos llegasen a arrebatarle su privilegiada situación. Así combatió con todas sus fuerzas al erasmista Bartolomé de Carranza, siendo pieza clave en su defenestración, a pesar de que este dominico era nada más y nada menos que arzobispo de Toledo. En el proceso ante el Santo Oficio le acusó de hereje y sodomita. En estos infundios Fray Bernardo dejaba ver su carácter vengativo, ya que en la corte, Carranza hacía chistes de los aspavientos de Fresneda por los asuntos más nimios, lo que le dio fama de correveidile; chanzas que, además, eran reídas por el propio rey. También fue enemigo de la Compañía de Jesús, acusando a sus miembros de ‘alumbrados’ por los cambios que propugnaban en la trasnochada vivencia religiosa de entonces.

 Los vientos contrarreformistas del Concilio de Trento apuntalaron la figura de nuestro personaje. Por otro lado, se caracterizó por elevar a los miembros de su orden a los más altos cargos a los que pudo postularles en un acto reflejo tan español como el del gremialismo. Aunque su figura rigorista le hizo ser persona poco grata, incluso para la Curia romana, Fresneda salvó los muebles aceptando ser Comisario General de Cruzada y, posteriormente, obispo de Cuenca, de Córdoba y de Zaragoza.

En aquella corte de los milagros, Fresneda fue un actor de reparto incuestionable en varios cuadros dramáticos. Así fue testigo de la mejoría del príncipe don Carlos, gravemente enfermo tras una aparatosa caída cuando bajaba una escalera. Ante la ineficacia de los remedios médicos, la solución propuesta en la corte fue colocar los restos de san Diego de Alcalá en el lecho del primogénito de Felipe II, quien, como no podía ser de otro modo, mejoró inmediatamente de su enfermedad.

Así mismo, Fray Bernardo estuvo en todo momento al lado del monarca en las obras de construcción del monasterio de san Lorenzo de El Escorial, bendiciendo la colocación de su primera piedra el 20 de agosto de 1563. Dos años después también participaba en la bendición de la imagen de la Virgen de la Soledad, que fue colocada en el convento de la Victoria de Madrid, en presencia de la reina Isabel de Valois y de la princesa doña Juana, y que tanta devoción suscitaba entre las personas piadosas de la capital.