«Hay olores y sensaciones que siempre me trasladan a Arauzo»

Aythami Pérez / Burgos
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MIGUEL ABELLÁNTorero

Miguel Abellán en El Plantío, uno de los cosos especiales de su carrera, en los Sampedros de 2010. - Foto: Luis López Araico

Este matador de toros del madrileño barrio de Usera tiene raíces burgalesas. Su madre es de Arauzo de Miel y él aún recuerda con especial cariño los veranos que pasaba allí, en la casa de sus abuelos.

El 21 de julio de 1985 en el coso de Valencia el banderillero Maletilla de Oro perdía una pierna, en ese momento su hijo Miguel de seis años ya era un enamorado de la profesión. La tragedia de su padre le hizo desear aún más ser torero, quería ser una figura y ganar suficiente dinero para comprarle una pata de oro y que pudiera volver al ruedo. Este matador de 34 años y raíces burgalesas se enamoró del toreo acompañando al Maletilla de Oro a los entrenamientos, cuando tenía solo cinco años. Con seis ya se puso delante de un astado, recuerda que «me impactó muchísimo la seriedad de la mirada del primer toro, un Victorino, al que me enfrenté». Pero fue la impresión que le causó una buena faena cuajada por José Ignacio Sánchez con la mano izquierda en Las Ventas lo que le impulsó a hacerse torero.

Abellán comenzó a torear a los diez años, así que vacaciones ha tenido pocas. Los últimos veranos los ha pasado entre siestas y chistes en una furgoneta vestido de luces, pasando calor y pensando en el toro. Aunque lleva toda la vida delante de «ese de negro que me quiere coger» también ha disfrutado de veranos tranquilos y distendidos, algunos de ellos, los más de su infancia, los pasaba en Arauzo de Miel, el pueblo de su madre, en la casa grande de sus abuelos.

Ahora rememora algunos de los momentos de su niñez que pasó allí y lo hace con especial cariño y felicidad. Y es que cuando era pequeño muchos de sus veranos y vacaciones estuvieron ambientados en esta localidad de la Sierra de la Demanda, situada a 70 kilómetros de Burgos. De esa época guarda anécdotas que evoca según avanza la conversación «me acuerdo que íbamos al lavadero a coger renacuajos o nos escondíamos en los corrales y nos llenábamos de pulgas y luego estábamos todo el día rascándonos como monos». La oferta de propuestas para esquivar el tedio era amplia, desde molestar a las ovejas hasta hacer trampas para conejos o construir un tirachinas con una pinza, una goma de pelo y un clavo. Las típicas escenas de chavales tramando algo para eludir el aburrimiento. E incluso había tiempo para algún «amorcito de verano».

Actualmente, no visita el pueblo materno tanto como le gustaría pero sigue manteniendo el contacto con sus familiares. Además sus raíces están allí y los arauceños lo reconocen y estiman, «hace poco estuve, me invitó el alcalde a una cacería y a visitar el pueblo pero no voy tanto como quisiera. Uno se hace mayor, tiene otra vida y ya no verana donde veraneaba».

Aún así, ha recibido homenajes de la gente de la zona, como el que le concedió la Peña Taurina La Herrén del pueblo vecino, Huerta de Rey. Aunque dice que «los reconocimientos y premios a la postre siempre se quedan en una anécdota» se siente un «tío con suerte» por el cariño que siempre ha recibido de la gente de Burgos y Arauzo. Para Miguel Abellán el mayor premio que te pueden dar como artista es «el afecto del público, que cuando vayas a un sitio veas que las caras de la gente son de alegría, que quieran saludarte».

 El paso del tiempo y la lejanía no han logrado que se olvide de la localidad donde pasaba sus veranos, el olor a leña de los pinos, el de la chimenea que encendía siempre su abuelo, el de la casa del pueblo, todo ello «son sensaciones que cuando las experimento en otro lugar siempre me trasladan a Arauzo». Igualmente, sabe que es un rincón perfecto para esconderse y evadirse por eso un año se escapó hasta allí con un amigo a «entrenar y relajarme y me vino genial». Para el diestro Miguel Abellán Burgos es una de las provincias que «hay que conocer sí o sí, tiene rincones y lugares para visitar y quedarte maravillado. Además de otras cosas como la gastronomía o su gente».

La vida en una plaza

Dado el apego que siente por la tierra de su madre es lógico pensar que le haga «una ilusión especial torear en El Plantío, en mi caso por el vínculo materno porque qué no hará uno por no dejar mal a su madre ante sus paisanos». Pero la experiencia se hace única al saber que la primera vez que debutó en esta plaza como novillero, en el 97, salió a hombros y lo ha conseguido otras tantas veces más como matador. Hay más plazas especiales en su carrera pero ese vínculo y el apego que siempre le ha mostrado el público hacen que al lidiar en el coso de Burgos aumente la responsabilidad pero «siempre es un orgullo y una satisfacción».

 Con diez años ya se encontraba en un coso y ahora siendo un torero de 34 años, marcado por las señales que dejan las astas de toro se puede decir que el vaticinio que Antonio Chenel, el maestro Antoñete, le dedicó tras verlo torear en 1996 se ha cumplido. «Tú llegarás porque tienes carita de torero», esas fueron las palabras que le dirigió y que cobran especial relevancia al ser dichas por alguien a quien el diestro de raíces burgalesas considera «un pilar fundamental del toreo, una figura prácticamente inalcanzable, por su concepto y su forma». Miguel Abellán se considera afortunado por haber conocido a este referente del toreo y más aún por haber tenido el privilegio de lidiar con él vestido de luces «siendo Antoñete muy mayor y yo todavía un crío. Indudablemente te influía de alguna manera».

De su padre, el Maletilla de Oro, dice que no medió en que se dedicara a esta profesión «lo decidí solo, sin que nadie me lo aconsejara pero indudablemente gracias a mi padre soy quien soy. Me ha influenciado en todos los aspectos, en lo profesional y en lo personal». Dada la tragedia que su progenitor sufrió en la pierna se podría pensar que su familia intentó quitarle esa idea que desde niño tenía arraigada pero no fue así «nadie me intentó echar para atrás, solo el toro pero no pudo». Es de suponer que su madre, sus hermanas y su hermano sentían miedo pero nunca le instaron a hacer otra cosa que no fuera torear. Además contaba con los consejos de su padre que «siempre fueron buenos», sobre todo cuenta que le pedía dedicación absoluta a la profesión y «eso lo he llevado a rajatabla».

Su progenitor continuamente ha estado a su lado pero especialmente en los comienzos. Fue él quien compró la finca de Navalcarnero en la que Miguel comenzó a entrenar. De esta época recuerda la ignorancia y la ilusión, «no ves mal donde lo hay». Pero eso no implica que con la madurez haya perdido valentía, al contrario, «uno es más valiente cuantos más conocimientos tiene, lo otro es arrojo y cualquier hombre en un momento dado puede tenerlo. La valentía es algo más consciente, más sereno. Cuantos más conocimientos tienes más miedo pasas y enfrentarte a ello supone una mayor valentía». Por eso cree que pasa más miedo ahora pero es más valiente que antes.