Retrato musulmán burgalés

Angélica González / Burgos
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Se trata de una comunidad de poco más de 4.000 miembros en la provincia, muy integrada y nada conflictiva, que conserva sus costumbres y su religión desde el respeto a la forma de vida local

Los terroristas que el pasado viernes 13 sembraron de cadáveres el centro de París dijeron hacerlo «en nombre de Dios» y los testigos aseguran que perpetraron la matanza al grito de «Alá es grande», lo que a Mohamed Chograni le irrita profundamente. Este marroquí, que lleva casi dos décadas en la ciudad, trabaja en la sede del sindicato Comisiones Obreras y afirma que la parafernalia religiosa que acompaña al horror del yihadismo «no significa que puedan hablar en nombre de los musulmanes». Hacemos, pues, que estas personas y quienes les conocen más de cerca tengan voz, que digan quiénes y qué son y que lo hagan desde el ámbito más cercano: el de esta provincia, adonde llegaron de forma masiva en dos momentos distintos del siglo pasado, a mediados de los años 70 y a principios de los 90, pero que nunca han dejado de elegir Burgos como destino en el que encontrar una vida mejor, que es lo que pretenden todos los que migran.

Los seguidores de esta religión, que son, por otro lado, las principales víctimas en número de las masacres que perpetra el yihadismo en todo el mundo casi a diario, conforman en Burgos una comunidad de poco más de cuatro mil personas, procedentes, sobre todo de Marruecos, Argelia, Pakistán y Senegal. Están implantados  mayoritariamente en la capital y en Briviesca, que fue uno de sus primeros puntos de llegada y, desde luego, la localidad pionera en albergar una mezquita.

Se trata de una comunidad muy estable -hay quien, como Abdeslam Tabakat, uno de los responsables del templo que se ubica en el barrio de San Juan de los Lagos, llevan viviendo aquí 40 años; en su caso, además, es padre y abuelo de burgaleses-, integrada, de costumbres familiares y poco o nada conflictiva. «Sin incidencias conocidas», dicen, significativamente, desde las fuerzas de seguridad del Estado.

Muchos de ellos cuentan con la nacionalidad española, que se puede solicitar a los diez años de vivir en este país, y todos conservan sus costumbres y su religión «desde el respeto a la forma de vida de aquí», según explica Sonia Rodríguez, abogada de Burgos Acoge, quien recuerda que «los musulmanes de la ciudad siempre han tenido buenas relaciones sociales y han canalizado sus reivindicaciones de una forma normalizada», tal y como lo hicieron en el Ayuntamiento a principios de la década de los 2000 para conseguir un espacio en el cementerio municipal donde poder hacer los enterramientos según su tradición, algo que consiguieron sin ningún problema.

Existe un cierto asociacionismo, más vinculado al país que a la religión, que colabora en actividades de la ciudad. Hoy mismo, sin ir más lejos, se celebra en El Hangar el I Festival Intercultural, con el lema Tu acercamiento es mi acercamiento, en el que participa la Asociación de Trabajadores Inmigrantes Marroquíes (ATIM) junto con otros colectivos y el patrocinio del Ayuntamiento. En este sentido, la concejala  Ana Lopidana  asegura coincidir con la radiografía que tanto las fuerzas de seguridad del Estado como Burgos Acoge realizan de la comunidad musulmana burgalesa: «Jamás han dado problemas, tenemos una buena comunicación con ellos y son usuarios de los servicios sociales en la misma medida que lo hacen otros colectivos y la población autóctona».

No tienen problemas para encontrar los productos con los que elaboran su gastronomía ni trabas  en centros escolares y laborales para seguir su calendario religioso con fechas tan señaladas como el Ramadán. «Yo les digo a mis hijas que no podrán compartir el jamón con los niños burgaleses pero sí los juegos», afirma Chograni.

Como cualquier primera generación de inmigrantes, reflexiona este marroquí, los musulmanes pioneros en llegar a Burgos han tendido a interactuar socialmente mucho más con sus compatriotas que con los de aquí «y todavía más con los que son de su pueblo, como les pasaba a los inmigrantes españoles en Alemania, por ejemplo» pero sus hijos y sus nietos se han abierto gracias a la escolarización en los colegios, los institutos y la Universidad: «Los niños se consideran burgaleses, no tienen el concepto de nacionalidad. A mi hija de ocho años le preguntas que de dónde es y siempre dice que de Burgos».

Esto no quiere decir que se pierdan las esencias. A los más jóvenes se les enseña la religión islámica y el idioma propio de cada país, que suelen conocer durante las vacaciones de verano: «Se trata de que desde pequeños sepan que son musulmanes españoles para que no sientan que hay una contradicción entre las dos cosas».