«El albergue enseña mucho; te obliga a hacer un repaso de tu vida»

G.G.U. / Burgos
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Vicente Javier Ibáñez | 40 años, de Burgos

Vicente Javier Ibáñez se despide diciendo:«Vive ahora y lo que has hecho antes, no lo olvides». Unas palabras que aplica a su día a día, porque le conviene tener muy fresco el pasado si quiere evitar los errores que le han llevado a dormir en el albergue de la calle San Francisco en dos ocasiones con un año y medio de diferencia.

Ibáñez no cumple con el estereotipo que se tiene de la persona sin hogar: extranjero sin trabajo, recursos ni sostén familiar. Una imagen que Cáritas ha negado en múltiples ocasiones y que este burgalés de 40 años corrobora con su testimonio. Él nació en Juan XXIII, empezó a trabajar con su padre a los 15 años en un negocio del que todavía vive -es pintor- y tiene una red familiar. ¿Por qué acabó en la calle San Francisco? «Por la mala vida», contesta, antes de añadir que cuando eres joven, tienes dinero, pocas responsabilidades y sales mucho por la noche, corres el riesgo de acabar haciendo lo que no debes y con quién no te conviene. «Pero te cansas. Ves dónde y cómo acaba la gente y, después de muchas detenciones, la última me asustó. Tuve miedo de ir a la cárcel». Y después de tres meses durmiendo en la calle, pidió ayuda y una asistente social del Ayuntamiento le abrió las puertas del albergue.

En este punto interrumpe su relato para aclarar que todos sus problema empiezan y terminan en su adicción al hachís. «Soy muy nervioso y antes tenía un consumo desmedido; ahora es más pasivo, tres o cuatro por la noche, porque la cabeza manda mucho y no lo puedo dejar», afirma. Una adicción que provocó que las relaciones con su familia se deterioraran mucho, por lo que en su primera estancia en San Francisco hizo terapia familiar. «Me sirvió, sí, pero son veinte años echando mierda en un campo y eso no lo limpias en cinco o seis», apunta.

A los cuatro meses había recuperado su trabajo y se marchó del albergue. Pero al año y medio tuvo que volver. «Mismos ambientes y misma vida». Más terapia, más reflexión y, por fin, autonomía. «Desde el 22 de noviembre de 2013 vivo en la misma casa y me mantengo», concluye.

 

José Luis Timor | 56 años, de Madrid

«Respeto mucho a la gente de la calle; me hubiera pasado a mí»

José Luis Timor, madrileño de 56 años, no esconde que, de no haber sido por el albergue municipal de la calle San Francisco, habría tenido que aprender a vivir en la calle. Llegó a Burgos hace nueve años para rehabilitarse de su alcoholismo y lo consiguió: aclara que no ha probado una gota desde 2010. Necesitó cuatro años para recuperar su vida, pero lo hizo y, cuando parecía que todo estaba encarrilado, llegó el paro. «Después de tres años sin ayudas, no pude pagar el piso y me desahuciaron», cuenta, para explicar cómo recaló en el albergue de la calle San Francisco a comienzos de este año. Pero ahora tiene trabajo y perspectivas de poder mantener una vida autónoma.

Timor es, por lo tanto, uno de esos casos de éxito de la intervención de este recurso municipal. Durante los siete meses en los que estuvo alojado, se encargó de todos los trabajos que le encomendaron. «En Madrid fui repartidor de periódicos, montador de muebles y también soy cocinero, pero hago todo lo que manden. Participo en talleres de empleo y busco trabajo, pero no me cogen nunca. En todas las entrevistas buscan personas de entre 25 y 30 años, no de 56 años, como yo», explica.

Sin embargo, Cáritas le ha dado la oportunidad y le ha contratado como personal de la Unidad de Mínima Exigencia, ese espacio de la sede de la calle San Francisco en el que pueden descansar bajo un techo quienes no quieren amoldarse a las condiciones que exige pernoctar en el albergue. Cada fin de semana se encarga de preparar las camas de la UME y de supervisar que todo vaya bien. «Respeto mucho a la gente que viene de la calle, porque tengo claro que me hubiera podido pasar a mí. Y aprendo mucho de ellos», afirma.

El trabajo, que mantendrá hasta el cierre de la UME en abril, le ha permitido reiniciar la vida en pareja y organizarse. Algo que tampoco hubiera podido hacer sin su paso por Proyecto Hombre y el albergue. «Pero tienes que querer dejarlo, si no... La adicción te hace perder los hábitos de higiene, alimentación y salud. Hay que empezar de cero de nuevo».