El 40% de pueblos, con la densidad de población de Siberia

R.P.B.
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En 143 de los 371 ayuntamientos de la provincia hay tres o menos habitantes por kilómetro cuadrado. La Bureba y La Demanda son las más despobladas

El 40% de los municipios tiene la población de Siberia - Foto: Miguel Ángel Valdivielso

La niebla comienza a evaporarse, dejando húmeda la parda sementera, y por la sinuosa carretera el paisaje exhibe ya la dura piel del invierno. Tanto en los alcores más pronunciados como en las suaves lomas parecen acunarse las viejas encinas. Todo es quietud y silencio en las tierras de Lara, donde casi cualquier pueblo podría ser la Comala de Pedro Páramo: apenas se ve un alma en ninguno, y tal vez quienes nos salgan al encuentro pronto dejarán de habitar allí; se esfumarán, como espejos de humo. Esta es una de las comarcas con menos densidad de población de la provincia.Pero no la única: de norte a sur, de este a oeste, 143 de los 371 municipios que conforman Burgos -esto es, el 40 por ciento según datos del INE- pasarán el invierno con unas cifras que hablan en clave apocalíptica, de desierto prematuro: tres o menos habitantes por kilómetro cuadrado. Números idénticos a los que registran lugares del mundo tan remotos y desolados como Laponia oSiberia.
«Aquí haber, lo que es haber, no hay nada», musita Andrés, vecino de Barrio de Quintanilla, cuyas calles, desnudas, parecen barridas por la soledad. «Y ahora en invierno es peor. Aquí no hay nadie», señala en derredor, hacia el silencioso caserío. «Aquí ahora mismo somos cuatro», apostilla. Se afana estos días Andrés en cortar y apilar leña. «En algo hay que entretener el tiempo y hay que pensar en el frío que vendrá». Hace memoria el hombre, las manos en los bolsillos, la mirada en el suelo: «Ha cambiado mucho todo esto. La gente joven... se ha marchado toda. No hay nada aquí para ellos», remata elevando los ojos al humo que se evade de la chimenea para fundirse con el último estertor de la niebla.
Fernando corta leña de sauce para la gloria en Barrio de San Juan. No le teme al invierno ni al vacío de las calles. «Esto es así, estamos acostumbrados. Mucha gente no se queda y otra se muere.Ha bajado mucho en general desde hace ya unos años. Los políticos siempre dicen que van a tomar medidas contra la despoblación, pero la realidad es que no hacen nada.No hay más que verlo. Unos que se van, otros que se mueren y no viene nadie. No se trata de atraer a gente quince días o solo en verano, sino de que se instalen aquí a vivir todo el año.Y de eso no hay nada de nada, por más que hablen de medidas y planes. Los que estamos aguantamos como sea», concluye antes de despedirse.
Casas vacías, ventanas y puertas cerradas, huertas pírricas al borde de un camino. De nuevo campo abierto: lomas, colinas, altozanos, encinares, fincas recién sembradas y la misma sensación de calma, como una instantánea detenida. Cerca de Quintanalara encontramos a José María, de paseo con sus perros. «En este tiempo somos cuatro... Los inviernos ya no son tan crudos como hace años, en los que la nieve nos tapaba. Resistimos, sabemos que no vendrá nadie más a vivir.Y así estamos. Por aquí hay buena leña, en eso no tenemos problemas. Aquí lo que hay sobre todo es tranquilidad».Se oyen cerca unos cencerros.Es un rebaño de vacas, bien pastoreadas por Leonardo -que le está echando una mano a su hermanoSaturio, titular de los animales- y sus perros. Apaga el transistor que le ofrece compañía en el campo.

 

 

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