Un valle de manto blanco

Juan López (Ical) / Caderechas
-

Las Caderechas, valle burgalés con microclima propio, se baña estos días en un aroma característico de la floración de sus cerezos y alcanza su imagen de máximo esplendor natural

A sus 85 años, pero con la fuerza de un veinteañero, Guillermo Saiz afina su maña con el cultivador. Se esfuerza para arrancar la hierba que puebla su huerta de cerezos. Unos árboles que casi mima como a sus hijos, a los que no les roba ni un sólo pétalo de cada flor durante su cuidadosa tarea y con los que ha compartido mucho, demasiado tiempo, durante años. «Aquí tenemos la mejor fruta», espeta el octogenario. Seguramente tenga parte de razón, pues estos árboles son reflejo de una cereza de calidad sublime, con un equilibrio de dulzor y acidez muy cuidado. Es el máximo exponente del Valle de las Caderechas, un microclima burgalés de 8.000 hectáreas a medio camino entre la capital y Cantabria que estos días presume de paisaje gracias al fenómeno de la floración, que lo baña en un manto blanco. Aunque este año ha sido irregular por las condiciones meteorológicas.

Pueblos decadentes en invierno y erguidos en verano, cuando multiplican su población. Las 17 localidades acogidas a la Marca de Garantía de la cereza y la manzana reineta rondan el millar de habitantes, además de Oña -unos 2.000-. Una figura de calidad que se creó para potenciar este producto y romper con la tendencia de despoblación sufrida desde la emigración de los años 70.

Subido en su antiguo John Deere sin cabina, Guillermo pisa el pedal del embrague, saca la marcha y se baja del tractor con una facilidad que recuerda al salto de un corzo. «Yo de aquí ya no me voy. Soy crío del pueblo. Yo sólo, con mi edad, domino 2.000 frutales», ensalza. Una cuestión de alabar porque, gracias a este esfuerzo, evita que estas pequeñas fincas se abandonen y sean absorbidas por la maleza. Además, ha arrendado una parte a otro productor más joven. Lo importante, añade antes de subirse de nuevo al pequeño vehículo, «es trabajo con salud, por encima del dinero».

Guillermo Saiz, junto a su mujer, reside en Madrid, pero no en la capital de España, sino en las Caderechas, una de las poblaciones en que en esta época vive una docena de personas, pero que llena sus más de 60 viviendas, hasta 300 o 400 personas, en época estival. Todos ellos, oriundos y foráneos, presumen de ser originarios de una comarca conocida por su fruto, mimado por todos los habitantes de estos pueblos como un padre lo hace con un hijo. Una Marca de Garantía -integrada en Tierra de Sabor- que engloba a la cereza y a la manzana reineta, caracterizadas por su calidad, y con el sello de certificación desde el 2000.

Un paisaje de película

 

Las finas, sinuosas y onduladas carreteras que unen cada uno de estos pueblos, con los frutales en flor junto a la calzada, se podrían asemejar a un anuncio de televisión de alguno de los coches más vendidos en el mercado. Árboles bajo cortados de piedra en la montaña, paisajes paradisíacos, pueblos donde se podrían rodar películas y contrastes de altura de 200 metros que dan peculiaridad al fruto, en un lugar en el que no existe la agricultura extensiva y casi todos los productores de cereza y manzana lo desarrollan como segunda actividad. El arroyo Caderechano baña el centro del valle entre tupidos bosques de quejigo, encina y pino resinero, que alfombran las laderas y que cobijan antiguos molinos, ya en desuso, e incluso una pequeña central eléctrica casi en ruinas.

Pocos conocen mejor al milímetro todos estos recovecos como el presidente de la Asociación de esta figura de calidad, Juan José Gandía. Nació en la localidad de Rucandio, uno de los pueblos a mayor altitud, pero está casado en Salas de Bureba, el más bajo. Cuenta con explotación en ambos términos y produce unos 50.000 kilos de cereza y otro tanto de manzana, aunque aumentará, ya que ha plantado nuevos árboles y hasta los cuatro años no se ve el primer fruto. «Quien quiera dedicarse a esto tiene que pensar en un mínimo de 20 años para plantar», señala.

Esta campaña, la intensa lluvia ha afectado de forma moderada a la aparición de algún hongo. Nada importante pero que ha obligado a tratar; siempre con productos naturales, pues los 27 productores acogidos a la Marca de Garantía tienen prohibido utilizar herbicidas e insecticidas químicos.

Las Caderechas, palmo a palmo

 

Las Caderechas, recorrido palmo a palmo, siempre con la imagen idílica de frutales en flor, se distingue del resto de La Bureba por su particular relieve, su microclima y su vegetación. Circundado por tres grandes formaciones geológicas, el valle cuenta las parameras de La Lora a leste, los Montes Obarenes al norte y una depresión al sur. «Estamos abrigados de vientos y heladas todo el año. En el páramo se puede registrar una temperatura de cuatro grados bajo cero y aquí no baja de cero grados», explica Gandía, quien además presume de su perfecta ubicación, a menos de cien kilómetros de grandes ciudades. La mayor parte de las ventas se producen en la provincia y en el País Vasco, además de en El Corte Inglés y Mercamadrid, instituciones con los que la Marca de Garantía cuenta con acuerdo comercial.

La calidad de la fruta de las Caderechas es milenaria. En la documentación del cercano monasterio de San Salvador de Oña existen referencias a la producción de cerezas y manzanas a principios del segundo milenio, principalmente por el pago de diezmos. Nada tiene que envidiar esta zona al Valle del Jerte o al Bierzo, más si cabe cuando se sube a alguno de los puntos más altos, como Herrera o Rucandio. Sólo un aspecto, el turismo, que en esta comarca, aunque no falta, es de paso diario. «Vienen de paso, se hacen fotos en la época de esplendor y como mucho comen. Pocos hacen noche», reconoce Gandía, quien entiende que la comarca tampoco está preparada para asumirlo por la ausencia de oferta hotelera. No obstante, se encuentra a 35 minutos de Burgos, un tiempo fácil para un día durante el fin de semana.

Las Caderechas tiene puestas muchas expectativas en este próximo 1 de mayo, que permite encadenar tres días de descanso a la mayoría de los españoles. «Es en estos días cuando más gente puede venir, sobre todo a hacer rutas a pie o en bici», asevera el presidente de la Marca de Garantía.

Desde lo más alto de Madrid de las Caderechas o de Herrera de Valdivielso se aprecian explotaciones de frutales de pueblos más alejados. La perspectiva de este valle simula a un paraíso interior con vías que unen pueblos y gentes. Y por ende, frutales: 50.000 cerezos, en torno a 100 hectáreas, de los que la mitad cuentan con Marca de Garantía; y 35 hectáreas de manzanos dentro de la figura de calidad, sobre un total de 100. Después, los aspectos técnicos son un mundo. Las plantaciones más antiguas, con árboles a 10 por 10 metros, pueden parir 100 kilos de cerezas. Los más jóvenes, a 4 por 2 metros, unos 15 kilos por planta, pero «que puede ser de mejor calidad por las variedades utilizadas». El productor medio ronda los 5.000 kilos al año y sólo tres se sitúan en los 50.000.

Los precios mandan

 

Pero como en todos los sectores agrarios, los precios se sitúan como uno de los problemas difíciles de superar. «Lo tenemos todo vendido gracias a la calidad. Eso es verdad. Pero el precio lo pone el mercado. Depende de los años y los clientes, que en muchos casos son fijos», espeta. Así, señala que en ferias especializadas no es raro encontrarse con precios de tres euros el kilo de cereza, pero en un mercado de fruta generalista «una gran parte se queda en la intermediación».

Gandía destaca que este fruto es un producto de temporada y eso supone un factor a favor de las Caderechas. «Lo normal es cogerlo y venderlo al día siguiente», señala. En la comarca, se cosecha entre junio y la primera semana de agosto porque el producto madura más tarde por la elevada altitud y la elección de ciertas variedades; épocas en las que otras partes de España ya han concluido, como en Aragón o Tarragona, que lo hacen desde abril. «De esta forma, en verano ya casi no hay cereza en los mercados y podemos jugar con los precios», explica. Esto lleva a que la primera recogida, en junio, suele ser inferior en cantidad, «por lo que se realiza en familia», mientras que a medida que transcurre la temporada, es necesario contratar cuadrillas. «Pasamos de recoger 500 kilos por semana a 2.000 al día», manifiesta Gandía en relación a su empresa.

El hecho de que no todos los productores del valle estén acogidos a la Marca de Garantía ha motivado intentos de fraude y gente que se intenta aprovechar. Para evitar eso, la asociación cuenta con dos etiquetas en sus productos. Por un lado, aquella que establece la trazabilidad. «Incluso hay numeración del árbol del que se ha recogido cada cereza o manzana», dice. La otra, una etiqueta blanca con el nombre del productor y el registro sanitario.

De cara a futuro, el presidente de la Marca de Garantía defiende que «si el orden del sector es lógico, aumentar la producción será bueno siempre que no sea tirar piedras contra el tejado propio y esto suponga una caída del precio». Una cuestión que Gandía considera obvia y que, siempre que se desarrolle con cabeza, podría impulsar aún más una comarca que depende en gran parte de sus afamados frutales de larga tradición.