Las floraciones de la Ribera alimentan a las abejas de 51 explotaciones apícolas

Samanta Rioseras / Aranda
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Suponen el 7% de las 735 registradas en la provincia. La mayor parte se clasifican como un aprovechamiento de autoconsumo. Solo seis están consideradas como profesionales al contar con más de 150 colmenas cada una

El censo elaborado por las Unidades de Veterinaria de Aranda y Roa registran la existencia de 51 explotaciones apícolas en toda la comarca, donde sus floraciones alimentan a más de 56 millones de abejas. Una estimación que contempla una media de 25.000 ejemplares por cada una de las 2.259 colmenas que aparecen en la base de datos del registro de la Junta de Castilla y León.
Se trata del 7% de las 735 licencias de este sector contabilizadas en Burgos. Provincia en la que existen 22.311 colmenas. Muy lejos de las cantidades gestionadas en ciudades como Salamanca, pero que ayudan a engrosar las cifras de la región como principal productora de miel del país que, a su vez, sitúa a España en el primer puesto del ranking de exportación de este producto.
De los 51 apicultores ribereños, 25 se dedican al autoconsumo al poseer menos de 15 colmenas por propietario. Cifra que superan el resto, 26, pero entre los que solo puede considerarse profesionales a seis. Categoría que se alcanza al superar las 150 colmenas y que en la Ribera del Duero suman 1.505. Solo existen otros 24 profesionales en toda la provincia.
«Es una labor que exige mucho esfuerzo a la hora del cuidado en determinadas épocas del año y que te obliga a buscar diversos emplazamientos para trashumarlas y lograr dos o tres recolecciones para generar más producción», explican los técnicos de la Junta, justificando el nivel de actividad que, desde 2008, ha aumentado. Crecimiento que ha experimentado el grupo de los no profesionales de forma mucho más significativa.
Una situación que achacan, principalmente a la dificultad de rentabilizar las labores de apicultura ya la mortandad de las abejas. «No sabemos a qué se debe», reconocen. También lo desconocen en los niveles superiores, por lo que en el 2012 la Unión Europea impulsó un programa, que continúa vigente, para estudiar por qué se producen estos despoblamientos.
 
Mortandad.
«Aún no existen conclusiones, pero se siguen realizando controles aleatorios. En el caso de la provincia, se seleccionan tres por azar para visitarlos tres veces al año (en otoño, primavera y verano). Se coge algún ejemplar y muestras de los panales, polen y miel».
Al margen del estudio, desde el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente tratan de combatir una de las enfermedades más comunes: la varroa, que debilita a las abejas exponiéndolas a padecer otras patologías. «A pesar de la obligación de aplicar el tratamiento, no se ha logrado erradicar. Quizás porque no todo el mundo lo aplica, o porque no lo hacen del modo correcto, o porque las abejas han creado una hipersensibilidad», conjeturan los técnicos regionales.
Entre las hipótesis que manejan para dar explicación a las altas tasas de mortalidad de estos insectos, incluyen el factor humano como ejecutor del deterioro de la naturaleza: «Todo está relacionado. Los productos que se aplican en los cultivos afectan a las colmenas, pero no se trata de una muerte inmediata por lo que no se puede establecer una relación causa efecto», explican. «En lugar de fallecer en el momento, comienzan a desorientarse hasta que son incapaces de volver a la colmena y acaban muriendo sin poder achacarlo a un motivo concreto».
Además, aseguran que las cifras más alarmantes suelen encontrarse en zonas cercanas a los cultivos de cereal y girasol. «Puede tratarse de algún insecticida, pero las multinacionales no están dispuestas a dejar de comercializarlos si no se muestra una relación directa entre ambos hechos». 
Un grave error, aseguran, pues «sin abejas no hay polinización y los cultivos tienen menos rendimiento», recuerdan.
 
«La inversión no es grande, pero llevo cuatro años formándome»
Yanira Bratos comenzó su actividad hace dos años en Villalba
 
Socióloga de formación, Yanira Bratos finalizó sus estudios universitarios y se especializó en la cooperación al desarrollo en el mundo rural ante la despoblación. «Pero me di cuenta que lo que realmente quería hacer no era estudiarlo, sino hacerlo», comenta. «Fue entonces cuando descubrí el mundo de las abejas y me enamoré», confiesa.
Una pasión que se reparte, desde hace 20 meses, entre las 150 colmenas con las que ha iniciado su actividad en el municipio de Villalba de Duero, Campillo de Aranda y La Horra, y que pronto deberá compartir con las que pretende instalar en Hontoria de Valdearados, Santa Cruz de la Salceda y en la comarca zamorana de Sanabria.
«Prefiero tenerlas repartidas para aprovechar mejor la floración y que las posibles enfermedades no afecten a todas», sostiene, haciendo gala de los conocimientos aprendidos a lo largo de los últimos cuatro años. Tiempo que ha dedicado a analizar el proyecto y su viabilidad, pero sobre todo a formarse. «Todo ha sido a través de cursos porque la formación reglada no han aparecido hasta hace dos años», lamenta, y recuerda que en países como Argentina existen estudios universitarios.
Respecto a la inversión, asegura que no se trata de un gran desembolso. «Cada colmena cuesta alrededor de 150 euros», apunta. Gasto al que hay que añadir los 70 de cada equipo de protección y resto de material. «Y una furgoneta. Tendré que cambiarla por un camión, pero prefiero ir poco a poco para no cometer errores», asevera.
En el presupuesto también se debe incluir las aleatorias tasas de los municipios en concepto de inicio de actividad. «En algunos no se paga y en Aranda, por ejemplo, cobran 65 euros. Y 85 en Campillo», lamenta Bratos. Una medida que tacha de «incoherente» por la falta de coordinación entre las administraciones: «Desde la Unión Europea nos conceden  ayudas a la polinización por la importancia estratégica del sector dentro del ecosistema», subraya. «Pero los ayuntamientos nos gravan con tasas y no nos conceden el apoyo ni la relevancia que tiene esta actividad», sentencia.